En uno de los capítulos de la serie audiovisual Glorias del periodismo cubano, Marta Rojas, Premio Nacional de Periodismo José Martí, evoca momentos de su vida profesional. Hoy, que hemos conocido de su partida física, publicamos nuevamente un fragmento de esta entrevista, aun inédita en su totalidad, en la que Marta narra las singulares circunstancias en que se inició su carrera profesional. Esta historia, no por contada en disimiles formas y contextos deja de ser interesante. En ella se conjugan la casualidad, el instinto periodístico y la entereza de su protagonista.
—Marta, su carrera como periodista prácticamente comenzó con la cobertura de los hechos del Cuartel Moncada…
—Claro, yo terminé la carrera a principios de 1953. Tenía que terminar en el ’52, pero hubo retraso por el golpe de estado de Batista.
—Sí, pero ¿más allá de las circunstancias casuales que convergieron, ¿por qué usted fue hasta el Cuartel Moncada cuando supo que allí estaba pasando algo?
—Bueno, la verdad es que yo había ido a mi casa de vacaciones, a Santiago. Terminé mis exámenes aquí en La Habana y fui para participar en los carnavales, como hacía todos los años. El fotógrafo de Bohemia en Santiago, Panchito Cano, que vivía cerca de casa, sabía que yo estudiaba periodismo y en dos o tres ocasiones anteriores él me había pedido que le hiciera pequeñas notas, crónicas o pie de grabados a trabajos que él mandaba para la revista. Ese día por la tarde, fui con mis amigos para los carnavales, y me encontré con él. —¿Te quieres ganar cincuenta pesos?, me dijo. —¿Qué tengo que hacer? —Una crónica del carnaval y unos pie de grabados, pero tienes que estar conmigo para que veas los mamarrachos que retrato.
—Los carnavales de Santiago se extendían toda la noche. Y de pronto sentimos el tiroteo. Yo nunca había oído un tiroteo, nada más que en las películas del oeste. Y le dije a Panchito: —Ay, mira, los fuegos, los cohetes chinos.
—No, esos no son cohetes chinos. Son tiros. Se están fajando los soldados. Se fastidió el reportaje del carnaval. Te puedes ir porque no puede salir la crónica.
—Vamos a hacer la de los tiros, le respondí. Porque en la escuela de periodismo nos habían enseñado que lo último que ocurre, lo más impactante, es lo que ponen en primera plana. Fui entonces con el fotógrafo y los demás periodistas a ver qué había pasado. Ya había cesado el combate, que no fue largo, pero los militares se quedaron allí para dar una conferencia de prensa. Yo tenía en los bolsillos los rollitos de fotos que él me iba dando en los carnavales para tener las manos libres. Y así entré al Moncada. Y le dije a Chaviano (que después le llamaron El Chacal de Oriente):
—Yo quisiera hacerle una entrevista. Porque, sin saber de qué se trataba, pensé: “Si Panchito va a mandar fotos, le hago el texto, ya no de los carnavales sino del hecho”. Sabía que había ocurrido un combate, pero nada más.
—Entonces había una norma que limitaba a quienes no fueran graduados de periodismo, estuvieran colegiados y pertenecieran a un órgano de prensa a hacer coberturas en conferencias y actos oficiales. Yo no cumplía ninguno de esos requisitos. Pero estuve en la conferencia, y le pedí permiso al presidente del Colegio de Periodistas, un hombre de apellido Nicot.
—Ay, a mí me gustaría hacerle una pregunta al coronel, a Chaviano. Se lo pedí porque habíamos pasado varias horas en el cuartel antes de la conferencia y en un momento que fui al baño vi a dos mujeres sentadas, a quienes les estaban tomando declaración. Quería preguntarles quiénes eran. Entonces ese Nicot me dijo:
—¿Tú no eres la hija de Rojas, el sastre?
—Sí
—Ah, está bien, hazle la pregunta. Fue casi una concesión. Es muy interesante porque hoy, afortunadamente, los estudiantes de periodismo pueden hacerlo desde el primer año, pero en aquel momento a eso se le llamaba “intrusismo profesional”. Entonces le pregunté a Chaviano: —¿quiénes son las dos mujeres que ví aquí? Él me contestó muy bravo, y mirándome me dijo: —No, aquí no hay nadie preso. Todos murieron en el combate. Y no le pregunté nada más. Pero un rato después me enteré de que el soldado ese le había dicho que un fotógrafo había retratado a las mujeres, que eran Melba y Haydée. En fin, que aquel día cubrimos la conferencia de prensa, recorrimos todo el lugar, y el fotógrafo, que era un hombre de experiencia, supo que iba a haber censura.
