Es una cruel ilusión del espíritu creernos y llamarnos pueblos nuevos . Es de vejez que pecamos. Los pueblos modernos son los que resumen en sí todos los progresos que en las ciencias y en las artes ha hecho la humanidad, aplicándolas a la más general satisfacción de las necesidades del mayor número. (Domingo Faustino Sarmiento, presidente argentino, 1871).
Los débiles, los mal preparados, los que carecen de elementos para consumar victoriosamente la evolución, tienen que sucumbir, cediendo el campo a los más vigorosos, o que por las características de su modo de ser lograron sobreponérseles y pueden trasmitir a su descendencia las cualidades a las que debieron la supremacía. (José Yves Limantour, asesor de Porfirio Díaz, presidente de México, 1885).
La Iglesia evangélica perdió espacio ante la ciencia cuando dejamos que la Teoría de la Evolución entre en las escuelas. (Damara Alves, ministra de la Mujer y Derechos Humanos de Bolsonaro, Brasil, 2019).
Hay mucho despilfarro. Nunca vi un Gobierno que malgaste tanto los recursos. Hacen empresas tecnológicas que no hacen falta, se generan empresas satelitales que no funcionan. (Candidato a presidente Mauricio Macri sobre el programa espacial de su país, 2015).
Las citas que inician estas breves notas son representativas de un proceso de cambio profundo en el comportamiento de las élites latinoamericanas con respecto a la relevancia y el rol dados a la Ciencia y la Técnica en el pasado. Diríamos que, con un siglo de distancia, las élites han pasado de ser las fundadoras de la tradición científica occidental en nuestros países, a renegar y descreer del rol y el sentido del saber científico.
A fines del siglo XIX y principios del XX las élites terratenientes gobernaban sin disputas las nuevas repúblicas latinoamericanas. Aquel «orden conservador» ha sido llamado –no sin razón– república oligárquica. «Oligarquía» –tal la definió Aristóteles– significaba en la Grecia antigua, el «gobierno de los más ricos» y era una deformación de la aristocracia –el gobierno de los mejores–.
En nuestras repúblicas terratenientes, una sola clase –los más ricos– controlaba el Poder Ejecutivo y también los legislativos. El cuadro se completaba con la posesión sobre el Poder Judicial y las Fuerzas Armadas. Los mismos apellidos y las mismas familias repetían sus nombres en las presidencias, las diputaciones y los juzgados de Argentina, Brasil, México o Chile para mencionar sólo algunos de nuestros países.
Habiendo definido que una férrea oligarquía lo controlaba todo (en especial el Estado) resulta interesante plantearse que, además, en ese período serán estas oligarquías las que se interesen, promuevan y desarrollen las Ciencias en América Latina.
Universidades, Museos de Ciencias Naturales, contratación de científicos europeos y norteamericanos, fundación de Institutos de Investigación, inversión en enviar estudiantes de ciencias a Europa, la oligarquía no invertía en casi nada que no fuera su propia reproducción, pero sí lo hizo en Ciencia. ¿Por qué en aquellos años las élites oligárquicas promueven las Ciencias y porqué hoy la rechazan?
Ciencia, civilización y progreso irán casi siempre de la mano en la discursividad política y científica de aquel período del siglo XIX. La Ciencia es vista como el fundamento indiscutible del proceder de las élites oligárquicas, que se sienten portadoras y hacedoras de una realidad «superior».
Los científicos son consultados, reconocidos y aún incorporados a las áreas del Estado: baste señalar el rol de «Los científicos» (así se autodefinían) durante el porfiriato en México o la llamada Generación del ochenta en Argentina. Podríamos decir que, áreas claves del Proyecto Oligárquico se justificaban como resultado de los dictámenes y de los «avances» científicos: La conformación de un Estado nacional y su administración se basaba en los «modernos» dictámenes de la ciencia política; los proyectos de refundación racial –la expulsión, destrucción y hasta exterminio de los pueblos originarios en casi todos los países latinoamericanos– eran fundamentados en las profusas investigaciones europeas del cientificismo positivista que sostenían allá la expansión del imperialismo occidental y aquí la expansión del Estado y la economía capitalista sobre territorios como la Patagonia o la Amazonia. También se sustentaban en el saber científico las políticas higienistas que pretendían «resolver» las «lacras sociales» –sobre todo urbanas– encerrando a todos aquellos considerados anormales o dementes u operar sobre las «enfermedades sociales».
Así, podemos afirmar –en términos muy generales– que las «ciencias» o lo que se denominaba ciencias en aquel período y su correlato institucional (Universidades e Institutos y Museos) se fundaron para justificar, fortalecer y sostener en el campo de las ideas y de la realidad, el proyecto económico, estatal y societal de las oligarquías latinoamericanas. Las Ciencias venían a corroborar el proyecto oligárquico en tanto este tenía que fundar el Estado nación y asociar la economía terrateniente a las demandas de la Industrialización europea y norteamericana. Un proyecto de Estado, un proyecto de economía territorializado y un proyecto societal de las élites que aunque asociado desigualmente a las potencias capitalistas (Gran Bretaña y los EEUU sobre todo) necesitaba de ese entramado institucional-político-científico para justificar su proceder.
