Cuando el 28 de octubre de 1492 Cristóbal Colón desembarcó en las costas de Cuba, específicamente en el litoral norte de su zona oriental, encontró una tierra poblada por “aventureros que habían llegado en sucesivas oleadas transmigratorias”.
Así describió el antropólogo Fernando Ortiz a los seres humanos que ya habitaban el archipiélago mucho antes del arribo de los europeos.
“No eran indios ni siquiera constituían un solo grupo homogéneo, sino varios, separados por historias, lenguajes, culturas y economías distintas que ya los dividían socialmente en dominaciones y clases superpuestas”.
El almirante genovés tocó tierra cubana por Cayo Bariay, accidente geográfico perteneciente hoy a la provincia de Holguín, donde habitaron todos los grupos culturales que existieron en el territorio cubano en la etapa precolombina.
Pero ¿quiénes eran?, ¿cómo vivían?, ¿cuál era su cultura?, ¿cómo estaban organizados?, ¿fueron exterminados totalmente? Son algunas de las interrogantes que han guiado a investigadores por décadas en el afán de conocer a los verdaderos descubridores de Cuba.
Primeros habitantes
El arqueólogo Juan Guarch explicó a Prensa Latina que evidencias de la presencia de las distintas clasificaciones de estos grupos, en Holguín, se encontraron en zonas del municipio de Mayarí, donde hay vestigios de los llamados cazadores, los más antiguos.
“Investigaciones demostraron, además, el paso en otras áreas de los pescadores-recolectores, o siboneyes, quienes vivieron de la cacería y sobre todo de la pesca; así como de los protoagrícolas, los que compartían actividades económicas similares a los anteriores y trabajaban la cerámica, de forma tosca”, argumentó Guarch.
De una cultura superior eran los agricultores-ceramistas, definición que agrupa a los taínos. Ellos se posesionaron de toda la región oriental de Cuba y desarrollaron, de forma bien organizada, la agricultura; dominaban la alfarería y el trabajo con piedras, entre ellas la serpentina.
Precisamente, de este grupo étnico se hallaron disímiles objetos que brindan pistas de cómo fue su vida y cómo cambió ésta con la colonización española, la cual en muy poco tiempo redujo y masacró a la población nativa cubana.
Una idea de la rápida desarticulación de esta estructura social, lo demuestran estudios recogidos en el libro “Indios en Holguín”. Al momento de la conquista, según el demógrafo e historiador Juan Pérez de la Riva, los pobladores indígenas sobrepasaban los 110 mil habitantes.
Esta cifra ha ido cambiando a partir de los hallazgos de nuevos lugares de asentamiento. Textos de fray Bartolomé de las Casas y otros cronistas dejaron constancia de lo que conllevó a su drástica reducción.
Para el historiador cubano, Hernel Pérez Concepción, “la colonización de la Isla por las huestes de Diego Velázquez destruyó, en poco tiempo, todo lo construido por el aborigen, tanto en su aspecto espiritual como material, apoyándose en la fuerza bruta empleada para imponerse.
“El choque de estas dos culturas (española-americana) trajo que la de menos desarrollo, en este caso la aborigen, sufriese un trauma desarticulador, que hace de este la causa principal de la disminución violenta del indígena americano”.
Esto, unido a suicidios, epidemias, aumento de la mortalidad infantil, masacres, homicidios, hambrunas y el mestizaje, incidieron en el ocaso de aquellos aventureros —como dijo Fernando Ortiz— que en rústicas canoas, sin carabelas, brújulas o astrolabios, llegaron a este país siglos antes.
Los indios en Cuba, ¿están extinguidos?
El vicepresidente de la Red del Historiador del Conservador de las Ciudades Patrimoniales de Cuba, Alejandro Hartmann, en exclusiva con Prensa Latina, destacó que diversas investigaciones antropológicas realizadas durante décadas, demostraron la existencia de 22 comunidades de descendientes en todas las provincias orientales, desde la ciudad primada de Baracoa (Guantánamo) hasta Camagüey.
