El 15 de septiembre de 1858 apareció en la capital una interesante publicación que, aunque recogió la sólida impronta de algunos de los más connotados intelectuales de la época, ha sido poco referenciada y estudiada, tal vez debido a su efímera existencia que apenas alcanzó el año y medio. Se trata de la revista quincenal La Habana, cuya última edición corresponde al 16 de enero de 1860.
Su contenido estaba pensado para los gustos de lectores con inquietudes artístico literarias, quienes encontraron materiales de calidad en la palabra escrita de figuras como Antonio Bachiller y Morales, Cirilo Villaverde, Francisco de Armas y Tranquilino Sandalio de Noda, amén de textos de reconocidos autores españoles.
Fundada y dirigida por el periodista y abogado —graduado en España— Adolfo Márquez Sterling, y por el reconocido novelista, poeta y traductor Francisco Calcagno, la revista La Habana contó con dos secciones fijas: Revista exterior, con diversos comentarios sobre temas sociales y culturales relativos a los países europeos, y Revista interior, donde reseñaban algunos de los principales acontecimientos que ocupaban las carteleras de los teatros habaneros, particularmente del más importante de la capital y uno de los mayores del continente en esa época, el Tacón, inaugurado el 15 de abril de 1838.
En el primer número de la revista se expresaba que “La Habana se presenta al público con legítima ambición: la de ser un espejo fiel de los adelantos y progresos de esta tierra privilegiada, el eco sonoro que lleve a propios y a extraños (sic) climas cuantos hechos y cuantos nombres sean dignos de llenar una página en la historia”.
Sin embargo, es curioso que en ninguno de los ejemplares publicados aparecía explícitamente el nombre de sus directores. En tal sentido, el prestigioso escritor y bibliógrafo cubano Carlos Manuel Trelles Govín, reconocido por sus trabajos de historia y medicina, asegura en Bibliografía de la prensa cubana (de 1764 a 1900) y de los periódicos publicados por cubanos en el extranjero, que sus directores fueron Adolfo Márquez Sterling y Francisco Calcagno.
A partir del 14 de marzo de 1859 este impreso comenzó a salir mensualmente. En ese mismo año, el 10 de agosto, inició su segunda época, en cuyo número correspondiente a esa fecha sus editores expresan: “Para que nuestro periódico corresponda a su título en cuanto esté en nuestras facultades, no pasaremos por alto nada de lo que atañe o atañer pueda a los intereses morales, sociales y económicos de Cuba; sobre todo nos ocuparemos de las producciones de todo género que vean la luz en ella, procurando dar a conocer las que merezcan ser conocidas; fomentaremos el amor a las letras y a los conocimientos útiles en la juventud que nace, y no perdonaremos medio ni fatiga para que La Habana llene su misión cumplida y satisfactoriamente. Su redacción corre ahora a cargo de una reunión de literatos, y no hay temor de que decaiga en variedad, amenidad e interés”.
A partir del 8 de agosto de 1859 a la revista La Habana se unió otra ya conocida entre el público, El Kaleidoscopio, que estaba dirigida por el destacado médico, escritor, crítico y poeta Ramón Zambrana y el conocido editor Próspero Massana. Luego de esa fusión aparecieron cuatro tomos; la última entrega que vio la luz correspondió al 16 de enero de 1860, aunque Trelles, en su ya mencionado trabajo, cita como fecha de terminación el 16 de enero de 1859.
Vale destacar que El Kaleidoscopio gozaba de gran reconocimiento entre la intelectualidad habanera, pues Ramón Zambrana no solo era respetado por sus aportes médicos, sino también por su obra literaria; y un año antes de producirse la conciliación de las dos publicaciones había contraído matrimonio con la Luisa Pérez de Zambrana. Ambos, en 1865, crearon el periódico literario La Revista del Pueblo, en el que incluían poemas, fragmentos de obras traducidas, discursos, sermones religiosos, y otros textos.
Las páginas de la mayoría de los impresos más autorizados de la época guardan el testimonio de Ramón Zambrana como poeta, literato, crítico literario, maestro y orador, facetas que fueron subrayadas por el propio Francisco Calcagno cuando expresó: “desde el doctor Tomás Romay ningún otro desempeñó a la vez tantos empleos y comisiones, siempre gratuitas, sin que jamás condecoración alguna ornara su pecho, porque sólo pretendió servir a la Patria…”.
La reconocida ensayista, crítica literaria e investigadora de figuras y temas de literatura cubana, Cira Romero Rodríguez, también estudiosa de la prensa cubana, en su artículo publicado en La Jiribilla, edición del 17 al 2 de marzo del año 2012 (Año X), bajo el título de La Habana y El Kaleidoscopio: dos revistas poco recordadas que se integran, afirma que esa unificación contribuyó de manera notable a enriquecer a la primera, “pues traía en su nómina la colaboración de nombres muy notables que se mantuvieron entre los colaboradores tras la fusión de ambas: Joaquín Lorenzo Luaces, Ramón de Palma, Anselmo Suárez y Romero, los hermanos Antonio y Francisco Sellén, Teodoro Guerrero, de origen español, pero asentado durante largos años en la capital de Cuba, donde, sin temor a la letra impresa, publicó más de 12 novelas, todas bien olvidadas, Pedro Santacilia, quien, radicado en México, llegó a ser secretario (y yerno) de Benito Juárez y, por supuesto, Luisa Pérez de Zambrana y su hermana Julia Pérez Montes de Oca”.
En enero de 1860, la situación económica hizo que los principales directivos de la revista La Habana, ahora con un equipo de lujo integrado por Márquez Sterling, Calcagno, Zambrana y Massana, a pesar de sus intentos por preservarla, tuvieron que ceder al fin de tan enriquecedor proyecto editorial caracterizado por la belleza literaria de sus textos, rubricados por muchos de los más ilustres intelectuales de la segunda mitad del siglo XIX.