En 1915, el equipo de béisbol de la ciudad de Cleveland, en los Estados Unidos, adoptó el gentilicio Indios; nombre con el que los “descubridores” bautizaron a nuestros pueblos ancestrales, ante la creencia de que habían llegado a las costas de Asia, supuestamente, único continente existente al occidente de Europa. En el béisbol, como en tantos otros deportes, es una vieja costumbre identificar a los equipos con nombres de especies de la fauna y flora, accidentes geográficos, lugares históricos, grupos étnicos, oficios, productos típicos y hasta prendas de vestir, entre muchos otros, que de alguna manera caracterizan una determinada ciudad, región o país.
En el béisbol estadounidense los hay de oficios muy “ilustres”, como los Senadores de Washington, o muy malvados, como los Piratas de Pittsburg; mientras que del mundo de las aves canoras, destacan los Orioles de Baltimore y los Cardenales de San Luis. Tampoco faltan nombres caídos del cielo —para no hablar de traídos por los pelos—, como los actuales Angelinos de Los Ángeles.
En nuestro béisbol también hay “piratas”, los de la Isla de la Juventud, por el aquello de que el escritor Robert Louis Stevenson (1850-1894), la dio a conocer como guarida de tales malhechores en su famosa novela La isla del tesoro; aves de corral, los Gallos de Sancti Spíritus; insectos violentos, las Avispas de Santiago; oficios milenarios, los Leñadores de Las Tunas, aunque no siempre hacen leña del árbol caído, por solo citar algunos de los más actuales entre muchos otros. Tampoco faltan felinos de vieja data, como los Leopardos de Santa Clara y los Leones de La Habana; estos últimos, en su nuevo hábitat de los “azules” de Industriales… Y, por supuesto, “indios”; los de Guantánamo. ¡¿Dónde si no?! Asiento de la cultura Taína, aunque no siempre su herencia se recoge como corresponde en nuestra historia. ¡Cuántos cubanos solo saben de la cultura Siboney, por la bella canción que le dedicara nuestro Ernesto Lecuona!
En mi niñez, en nuestra pelota invernal, simpatizaba con el equipo de Marianao, porque el tigre es mi felino favorito. Decía el gran poeta francés, Víctor Hugo: “Dios creó al gato, para que el hombre pudiera acariciar al tigre”. Pero, por entonces, pensaba que Dios había creado al tigre para que yo fuera del Marianao, aun cuando por la geografía me correspondía haber sido de los Elefantes de Cienfuegos, “de paso lento, pero aplastante”. Así de compleja es la vida desde sus inicios.
En cuanto a mi interés por el béisbol de las Grandes Ligas, era lo que entonces se le llamaba “un cambia casaca”, porque lo mismo le iba a los Orioles que a los Cardenales; es decir, a uno de los dos equipos de los bellos uniformes con pájaros, que en ese momento ocupara una mejor posición en la serie. También me interesaba el equipo de las Medias Blancas de Chicago, por la sencilla razón de seguir la actuación de mi ídolo, el legendario pelotero cubano Orestes Miñoso, quien en la pelota invernal cubana jugaba con los Tigres de Marianao. Nunca más he visto a un pelotero deslizarse en abanico en home con la elegancia que lo hacía Miñoso. En la década del cincuenta fue el único pelotero negro que le interesó tener en sus filas los Yankees de Nueva York. Sin embargo, la fanaticada de Chicago se opuso todo el tiempo a tal cambio o venta. Al calor de esta situación, hizo una colecta pública, y con el dinero recaudado le compró a Miñoso un Buick Special, último grito de la industria automovilística estadounidense. Pero, volvamos a lo nuestro, los nombres y no los hombres en el béisbol. A propósito, siempre me causó admiración el diseño algo caricaturesco del simpático indio en la gorra de los peloteros… Sí, el mismo que asomaba su sonriente rostro y la pluma por sobre el poderoso trazo en rojo de la “C” de Cleveland.
El deporte es como la vida, esa es su grandeza. Y los deportistas que militan en deportes que hacen uso de pelotas, sean estas del tamaño o material que sean, simbólicamente, lanzan, patean o golpean la forma misma de nuestro planeta. De ahí que cuando se gana un campeonato, los triunfadores se creen dueños del mundo, aunque su equipo responda al más humilde pueblo de provincia. En consecuencia, cada fanaticada y propietario de equipo –en este caso, de las Grandes Ligas—, tiene sus propias razones y valores. Tan es así, que los propietarios del equipo de beisbol de Cleveland, el pasado mes de julio, en pleno rebrote pandémico, finalmente, han decidido sustituir el nombre de Indios por el de Guardianes… ¿Guardianes de qué?, me pregunto. La causa: las acusaciones de racistas que han recibido por parte de los grupos defensores de los derechos de los pueblos indígenas norteamericanos.
A propósito, y de los “indios” de Milwaukee, ¿nunca se dijo nada? Hasta donde yo sé… Tal vez, porque los grupos defensores del honor ancestral en la ciudad cervecera no repararon en ello. O, por el contrario, al autodenominarse el equipo Bravos —nombre que ahora ostenta el de la ciudad de Atlanta— y representar en su uniforme una bella hacha petaloide –la conocida como tomahawk—, entre fanáticos y no tan fanáticos, cualquier reserva o roce al respecto, si es que lo hubo, para entonces ya estaba solventado. En los tiempos en que los pueblos indoamericanos campeaban por las praderas del Medio Oeste, esta hacha era instrumento de trabajo en la paz y símbolo de poder en la guerra. Y hasta el presente, todo parece indicar que los indios de la región de los Grandes Lagos, no han levantado el hacha de la guerra, como sí lo han hecho los de la Costa Este.
Todos los que me conocen saben que soy un admirador de las culturas ancestrales de nuestra América, desde el Estrecho de Bering hasta el de Magallanes. Mis artículos y textos sobre el tema son mi mejor respaldo. Mi tesis doctoral en Ciencias de la Información, defendida en la universidad tinerfeña de La Laguna, España, en setiembre de 1993, tiene como capítulo introductorio los medios de comunicación representativos de las culturas prehispánicas. Pero, tal admiración por estas culturas, no me distancia de ciertas verdades, quizás, ya tan apegadas a uno por la experiencia, que me las creo como tales. También entre los que defienden causas justas, no faltan los que se extralimitan o pronuncian a favor de los actos extremos. Ante la probidad y justeza de sus luchas, me declaro a su favor. Ante el cambio de nombre del equipo de béisbol de Cleveland, con el que se reconoce desde hace más de un siglo, me declaro contrario, aun cuando desconozco interioridades y situaciones del citado equipo y su fanaticada, por demás, bien distante de la mía. Somos humanos, nos conocemos. ¡Quién puede incurrir en racismo por simpatizar con los “indios” de su equipo de béisbol? Si con cambiar los nombres, se cambiaran los males que aquejan a nuestra humanidad, primero habría que cambiar las palabras “hambre” y “guerra”. Pero, lamentablemente, no es así como se cambian las cosas que urgen cambiar en este mundo. En tanto, en lo que a mí respecta, esté o no de acuerdo conmigo, estimado lector, mi semejante, desde el próximo campeonato en pandemia, extrañaré al simpático indio asomar su sonriente rostro y pluma por sobre el poderoso trazo en rojo de la “C” de Cleveland.