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Memoria y justicia para Hubert de Blanck

Probablemente haya personas para quienes Hubert de Blanck no sea más que el nombre de una prestigiosa sala teatral, y acaso por ello lo imaginen actor o dramaturgo. Si lo hubiera sido, merecería también el tributo correspondiente; pero en Cuba se debe tener de él un conocimiento que le haga plena justicia, y que no cabe en un escueto artículo pensado solamente para recordarlo en la estela de otro 20 de octubre.

Contaba De Blanck veintisiete años cuando se radicó en La Habana, hecho en que habrá pesado su primer matrimonio, contraído con una cubana, Ana García Menocal, miembro de una familia conspicua, de la que formaron parte combatientes del ejército mambí: el ingeniero Mario García Menocal, quien sería —cuestionable y cuestionado, como la generalidad de quienes ocuparon ese cargo— presidente de la República neocolonial, y Armando García Menocal, pintor más conocido como Armando Menocal. A él se debe un hermoso retrato de José Martí, quien le había profesado admiración, y elogiado su cuadro en que Cristóbal Colón aparece “cargado de hierros”, encadenado.

De Blanck tenía ya una vida profesional formada en su país natal y su entorno europeo cuando en 1883, luego de una visita el año anterior, se radicó en La Habana, y su relación con Cuba estuvo marcada por el amor a la libertad: abrazó la causa independentista de una tierra que, cuando él se estableció en ella, había dado pruebas heroicas de su afán de emanciparse del coloniaje español, y continuaría dándolas.

Nacido en Holanda el 14 de junio de 1856, Hubertus Christiaan de Blanck Valet —sería célebre como Hubert de Blanck— mostró allí desde la niñez su afición por la música. Con su padre, Wilhelm de Blanck, empezó el aprendizaje del violín, y a los nueve años estudiaba piano, solfeo y teoría musical en el Conservatorio de Lieja, Bélgica. De su pronto desarrollo hablan su actuación como concertista, muy joven aún, en el Palacio Real de Bruselas, y la beca que el rey belga Leopoldo II le otorgó y le valió para estudiar piano armonía y composición en el Conservatorio de Colonia.

En el Diccionario enciclopédico de la música en Cuba (La Habana, 2009) —una de las fuentes empleadas para el presente artículo, junto a otras localizables en internet— Radamés Giro condensa información acerca del músico, y ofrece además una útil bibliografía. Relata que a los diecisiete años De Blanck fue contratado para una gira “por Rusia, Suecia, Alemania, Suiza y Noruega”, y que luego haría con el violinista brasileño Eugène Dengremont “una nueva gira que lo llevó a Dinamarca, Alemania, Brasil, Argentina y Estados Unidos”.

Esos datos hablan elocuentemente de la preparación que tenía al radicarse en La Habana, donde no tardó en ratificar su profesionalidad artística y mostrar su orientación política. Se vinculó con figuras del arte y fue nombrado presidente de la sección filarmónica de la sociedad Caridad del Cerro, después de lo cual creó la Sociedad de Música Clásica, el Cuarteto Clásico y el Conservatorio de Música y Declamación, tareas en que reunió a otros músicos relevantes. Desarrolló igualmente una valiosa labor como pedagogo.

Sobre su participación en la brega independentista, Giro confirma en su Diccionario citado que, “al estallar la Guerra del 95”, De Blanck tomó partido por la causa de Cuba, y “llegó a ser tesorero de la Junta Revolucionaria de La Habana, hasta que en 1896 fue obligado a emigrar”. Añade que se instaló en los Estados Unidos, donde se desempeñó como profesor y pianista, y con otros músicos ofreció recitales por ciudades de ese país y de Canadá.

Como dato de especial interés para este artículo, Giro también apunta que, “con objeto de recaudar fondos” para el movimiento independentista cubano, “participó en numerosas actividades musicales”, y que su Paráfrasis para piano, recreación del Himno Nacional de Cuba, “se estrenó en un acto patriótico en Nueva York”. En 1898, terminada la guerra, volvió a La Habana, donde retomó su quehacer pedagógico, y “reorganizó su antiguo Conservatorio, esta vez con el nombre de Conservatorio Nacional de Música, y en el mismo local fundó la Sala Espadero”.

