Cuando hablamos de juventud, ¿de qué juventud estamos hablando?
Hablar de juventud en Cuba es hablar de juventudes, pues el concepto no tiene un sentido homogéneo. Algunos parámetros podrían caracterizar al conjunto de ese segmento etario, pero en la Cuba de hoy los jóvenes son bien diversos en cuanto a otras características sociopsicológicas, en dependencia de cómo confluyen factores como el género, el territorio, la familia de origen, su inserción social, su orientación sexual y el color de su piel.
En términos concretos, se consideran jóvenes en Cuba las personas comprendidas entre los 14 y 30 años, sin embargo, entre esas edades hay notables diferencias tanto biológicas como psicológicas y sociales. Por esa razón se han distinguido tres subgrupos (Domínguez, 1997): juventud temprana (14-17 años), juventud media (18-24 años) y juventud madura o tardía (25-30 años). Autores como Laura Domínguez García y Lourdes Ibarra Mustelier (2003) asocian el inicio con los 16, por ser la edad jurídicamente aceptada para votar. Es la juventud media donde se expresan los procesos típicamente juveniles. La sociedad, la familia y la juventud son dimensiones de interinfluencia recíproca. Para analizar la relación entre familia-juventud y realidad social tendríamos que partir del presupuesto de que todo lo que ocurre en la sociedad impacta a las familias y a cada uno de sus miembros, y, a su vez, lo que ocurre en las familias trasciende su marco particular para incidir en la sociedad en su conjunto. En Cuba, al igual que en otros países de la región, se han producido una serie de transiciones familiares que, por supuesto, gravitan en las trayectorias vitales de los jóvenes.
Enunciaremos algunas características sociopsicológicas de las familias de nuestros jóvenes, resultantes del análisis de diversas investigaciones, censos y encuestas realizadas por expertos cubanos:
- Por una serie de razones sociales, culturales y económicas, la familia de origen de los jóvenes en Cuba es un espacio de influencia hasta bien avanzada la juventud, de ahí que como grupo social mantiene su impronta formativa a lo largo de todo el desarrollo. La cuarta encuesta nacional sobre juventud (Centro de Estudios sobre la Juventud y Centro de Estudios de Población y Desarrollo, 2012) revela que la mayoría de los jóvenes cubanos menores de 30 años vive en la familia de origen; solo el 1.5 % de los 7 711 encuestados vive de forma independiente.
- De acuerdo a las estadísticas de divorcio en Cuba (Valdés Jiménez, 2007), el patrón conyugalparental es inestable en el tiempo, y dadas nuestras regulaciones vigentes, la madre, luego de la separación, queda al cuidado de su descendencia, por lo que hay predominio de la familia monoparental por vía materna.
- Algunos estudios muestran que, en la medida en que se incrementa la edad de los hijos, también lo hacen los números de divorcios y separaciones entre madres y padres (Semanat Trutie, Peñate Leiva y Risco Sánchez, 2019). En la trayectoria vital de un joven en Cuba, es muy probable que experimente diversos tipos de arreglos o estructuras familiares: primero nuclear, luego monoparental, y más tarde reensamblada por parte de padre, madre, o ambos.
- Tomando en consideración la estructura de convivencia de niños y jóvenes en Cuba (Íñiguez, Figueroa y Rojas, 2017), el 50.5 % de los niños y adolescentes cubanos menores de 17 años reside con ambas figuras parentales, por lo que forman parte o bien de familias monoparentales o de familias reconstituidas.
- Un 30 % vive solo con los abuelos, quienes para muchos han estado más presentes en sus vidas que el padre biológico (Íñiguez, Figueroa y Rojas, 2017).
- El núcleo duro de relación de un niño, adolescente o joven menor de 30 años, es decir, la persona con la que más establemente ha convivido a lo largo de su vida, es la madre. Le siguen, en orden de importancia, los abuelos (sobre todo abuela materna) y, en ocasiones, tíos.