Los gobiernos del primer ciclo nacional-popular del siglo XX en América Latina y aún los desarrollismos de la década de 1960 y 1970 propusieron un cambio en aquel paradigma científico de las élites oligárquicas: la Ciencia y la Técnica como actividades claves para la construcción de naciones con soberanía científica creciente. Las Ciencias y la Técnica ´propias como soporte de la búsqueda del crecimiento económico con inclusión social en los gobiernos nacional populares y como modernización estructural en los desarrollismos. El lugar de la Ciencia seguía siendo clave para la construcción de una nación soberana, claro que despojada en buena medida de sus postulados positivistas, racistas y excluyentes.
¿Qué ocurre en la actualidad?
El entramado de lo que podemos llamar hoy «oligarquías latinoamericanas» es diferente y a la vez similar al de hace un siglo atrás: el Estado es una arena de disputa que no siempre controlan; tampoco controlan como en antaño totalmente los poderes legislativos; pero sí tienen peso en el Poder Judicial y las FFAA. Tampoco son exclusivamente terratenientes –aunque en parte sí en algunos países– siendo la especulación financiera y la búsqueda de inserción en los procesos de financierización internacional su apuesta clave.
A diferencia de las élites de fines del siglo XIX y principios del XX, las oligarquías latinoamericanas actuales no «necesitan» de un proyecto de país (menos aún de nación) sino mas bien todo lo contrario: la universalización acelerada de la economía (eso que llaman globalización), la desterritorialización de los activos financieros y la deslocalización productiva vuelven –para las élites oligárquicas actuales– obsoletas a las fronteras nacionales, al Estado como institución regulatoria (salvo para acompañar el desmantelamiento de toda soberanía) y a la política como representación de los intereses del bien común y la búsqueda de una nación incluyente. Todo ello –Estado, soberanía y política popular– deviene entonces en un serio obstáculo al logro de una rentabilidad que se imagina siempre creciente y despojada de las trabas de la nacionalidad.
Y si no son necesarios los Estados como garantes del bien común, ni la pertenencia a un proyecto de país/nación ni a una marco colectivo, entonces tampoco resulta necesario apelar a las ciencias como fundamento de su hegemonía ni de un proyecto «civilizatorio» superior.
Despojadas de toda pretensión colectiva y racional, las élites latinoamericanas no sólo no recurren a la «Ciencia» como fundamento de su proyecto societal sino que –muy por el contrario– proponen su anulación. Los gobiernos de derechas de la última década han intentado o logrado reducir los presupuestos científicos y educativos, eliminar instituciones científicas, alentar la reducción de la matrículas universitarias y degradar el nivel de las instituciones estatales dedicadas a fomentar la ciencia y la técnica.
Pero es en el plano de la construcción de sentido –en la discursividad– en donde la toma de distancia de cualquier pretensión científica se ha demostrado mas evidente: la aparición de teorías conspirativas sobre las enfermedades pandémicas, los grupos antivacunas, las concepciones terraplanistas y el negacionismo científico en temas largamente instalados como la teoría evolucionista o las ventajas y beneficios de la vacunación. Hay –en las élites– una especie de apuesta profunda al irracionalismo, a desentenderse de toda pretensión científica que pudiera entorpecer el desenfrenado y destructivo –para la sociedad humana y para el medio ambiente– despliegue del neoliberalismo mas descarnado. Los medios masivos de comunicación hegemónicos reproducen y distribuyen estas concepciones hacia amplios sectores de las clases medias y aún de los sectores populares. Una especie de negacionismo que descree de toda recomendación de tipo ambiental, económica o social que provenga del mundo científico contrastándolo contra el «libre» despliegue de las fuerzas de la economía.
Son los gobiernos nacional-populares, de base democrática, los que han intentado e intentan apoyarse en políticas públicas que tengan –aunque mas no sea mínimamente– sustento en definiciones de carácter científico. El financiamiento de proyectos e instituciones nacionales de carácter científico-técnico; la ampliación de la educación universitaria, los programas de repatriación científica y la visibilización de la necesidad de desarrollo de soberanía científica y técnica provienen hoy de aquellos para los que la desestructuración y el descalabro neoliberal significan pobreza, miseria y destrucción familiar y social.
Asistimos a una encrucijada civilizatoria en nuestros países de América Latina: la ciencia, los sistemas científicos y las instituciones universitarias públicas son vistas por las élites oligárquicas actuales como un serio obstáculo para su proyecto desenfrenado de sobreexplotación social-ambiental-global.
Por eso resulta imprescindible trabajar sobre la necesidad de sistemas científicos y de producción técnica soberana en dos planos fundamentales: uno el de los recursos, destinando presupuestos crecientes para sostener y desarrollar lo existente al mismo tiempo que generar –en las universidades públicas incluyentes y las instituciones científicas– una convocatoria permanente a la formación de perfiles científicos y técnicos nacionales y asociando los sistemas científicos y universitarios latinoamericanos. El otro paso es dar la batalla por la construcción de sentido, por la defensa y promoción de las ciencias y la técnica en nuestros países latinoamericanos como parte de la búsqueda de sociedades mas equitativas, con desarrollo inclusivo y ambientalmente sustentables.
(Tomado de diariocontexto)