En los estudios de campo y en los archivos provinciales de parroquias y arzobispados, comprobamos que a pesar de que el censo español de 1777 eliminó el término indio, los curas continuaron registrando tal denominación en los bautismos, nacimientos, defunciones y matrimonios.
“A partir de estas informaciones y la pesquisa en las distintas comunidades y barrios señalados, realizamos una cuenta familiar que, hasta el momento, nos identifica a más de 12 mil Rojas, Ramírez, Romero y Rivera”.
De esas familias procede el cacique Francisco Rojas Ramírez, de la comunidad conocida como La Ranchería, perteneciente al Consejo Popular La Caridad de los Indios, en el municipio guantanamero de Manuel Tames.
El asentamiento tiene unas 11 casas y alrededor de 20 personas, y es uno de los contados sitios escondidos en las montañas orientales donde sus antepasados lograron sobrevivir.
Hartmann —también historiador de Baracoa—, resaltó el trabajo científico realizado por un grupo multidisciplinario que integraron la doctora Beatriz Marcheco, directora del Instituto de Genética de Cuba; el sociólogo Enrique Gómez, y los fotógrafos Héctor Garrido y Julio Larramendi.
Ellos demostraron cómo aún está viva la huella aborigen. Según publicó Marcheco, “los cubanos actuales conservan una alta proporción de genes nativos americanos heredados a través de las madres y que constituyen, como promedio, más de la tercera parte de los genes ancestrales transmitidos por la vía de los linajes maternos”.
Estudios genéticos desarrollados por la científica revelan que el 34,5 por ciento de la población cubana general heredó el ADN mitocondrial nativo americano. Los niveles más altos están en las provincias de Holguín (59 por ciento) y Las Tunas (58 por ciento).
Una huella cultural
¿Qué heredamos de nuestros ancestros primigenios? Más allá de esa porción mitocondrial en nuestro ADN, hoy perdura en la vida cotidiana e imaginario colectivo una identidad que a veces creemos imperceptible.
Alejandro Hartmann enumera la sabiduría agrícola del conuco, la siembra basada en las fases de la luna, la confección del casabe y maíz como platos de los antecesores, la cura del rastro, el sobar, esta última práctica muy popular que pasó de generación en generación para sanar el malestar de estómago.
“El bohío es otra evidencia inobjetable. Esa construcción vernácula está presente en muchas zonas rurales de nuestro país, aunque la Revolución edificó cientos de escuelas, salas de video, casas de cultura, consultorios del médico de la familia y otras construcciones”.
Asimismo, están vigentes un sinnúmero de indoamericanismos que son parte del vocabulario cotidiano. “Baracoa, la primera villa de nuestro país, fundada por Diego Velázquez el 15 de agosto de 1511, conserva su gentilicio de origen Aruaco que significa existencia de mar”.
Otros vocablos latentes en el territorio nacional son: Toa, Duaba, Moa, Bariay, Jiguaní, Bayamo, Habana, Camagüey, guanábana, mamey, guayaba, aguacate, ají, anón, caguairán, mangle, caoba, ceiba…
Entre los zoónimos resaltan jutía, jicotea, carey, manatí, majá, bibijagua, iguana, caguama, macabí, colibrí y tocororo; mientras que de la cultura material están barbacoa, caney, bohío, bajareque, casabe, ajiaco, conuco, güiro, jaba, canoa, guamo, hamaca y muchos más.
Desde el punto de vista arqueológico, en Holguín —una de las plazas más importantes del país en ese aspecto— sobresalen lugares como el Chorro de Maíta, en Banes, un cementerio aborigen de gran relevancia en área del Caribe. También el Museo Indocubano Baní, el cual posee un rico testimonio de las antiguas culturas aborígenes de esa zona.
El Héroe Nacional de Cuba, José Martí, en uno de sus textos escribió: “hasta que no se haga andar al indio, no comenzará a andar bien la América”; de ahí esa deuda e imperiosa urgencia de preservar y mantener con orgullo una herencia que corre por nuestras venas y vive en la cotidianidad
(Tomado de Prensa Latina).