No hay dudas de que la mayoría recibe como un desafío el distanciamiento físico ante el peligro de contagio con la Covid-19.
Aun conscientes de su necesidad, la humanidad lamenta ese simple alejamiento físico, mucho más, cuando la prevención incluye evitar el saludo mano a mano. Nunca como ahora se demuestra la necesidad de tal contacto en las relaciones interpersonales.
Para comprender mejor la reacción, tomemos el ejemplo de los bebés que acabados de nacer aprietan el dedo a quienes les cargan, reacción intuitiva reclamando seguridad; después, durante toda la vida, una mano que se extiende es bien recibida no solo como saludo, sobre todo cuando las fuerzas faltan.
Psiquiatras y psicólogos explican que tal conexión humana deviene “conducta de apoyo social para disminuir el estrés, e incluye al sistema nervioso autónomo y al eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA), mediado por neuropéptidos involucrados en la vinculación social y la conducta afiliativa, añadida la oxitocina”.
Refieren también que las neuroimágenes reflejan cómo el apoyo social reduce la actividad en las regiones del cerebro implicadas en las emociones (corteza anterior, prefrontal dorsolateral y ventrolateral).
Los expertos agregan que el tacto transmite apoyo (no verbal), para la formación y mantenimiento de lazos sociales, y esos beneficios se identifican, tanto en adultos como en animales. Para resumir: el contacto social tiene valor positivo (dependiendo del contexto específico, cuando es bienvenido o agradable), para promover el comportamiento afiliativo y prosocial.
Definido como toque de cuidado en los humanos, beneficia el crecimiento y desarrollo durante la infancia y la vinculación en los adultos. El tacto reduce el estrés en la niñez y aumenta su efecto positivo y sedativo en los bebés ante el dolor y la incomodidad.
Otra denominación que lo clasifica es: teoría del apego bebé-cuidadores. Para mayor comprensión, se le considera una especie de amortiguador del estrés, pues regula las respuestas del organismo, como la frecuencia cardíaca, presente en factores estresantes.
Conclusión: el tacto, aunque sea el simple roce del dorso de la mano, reduce los sentimientos de exclusión social y percepción de la soledad, así demostrado en estudios de neuroimagenes; deviene, además, atenuación de “respuestas neuronales en la regulación afectiva al proporcionar apoyo social incorporado al tomarse de la mano los enamorados, o presente una amenaza o dolor”.
Realmente, el ser social nace y vive adaptado a la presencia y cuidado de otros, por lo que las emociones se constituyen sobre la base de interacciones sociales, incluido el tacto. Por tanto, la falta de contacto físico se asocia a acciones negativas.
En la infancia genera dificultades en el aprendizaje del habla, alteraciones del sueño, rendimiento escolar y agresión. En adultos, se relaciona con síntomas de ansiedad, depresión, soledad percibida y peor bienestar en general.
Sin embargo, respetadas las regulaciones de distanciamiento físico durante la pandemia de Covid-19, creció la capacidad de brindar y recibir este tipo de medida para proteger la salud ante la amenaza e incertidumbre global.
Y como beneficio añadido, las medidas restrictivas permitieron reafirmar los efectos positivos del toque social sobre la afiliación humana, permitiendo profundizar aún más en el estudio del grado en que el distanciamiento social afecta las experiencias táctiles y la salud mental.
Caricatura: Osval