Después de varios meses preparándome para el encuentro, al fin lo lograba. Fui con los temores que implica una primera vez como entrevistadora y, sobre todo, con el reto mayor de enfrentarme con una experta en tales menesteres. Sin embargo, ella llegó con una sonrisa y en la mano traía uno de sus libros, La maleta perdida. Me lo dedicó minutos más tarde.
Su forma sencilla y amena me dejó abiertas todas las posibilidades para decirle sin recelo: quiero entrevistarla. Su hoja de trabajo es impresionante: periodista y escritora de larga experiencia, Heroína del Trabajo de la República de Cuba por su amplia y destacada trayectoria al servicio de la información y la cultura del pueblo, es también Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida.
Escritora de una trilogía de novelas de ficción: El columpio de Rey Spencer, Santa Lujuria, El Harén de Oviedo, y de libros de corte histórico como La cueva del muerto, El que debe vivir, y Tania, la guerrillera inolvidable.
Alejo Carpentier, en el prólogo del libro El Juicio del Moncada, escribió: “Ágil y talentosa escritora, de profunda vocación periodística, mirada sagaz, estilo directo y preciso, donde mostrar muchas cosas en pocas palabras”…
Ella es Marta Rojas Rodríguez y me abrió la puerta de su casa para desempolvar recuerdos.
–¿Cuáles son los mejores recuerdos de su infancia?
Cuando era pequeña recuerdo que jugaba a decir las letras que veía en un periódico que se llamaba El Mundial, así que cuando menos lo esperaba sabía leer. Después entré en el Kindergarten, una institución muy bonita, para niños que todavía no tenían edad para la escuela. En aquel lugar jugaba y cantaba, era parecido a un círculo infantil, pero solo era una sesión.
También recuerdo que en mi casa había un taller de costura, porque mi padre era sastre y mi madre modista, entonces, observándolos, jugaba a coser, hasta que aprendí a hacerlo. Es decir, que tengo un oficio, si no puedo escribir algún día empiezo a coser. Lo mismo hago un traje de hombre que un vestido. Me di cuenta que mis padres me daban esas cosas para que yo me divirtiera. Fue muy bueno porque aprendí y puedo ser costurera.
–¿Cómo descubrió que tenía vocación para escribir?
Siempre me gustó hacerlo, en la escuela redactaba composiciones, me esmeraba y los maestros me daban buenas calificaciones. Además, me gustaba leer mucho, cogía en mis manos lo mismo un libro de medicina que de astronomía, me gustaba por curiosidad.
Recuerdo que mi mamá tenía unos amigos que trabajaban en el periódico El Imparcial, de Matanzas, y les hizo llegar dos composiciones que había escrito, a una le puse un título muy rimbombante: Maceo, héroe epónimo. Esos textos fueron publicados como colaboraciones, no estarían muy malas cuando lo hicieron. Yo todavía no estaba en la Escuela de Periodismo ni imaginaba estudiar esa carrera.
–Entonces, ¿qué pensaba estudiar?
Medicina, a mi me gustaba mucho. Pero soy un poco impaciente, estando en segundo año saqué la cuenta de que era mucho tiempo de estudio y también que la carrera saldría muy cara, aunque en mi casa no éramos pobres, nos podían dar estudio a mis hermanos y a mí.
Entonces escuché una tarde por la radio que estaba abierta la matrícula de la Escuela de Periodismo Manuel Márquez Sterling, y me dije: voy a estudiar Periodismo, además, son solo cuatro años y no es tan cara. Mis padres me dijeron: ¡y esta muchachita!, pero a mí me gustaba, así que me preparé para realizar las pruebas y las aprobé.
–¿El Periodismo la atrapó desde el primer momento?
Desde el comienzo me gustó, porque me daba un aspecto del mundo muy amplio, como disfrutaba leer e ir a la biblioteca, me encantó, sin que me dejara de gustar la medicina, decía que cuando terminara de estudiar Periodismo iba a estudiarla, pero con el tiempo me fui enamorando del oficio.
–Es usted una excelente escritora, ¿fue igual como estudiante?
Sí, fui una buena alumna, pero no era alumna de oro por una sencilla razón, prefería vivir. Estudié mi carrera normal, nunca fui alumna eminente, nunca desaprobé, sacaba sobresaliente o notable. Si me enteraba que Benny Moré iba a tocar me reunía con mis amigos e iba para el concierto, aunque al otro día tuviera un examen. Recuerdo que a los estudiantes de oro les ofrecían una beca en Francia por tres meses para estudiar francés, yo me decía que algún día iría a Francia sin la necesidad de estudiar tanto. Después, los que estudiaron mucho nunca escribieron nada.
