Para decir adiós a sus padres, el Che no eligió una cita de Marx. Escribió: “Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante. Vuelvo al camino con mi adarga al brazo”. Y tanto de Quijote tiene el Che —expresó en uno de sus textos el uruguayo Eduardo Galeano—, cuyo paradigma indispensable, actualizado en la vida misma, respalda la idea del enfrentamiento a los molinos de vientos, gigantes no imaginarios sino portadores del mal en todas las latitudes, a la manera de su pensamiento en defensa de los vilipendiados que han decidido escribir su historia, en un escenario cada vez más cruel y complejo”.
Porque desde muy joven, a principios de la década de los cincuenta, el médico imberbe edificó su mirada sobre la realidad de los mineros, campesinos, indios: en fin, de los pobres de América Latina, en los recorridos por el sur del continente que hizo en motocicleta junto a su amigo Alberto Granado. Y así lo dice: “Estaré por el pueblo (…) asaltaré las barricadas y trincheras, teñiré en sangre mis armas y, loco de furia, degollaré a cuanto vencido caiga en mis manos”.
Durante su estancia (1953) en la Guatemala del gobierno de transformación social de Jacobo Arbenz, Ernesto se acerca a los textos marxistas, ante la necesidad de la lucha armada por el poder popular y el enfrentamiento al imperialismo yanqui. Tras el derrocamiento de las fuerzas progresistas guatemaltecas, marcha a México y el 8 de julio de 1955 estrechó la mano de Fidel en pacto de fidelidad a la Revolución Cubana.
“Che fue maestro y forjador de hombres como él”, dijo Fidel. “Consecuente con sus actos, nunca dejó de hacer lo que predicaba, ni de exigirse a sí mismo más de lo que exigía a los demás”.
En tierras cubanas define su camino: “…quiero perfeccionarme para ser un auténtico revolucionario”. Y fue el primer comandante rebelde, jefe militar en el triunfo del Primero de Enero de 1959, en los acontecimientos relacionados con la Victoria de Girón y en la llamada Crisis de Octubre. Ministro en puestos claves del naciente Estado socialista, mensajero de la palabra de Cuba en el mundo, sembrador de fábricas, organizador de una cultura económica de nuevo tipo, incansable en la primera línea como hombre de confianza y conocedor.
Pero sus ojos miraban al África, a la situación del Congo, y allá fue con su adarga al hombro. “otras tierras del Mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos. Luego encabeza la lucha guerrillera en la sudamericana Bolivia, donde ponen fin a su fructífera vida, pero no a sus ideas.
No se olvida, al cabo de cincuenta y cuatro años, la confianza en la formación del hombre nuevo, en continuo cambio para mejor cualidad en la escala humana, en la solidaridad de y hacia los cubanos para el disfrute de una vida digna.
Son horas de remembranzas de los agradecidos por el legado del Che y con todos los sentidos, asumir cotidiana e inteligentemente, los cambios para bien del proyecto económico y social cubano, en tanto enfrentamos las pandemias del coronavirus, que va por dos años, y las consecuencias de un fortalecido bloqueo norteamericano.
Mientras, voceros contrarrevolucionarios y gobernantes neoliberales insinúan la decadencia del socialismo en Cuba, ante proceso transgeneracional que toma fuerza cada día. Pero, “ladran, Sancho, señal que cabalgamos”, dice una frase certera de Alonso Quijano.