—No nos van a publicar nada, previno. Y me pidió los rollos de las fotos de los carnavales (que fueron los que entregó al ejército) y me dio los de las fotos que había tomado en el Moncada. —Yo me voy a desaparecer, dijo. Luego me encargó que los trajera para La Habana, y yo se los entregué al director de Bohemia el día 27 por la noche. Vine en avión, Panchito me pagó el pasaje.
—Ese fue mi primer contacto con la revista Bohemia. Porque yo no iba a trabajar en Bohemia. Hice mis prácticas de periodismo en el Canal 2 de televisión, de Pumarejo, en Mazón y San Miguel. Los alumnos del interior no conocíamos a nadie en los periódicos, no teníamos influencias. Pero como la televisión empezaba, pues fueron a a la escuela a buscar estudiantes que quisieran aprender a hacer periodismo de televisión, y entre ellos me escogieron a mí. Estuve dos años en la televisión, dentro del sector deportivo, en el fútbol. Tenía que presentarme en septiembre para empezar a trabajar allí, pero cuando no me publicaron lo que escribí aquel día en el Moncada, por la censura, volví para Santiago. Al director de Bohemia, Miguel Ángel Quevedo, y a Enriquito de la Osa, uno de los más grandes periodistas de Cuba, les interesó cómo hice la nota, como de dos o tres cuartillas. Y volví a Santiago.
—Inmediatamente después empiezan a hablar de que va a haber un juicio, el 21 de septiembre. Me quedé en Santiago para ver si podía ir al juicio. Y efectivamente, un joven que yo conocía, abogado, habló con el doctor Baudilio Castellanos, el abogado de oficio de la Audiencia, y le pregunto que cómo yo podía llegar al juicio.
—Mira, como hay censura no te van a decir nada, habla con los magistrados, le dijo. Le hice una entrevista a un magistrado y al presidente del tribunal, que técnicamente me describieron cómo iba a ser el juicio, qué artículos se iban a tocar. Ese material lo mandé para Bohemia (un fotógrafo de Santiago tomó foto, y como el texto no decía nada político, la censura lo pasó). Entonces le digo al magistrado:
—Ay, acuérdese que a mí me gustaría ver el juicio.
—¿Cómo me dijiste que te llamabas?
—Martha Rojas. Y él puso: Martha Rojas. Y entre paréntesis, Bohemia. El presidente del tribunal, Piñeiro Soria, fue el que me designó. El 21 de septiembre de 1953 empezó el juicio y terminó el 16 de octubre. A Fidel lo llevan a las primeras vistas; después lo retiraron. No soportaban su voz. Cada vez que él como acusado respondía, lo hacía denunciando los crímenes. Y ahí lo remiten de nuevo a la cárcel. Después viene el juicio en el hospital.
—Yo traje todo eso para Bohemia. No me lo publicaron. El censor hizo rayas, rayas y rayas sobre el texto. Cada uno de los días del juicio yo iba para mi casa y escribía lo que había pasado. Hice como doscientas páginas. Al llevar el texto a la revista, el director y Enrique de la Osa lo leen, y él me pregunta:
—¿Te gustaría trabajar aquí en periodismo de investigación?
—Sí.
—Bueno, pues entonces vas a empezar a trabajar en la sección En Cuba, en periodismo de investigación. Ahí no se firma, a menos que te mandemos a hacer un reportaje. Así entré en el periodismo.
Profesional incansable, cronista sin igual de nuestra historia más reciente, escritora. Un ejemplo para los periodistas cubanos de varias generaciones, un obligado referente para quienes abracen esta profesión.
Fue mi inspiración cuando aún era una ilusión convertirme en periodista. Como de muchos centenares de colegas en varias décadas. Pero, tal vez a diferencia de otros, pude compartir con ella como reportera y más tarde colaboradora de Verde Olivo, consejera y compañera en las noches largas de Granma, amiga fiel y desinteresada para aclarar cualquier duda. Nadie podía creer que tuviera más de 90 años ni que pensara festejar el próximo en su casa, entre amigos, conversaciones de literatua y periodismo y algún que otro traguito. Marta, nos dejaste esperando la próxima novela, tu siempre en busca de nuestras raíces, aunque me hubiera gustado leer la novela de tu vida, la de la hija del sastre santiaguero que su padre adoraba, y ella reía y reía, como hasta el fatídico tercer día de octubre de 2021. Gloria eterna, querida compañera Marta Rojas.
Frank comparto tus mismos sentimientos sobre Marta. Siempre habrá que acudir ella como un icono del periodismo cubano y revolucionario. A sus familiares y amigos, nuestro pesar.
Hoy desde Villa Clara expresamos condolencias por la pérdida de la periodista y amiga Marta Rojas. Nos duele mucho perder a tan valiosos colegas este 4 de octubre.