–¿En qué medio de prensa realizó su primera práctica docente?
En aquellos momentos no es como en la actualidad que te envían para un lugar determinado, era muy difícil y por lo regular los que tenían acceso a los periódicos eran personas que poseían amistades y yo era de Santiago, así que no tenía relaciones de ese tipo. Entonces, lo único que había libre en la década de los cincuenta era la televisión.
En un canal que no era el principal, Canal 4, de Pumarejo, necesitaban profesionales y me escogieron. Realicé las prácticas en la sección deportiva, y me vino muy bien, porque después ya profesional pude colaborar muchísimo con el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), sobre todo con Santiago Álvarez, en documentales, porque yo sabía editar, pues lo aprendí en la práctica. Esos fueron los dos últimos años de la carrera, hice un pequeño documental sobre la Fragua Martiana.
–El 26 de Julio de 1953 se encontraba en Santiago de Cuba bailando en los carnavales. ¿Cómo rememora el impacto del asalto al cuartel Moncada?
Como tú bien me acabas de decir, yo me encontraba bailando en la conga, esperaba hacer una crónica del final de los carnavales, junto a un fotógrafo que sí era de la revista Bohemia, Panchito Cano, vecino de mis padres, un fotógrafo bien entendido.
Recuerdo que él me sugirió: no te apartes de mí, para que tú veas las comparsas a las que yo les tiro fotos por si hace falta hacerle un pie de grabado.
Entonces sentí unos tiros, creía que eran fuegos artificiales, yo en realidad nada más había oído tiros en las películas.
Panchito me dijo: esos no son fuegos artificiales, son tiros. Así que como en el periodismo lo último que acontece es lo más importante, nos fuimos y yo me enrolé con el grupo de periodistas profesionales. Al día siguiente ya estaba dentro del cuartel Moncada. Esa es la manera en que yo recuerdo aquello.
–¿Cómo conoció a Melba Hernández y Haydée Santamaría?
El fotógrafo me explicó que había dos mujeres presas y les estaban haciendo un interrogatorio; resulta que una de ellas se hallaba sentada en un sofá y la otra en un lugar más bajo. Pasé por el pasillo y las miré.
Luego, en la conferencia de prensa, le pregunté a Chaviano sobre esas mujeres y me dijo que no había ninguna presa. Más tarde habló que a lo mejor las habían cogido en la acciones cuando estábamos aquí. Alguien le informó que el fotógrafo las había retratado. En realidad, él no lo hizo porque no tenía en ese momento chasis en la cámara.
–La foto en la que se encuentran Melba y Haydée tras la reja no es tomada el día de la acción, ¿cuál es la historia de esa foto?
Esa foto fue en la cárcel de Guanajay, el 6 de enero de 1954. Ese día se celebraba el Día de los Reyes y en Cuba existía la costumbre de que las damas católicas y las personalidades de la gran sociedad mediante un acto político les regalaran juguetes a las hijas de las presas comunes. Ese día yo le planteé a mi jefe, Enrique de la Osa, la posibilidad de sacarles una foto, ya que los periodistas podían entrar a fotografiar el acto.
Le pregunté a la madre de Melba dónde se encontraban ubicadas y que les dijeran que vieran todo el acto. Fui con Panchito Cano (que ya había salido de Santiago puesto que lo perseguían a causa de las fotos tomadas el 26 de Julio). Entonces él llevaba dos cámaras, fuimos al acto y lo empezamos a ver, como para hacer una información.
Cuando un grupo de niños tenían juguetitos, yo les dije: Vayan donde está esa rubia, los niños fueron a la celda y yo le pedí una cámara a Panchito (me había puesto de acuerdo con él). Seguí a los niños y cuando los niños estaban cerca de las rejas les tiré una foto. La original tiene a todos los niños con sus juguetes junto a Melba y Haydée.
Después les dije como a una distancia de dos metros: Pónganse de pie, y subí la cámara y les tomé la foto. La instantánea se publicó por primera vez en enero de 1959.
–¿Qué significó para usted estar presente en las acciones del 26 de Julio de 1953?
Primero un interés profesional, una curiosidad ante la noticia como le sucede a todo periodista; segundo, el deseo de ampliar mi trabajo. Paralelamente me solidarizaba de manera espontánea con aquel hecho porque había visto el crimen. Era mi generación, aunque yo no pensé en ese detalle. Es decir, entraba lo profesional y después llegó la solidaridad.
Fue un ejercicio profesional para el que yo, sin saber, estaba preparada. En aquel momento había dos lógicas: la primera, que yo no me quedara hasta el final en los carnavales. El otro aspecto es la rápida decisión, parecida a la que tuve alguna vez: no voy a estudiar medicina, ahora quiero estudiar Periodismo.
