Ya bien entrado el siglo XXI, como para que no queden dudas de nuestra profunda y dolorosa inmersión en él, los debates en torno a la televisión parecieran haberse agotado… Y para mal, pues para muchos este es ya un caso perdido. Se ha arraigado tanto la supuesta e irrebatible verdad de sus también supuestas discapacidades, que casi nadie osa redimirla de la banalidad a que unos la han condenado y de la industriología a que otros quieren reducirla.
Por tanto, en nuestro propósito de despropósito, como quiera llamársele, de seguir defendiendo una televisión, pública, creadora de contenidos e imaginarios experienciales y movilizadores, espacio de socialización y de placer, me gustaría revisitar algunos conceptos que creo imprescindibles para reavivar el debate en este sentido:
La calidad: Este es sin dudas una de las significaciones que nos conduce a mayores polémicas: o se mira desde los emisores o los mensajes solamente, o se hace desde la recepción. Por supuesto, este último enfoque nos lleva entonces a la conceptuación de públicos y del público. Uno y otro se coloca en extremos nada deseables.
El propio David Morley, quien nos ha legado estudios antológicos sobre la recepción televisiva, apunta que los debates sobre el papel de los medios en la construcción de identidades culturales deben llevar aparejados la definición de los contextos.
Por otro lado, en una lectura simplificada de los estudios de Stuart Hall, pudiera pensarse que los públicos siempre se las arreglan con los mensajes, de modo que la responsabilidad de los emisores queda salvada, así se equipara el lugar de productores y consumidores, dejando de lado la gran problemática de la calidad.
Vale la pena apuntar que dada la fragmentación de la audiencia en el mundo contemporáneo, nos obliga a mirar a públicos. Sin embargo, no podemos olvidar, por un lado, que recepción no implica demanda necesariamente, y además, que una teoría del público general, del gran público, nos enfoca entonces al contexto social. Uno y otro concepto nos son necesarios para hablar de la televisión.
Y volvamos entonces a la calidad de la televisión como espacio cultural, que ha sido calificada por algunos estudiosos como la persecución de un fantasma. Sobre esto se ha considerado que siempre nos movemos en dicotomía ¿popular vs calidad?, ¿cultura vs gusto?
Es cierto que no podemos acercarnos a un esclarecimiento de calidad obviando los públicos -el público, pero hace falta más, un enfoque que contenga los gustos todos, pero a su vez que se despoje de populismo cultural.
Coincido con algunos análisis que enuncian que cualquier juicio sobre la calidad de un programa televisivo debería depender de lo que el público extrae en el sentido de que sus lecturas manifiesten tres dimensiones imprescindibles:
1-Una dimensión ética: ¿este mensaje televisivo es capaz de provocar en el espectador una visión ampliada de su condición humana en sus múltiples manifestaciones?
2-Una dimensión estética: ¿el mensaje es capaz de que el público, los públicos, sean conscientes de las condicionantes formales o estéticas que se ponen de relieve?
3-Una dimensión extática: ¿hasta qué punto el contenido televisivo es capaz de hablarle a la imaginación de quienes lo perciben?, ¿es capaz de fascinar, de generar placer, de movilizar los sentidos?
Así, tanto para los contenidos ficcionales como los informativos, nos planteamos hoy una televisión que debiera contar –a mi juicio- con estos aspectos.
¿Pero, en qué escenarios nos estamos planteando estas nociones?
Referiré dos de ellos:
1-Desde el punto de vista cultural-industrial: Vivimos la etapa de la hipertelevisión, como refieren algunos especialistas y que dejara explicitado recientemente por la profesora española Inmaculada Gordillo. Esta etapa que contiene la revolución tecnológica, la hiperbolización de fenómenos que vienen ocurriendo desde la neotelevisión como la concomitancia de televisión generalista- televisión temática-televisión web y su impacto en los géneros y formatos, al punto de hallarnos ante una hibridación indiscutible de ellos así como en la consiguiente fragmentación de los públicos-comunidades.
2-Desde el punto de vista de recomposición económico-social de las sociedades contemporáneas. Aquí nos detenemos en dos aspectos a su vez: por un lado, lo que José Luis Brea ha llamado el Tercer Umbral con sus coordenadas que implican la colisión inédita de los registros de la producción simbólica y la economía para dar lugar al surgimiento de la gran industria de la subjetividad. Y por otro lado, la crisis económica global cuyo impacto en la televisión en general y en las televisiones públicas nacionales y locales específicamente, han significado un duro golpe para la producción de contenidos, cediendo espacio a fórmulas economicistas-populistas que rebajan las posibilidades de elaborar una televisión de calidad desde el sentido que venimos apuntando. A partir de la asistencia a las Jornadas de Comunicación que cada verano convoca la Universidad de Valencia y la observación in situ de algunas televisoras autonómicas como las de Sevilla y Valencia, me confirman que estamos ante un escenario que pudiera ser muy riesgoso para la salud de la televisión pública y las implicaciones de calidad que nos demandan por qué no, los públicos de hoy. La supresión de programas relatos-narrativas antropológicas, la compresión de las parrillas televisivas, la llamada externalización productiva, vienen precarizando las rutinas productivas con un impacto indeseable en los contenidos televisivos.
Y vuelvo a las mismas preguntas que hiciera en esos escenarios y que considero bien podrían ser útiles para cualquier realidad, incluida la cubana y cuyas potencialidades -en mi opinión- no afectarían en lo más mínimo la calidad ni la competitividad televisiva, todo lo contrario, podrían rescatarlas:
¿Por qué no sumamos decisivamente a los públicos a la producción televisiva, no solo para tener en cuenta sus criterios, sino desde la producción misma? ¿Por qué la televisión pública no cuenta como parte de sus parrillas de programación con la elaboración de mensajes realizados directamente por los públicos y con una articulación creadora con los especialistas que tiene en sus plantillas? ¿Por qué no aprovechamos la democratización tecnológica