Cada minuto, cada hora, cada día que pasa, el mundo empeora de manera inexorable, y no se ve de qué manera este fenómeno de degradación y deterioro logrará ser detenido y remontado. La humanidad ha perdido el control sobre el gigantesco experimento que ella misma desencadenó y que la conduce irremediablemente a una catástrofe.
Contra lo que supone la inmensa mayoría, por ignorancia o por desdén, estamos ya en la hora de las definiciones y de las decisiones que habrán de determinar el destino de buena parte de la humanidad y sus creaciones. Y este reconocimiento, que hoy es decisivo, constituye el reto principal y mayor solo percibido por una minoría de minorías, los únicos que logran atisbar en toda su dimensión el peligro que acecha.
Este empeoramiento, coronado por la pandemia del Covid-19, lo certifican 13 fenómenos agrupados en dos conjuntos de acontecimientos: “ambientales” y “sociales”. Para cada uno podrían dedicarse artículos enteros. Ahora sólo los menciono.
Entre los primeros debemos citar: inundaciones (en todo el orbe), huracanes, ciclones y tifones (cada vez más frecuentes y poderosos), sequías, temperaturas extremas (en Europa en 2003, en el Ártico, este año en Norteamérica), incendios forestales (California, Siberia, Australia), deforestaciones (por monocultivos transgénicos, ganadería, plantaciones diversas), contaminaciones (de aire, suelos, costas y mares).
Los cinco primeros son consecuencia confirmada del cambio climático; el resto, gracias a la locura industrial. En el segundo conjunto se ubican rebeliones ciudadanas (la primavera árabe hace una década, y después las ocurridas en Latinoamérica, Europa y Asia), migraciones (de las zonas marginadas hacia los enclaves privilegiados), autocracias (en la actualidad hay más países autocráticos que democráticos), gobiernos fallidos, crisis financieras (2008 y otras menores), accidentes diversos (petroleros, digitales, nucleares).
Este panorama se complica cuando esos 13 fenómenos se proyectan hacia 2050 en función de cinco grandes escenarios: la tendencia demográfica o poblacional, el embrollo energético, la crisis climática, la crisis del agua y el dilema alimentario.
Entre 2020 y 2050 arribarán al planeta otros 2 mil millones de seres humanos que requerirán alimentos, agua, aire, vivienda, educación, salud, transporte, trabajo, seguridad, esparcimiento y cultura. Al mismo tiempo los combustibles fósiles que hoy mueven al mundo moderno se agotarán: petróleo, gas, carbón y uranio, y todas las proyecciones ven inviable o insuficiente la conversión hacia las energías renovables (solar, eólica, hidráulica, geotérmica, etcétera).
La crisis climática que sigue sin resolverse incrementará los eventos extremos, sorpresivos e inesperados, y su mayor efecto reducirá las reservas de agua al derretir, como ya ocurre, los cascos polares y los glaciares de las principales montañas secando los ríos que permiten regar las mayores zonas de producción de alimentos (el caso más dramático: los Himalayas, de los cuales dependen China, India y Pakistán).
No se ve cómo para esa fecha habrá suficientes alimentos sanos si no se abandonan los insostenibles y contaminantes sistemas agroindustriales y se transforman en sistemas agroecológicos. En 2050, mil 400 millones de productores rurales tendrán que alimentarse a sí mismos y a una población urbana de ¡6 mil 300 millones de consumidores!
Atravesando esos escenarios, a la manera de una daga, se encuentra el antihumano sistema social dominante, la civilización industrial, tecnocrática, capitalista y patriarcal embelesada con su confort e individualismo, sus mitos y dogmas y, lo que es peor, proyectándolos como anestésicos hacia las masas (la obscenidad convertida en normalidad) y ocultando lo que es ya la mayor desigualdad social de toda la historia.
La pregunta obligada es si, paradójicamente, el mundo de hoy, depredado (crisis ecológica) y parasitado (crisis social) por una minoría cada vez más insensible, cínica e hipócrita, dedicada a festinar y a exhibir sus excesos (los Papeles de Panamá, Paradise y Pandora son una muestra), sólo podrá ser transformado mediante la autodestrucción del sistema, pues nadie ve cómo los 42 millones de seres humanos que acaparan 45 por ciento de la riqueza mundial dejarán de hacerlo, ni cómo los 4 mil 500 millones que sólo disponen de 16 por ciento lograrán organizarse e imponer un mundo más justo (datos del Banco Suizo).
No podemos seguir negándonos a visualizar, en toda su crudeza, el mundo que viene. Todos estos pensamientos, y otros más, ya se discuten y debaten entre los académicos que practican un nuevo campo de conocimiento: la “colapsología”, con una veintena de libros y decenas de artículos científicos.
Hoy estamos obligados a informar a las fuerzas que defienden la vida (humana y no humana) del mundo que se viene, para enfrentarlo y, en su caso, remontarlo. La acción será esencial. Sólo así evitaremos que “el destino nos alcance”.
Tomado de La Jornada