La decisión debe ser consecuente con el hecho, para mí lo más grande, la lección mayor y lo que más satisfacción me da es haber sido consecuente con ese hecho inusitado, trascendental, que desde el punto de vista profesional me puso la vida, pero al que yo no solo tomé como un trabajo a cumplir, hacer o a enriquecer, sino como un acto de conciencia; tomé conciencia del hecho y sé que lo que se derivó de él fue un hecho tan trascendental como la Revolución.
–Tras el triunfo de la Revolución se publicó el libro La Generación del Centenario en el juicio del Moncada, que se denominaría más tarde El Juicio del Moncada. En este, Alejo Carpentier en el prólogo la llama:.. “Marta Rojas novelista por instinto”. ¿Qué representa para usted ese calificativo?
Para mí fue una sorpresa y, sobre todo, que lo dijera un hombre del genio de Carpentier. Que yo tenga noticia, él nunca ha hecho un prólogo a un libro cubano, ha hecho comentarios, pero prólogos no.
Me preguntó un día cuando estábamos en Viet Nam si se iba a realizar otra edición del texto y yo le respondí que sí. Me confesó que para ese entonces me iba a hacer el prólogo. Un día se lo recordé, y desde París me lo envió.
Pienso que dijo lo de novelista porque la estructura del libro, sin habérmelo propuesto, es algo de novela, yo no realicé un trabajo lineal. Desde el instante que escribí cada uno de los reportajes la estructura se corresponde con elementos estructurales de la novela.
Te diré una cosa que poca gente sabe -solo mis amistades-: lo primero que escribí fue una novela, estaba de moda una francesa que se llama Francois Sagan, era una jovencita que escribió dos o tres novelas de amor. Esto suscitó un escándalo editorial, un best seller (mejor vendido) tremendo. Yo todavía estaba en el Instituto, entonces los amigos del aula me dijeron: A ti que te gusta escribir, hay una francesa que hizo una novela, ¡a que tú no haces una! Fue un reto, y yo dije sí. Entonces escribí una novela que le puse El dulce enigma. Alejo Carpentier no lo sabía, pero voy hacer sincera, sus palabras me comprometieron a escribir novelas.
–¿Cómo crea las novelas de ficción?
Me propuse la no historia, no transformarla pero sí buscar elementos que la identifiquen de una forma diáfana y lo más simpática posible, y que contribuyan a la formación de nuestra identidad nacional.
–¿Está la ficción vinculada a su vida?
Para nada, yo no me parezco a ninguno de los personajes.
–¿Cómo concibe los personajes?
Los inventé a partir de la suma de personas que uno ve y conoce en el mundo, eso no tiene nada que ver con mi vida. En Santiago había muchos jamaiquinos y haitianos y sí, todo lo que no es verdad es verosímil, lo que no ocurrió pudo haber ocurrido y la primera novela que yo quería hacer era Santa Lujuria, porque yo tenía que crear la cronología, necesitaba buscar documentación sobre el siglo XVIII, tenía que investigar mucho.
–¿Cómo considera que son sus novelas?
Ninguna de mis novelas es intimista, claro, la experiencia de vida me produce distintas atmósferas; no tienen, te repito, que ver con mi vida, yo nunca he vivido en un harén.
–De su trilogía de novelas de ficción: El columpio de Rey Spencer, Santa lujuria y el Harén de Oviedo, ¿cuál prefiere?
El Harén de Oviedo
–¿Por qué?
Porque es donde más he usado y tenido que abusar de la mente para crear personajes psicológicamente creíbles. Esa novela me hizo trabajar mucho a los personajes, tiene, además, como diez lecturas por esa razón. Tuve que incorporar más componentes de humor para captar la atención del lector. Tiene una serie de elementos muy complejos porque a mí me gustan las cosas difíciles.
–¿Cuál es el método que utiliza para atrapar al lector?
No sé, no te sabría decir. Es propio de la forma del escritor. Recuerdo que yo iba al cine, me encanta, pero en la actualidad hay cada tipo de cine… Después iba para la casa y contaba la película a mi forma. Cuando mi mamá iba y regresaba me decía que la película no era así, que los personajes no se volvieron a encontrar, que todo eso era mentira.
–Después de su larga trayectoria de trabajo al servicio de la información y la cultura, ¿qué la sigue motivando a continuar?
Hay muchas cosas por decir que no se han dicho y el mundo es infinito. Mientras yo tenga palabras y memoria voy a seguir en este mundo porque disfruto lo que realizo cada mañana, aunque sea lo más insignificante.
En Isla al Sur