Hubertus Christiaan de Blanck Valet.

Su adopción de la ciudadanía cubana vale considerarla una declaración de fe en quien seguiría desarrollando al servicio de la cultura de este país una labor que, además de todo lo ya aquí dicho, y de otras tareas, incluyó su condición de vicetesorero del Círculo de Bellas Artes y presidente de la Sección de Música de la Academia Nacional de Artes y Letras, así como la creación de las revistas Cuba Musical y Correo Musical. Y perteneció a la Sociedad Pro-Arte Musical como fundador de honor.

Rendirle el homenaje que merece y sumar justos reconocimientos a los que recibió en vida, propiciará mostrar, entre otros elementos, una forma respetuosa de asumir creativamente los símbolos patrios, lo que es significativo, porque el necesario y exigible respeto a esos símbolos no debe confundirse con una actitud paralizante, ni llevar a ella. Aunque las comparaciones suelen ser impertinentes —hasta odiosas, se ha dicho—, vienen al tema percepciones discrepantes, que tal vez aún perduren, suscitadas ante la cita del mismo Himno por parte del trompetista Alexander Abreu en una pieza de inspiración patriótica.

Todo ello sucedió en medio de la creciente conciencia sobre la necesidad de normar legalmente el tratamiento de los símbolos de la nación para tener un instrumento jurídico con que enfrentar usos inaceptables que pudieran hacerse o se han hecho de ellos, usos aberrantes incluso. Pero ese no fue el caso de Abreu, quien a su modo hizo del Himno un uso coherente con la función de enaltecimiento y movilización del patriotismo, para lo que Perucho Figueredo creó la Bayamesa, marcha que devino Himno Nacional.

Fue ese también el sentido con que De Blanck compuso su emocionante y finísima Paráfrasis, que merece conocerse en acto de justicia, y para que se tenga un ejemplo extraordinario de cómo asumir el patrimonio simbólico de la nación de un modo respetuoso, creativo y entrañable, sin convertirlo en piedra helada. Tener esa obra como el modelo que es, no significa imitarla. Es difícil imaginar, compuesta para piano y que, además de recrear el Himno, se titule Paráfrasis, una pieza musical que no sea la creada por De Blanck.

Componer después de ella una obra con esas características demandaría una creatividad tal que, aunque recuerde ese paradigma, no se confunda con él y merezca que se le sienta diferente, otra. En todo caso, por lo menos parece ineludible considerar que el intento de crearla requeriría no ignorar, ni silenciar, la contribución ejemplar con que De Blanck ratificó su amor por Cuba y su libertad, y honró al país que debe honrarlo a él como a uno de sus buenos hijos no solo en la esfera de la música.

Si siempre será justo recordar al músico y el lugar que él se ganó en el servicio a Cuba, acaso no haya efeméride más propicia para hacerlo que el 20 de octubre, escogida en 1980 como Día de la Cultura Cubana en tributo precisamente al Himno de la nación. Pero el homenaje a De Blanck no debe ceñirse a fechas, y estará incompleto si no se potencia cumplidamente la difusión del conjunto de su obra.

En ella abundan composiciones de especial significación para Cuba, no únicamente la Paráfrasis citada y la ópera Patria (1899), que bastarían para asegurarle un sitio relevante en la historia cultural y política, no solo musical, de este país, donde murió el 28 de noviembre de 1932.

De su relación con Cuba cabe recordar asimismo que en su segundo matrimonio —con otra cubana, Pilar Martín, quien había sido alumna suya y brilló como pianista y pedagoga— tuvo dos hijas que también sobresalieron en la esfera de la música, Margot y Olga de Blanck Martín. Esta última y la madre inauguraron en 1955, en un local del inmueble para el cual en 1948 se trasladó el Conservatorio fundado por De Blanck, la sala teatral bautizada con su nombre.

Después del triunfo de la Revolución, creado ya en el país todo un fértil sistema de instituciones dedicadas a la enseñanza de la música, ese inmueble —sito en calle Calzada, entre A y B, El Vedado— pasó a ser sede del emblemático Teatro Estudio, y sigue honrando el nombre de quien ha sido llamado el más cubano de los holandeses.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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