- El padre biológico es la figura más inestable, en cuanto a presencia y responsabilidad, para casi la mitad de la población estudiada. En ocasiones los padres afines (culturalmente llamados padrastros) han jugado un papel de reemplazo.
- Dado que vienen de una generación de padres con grandes descensos en el patrón de fecundidad, una gran cantidad de jóvenes cubanos son hijos únicos de padre y madre biológicos. Es muy difícil encontrar, en la actualidad, a un joven en Cuba con más de tres hermanos de ambos padres biológicos, sobre todo en zonas urbanas. Por lo general, los hermanos, convivientes o no, son por parte de padre o madre, lo cual produce una filio-matri-centralidad en la familia, donde un hijo único ocupa simbólicamente un lugar protagónico en el escenario familiar, en términos de proyección, aspiraciones y demandas.
- Las familias de nuestros jóvenes son, por tanto, de relaciones de enlaces más filiales e intergeneracionales que conyugales y fraternas, donde pueden coexistir hasta cuatro generaciones, en especial en zonas urbanas, que son la mayoría.
- El número de los miembros familiares con los que se convive es reducido, al igual que los espacios físicos disponibles. Los jóvenes no siempre tienen acceso a un espacio propio, ni siquiera a un cuarto propio, y este es uno de los factores por los que conviven con su familia de origen hasta etapas avanzadas.
- Aunque viven en hogares de pocos miembros, el concepto simbólico de familia en Cuba se extiende a una red amplia de interacción, que incluye a la familia del padre, de abuelos, de tíos y familia emigrada junto con los amigos y vecinos, lo que constituye una fuente de apoyo importante.
- Las condiciones socioeconómicas son heterogéneas, en dependencia del territorio, condiciones de vida, ingresos, formas de inserción laboral, color de la piel, etc. Los datos muestran que la mayoría de las familias cubanas tienen estándares de vida de medio a bajo, esto antes del nuevo descenso abrupto que atraviesa la sociedad como secuela de la pandemia.
¿Cuál es el perfil psicológico que caracteriza esta dinámica relacional de los jóvenes con su familia? Una investigación del Centro de Estudios de la Juventud (Risco Sánchez et al., 2016) muestra que la familia es una esfera prioritaria que ocupa un lugar central en la subjetividad juvenil, tanto como elemento condicionante como resultante de la misma. Las otras tres esferas que menciona (superación, trabajo y condiciones materiales de vida) cambian su lugar en el orden de prioridad en función de los diferentes grupos, pero se reiteran en los primeros lugares. Por tanto, las dinámicas familiares tienen una fuerte influencia en los jóvenes, en su desarrollo y formación, y son determinantes en muchas de las encrucijadas vitales de la actualidad.
En consonancia con los resultados mostrados en la caracterización anterior, las figuras de la madre y la abuela son enaltecidas en las plataformas discursivas de los jóvenes. Esto se evidencia en temas de confianza, intimidad y cercanía, pues la mayoría declaran que es fundamentalmente con la madre con quien más conversan de temas íntimos. La madre resulta ser la principal confidente para todos los grupos de edades, aunque sus datos porcentuales disminuyen a medida que aumenta la edad. Las separaciones y divorcios de los padres no siempre alcanzan una buena resolución, cuestión esta que trasciende a los hijos, que se han visto afectados con respecto a la atención emocional y material que reciben de su progenitor no conviviente.
Estudios sociopsicológicos realizados en Cuba por diversas tesis de culminación de grado muestran que los hogares de convivencia constituyen familias de clima emocional con tendencia a niveles altos de conflictividad, al mismo tiempo que de cohesión y afectividad (Suárez Despaux, 2016; Pérez Arteaga, 2020). Se producen fuertes involucramientos afectivos, relaciones de interdependencia, de compromisos, apoyos, lealtades y responsabilidades entre generaciones. Dadas sus realidades de convivencia, son frecuentes los conflictos limítrofes por corrimientos de roles, de jerarquías, invasión de espacios y dificultades para llegar a acuerdos consensuados. Otras investigaciones muestran también que los estilos comunicativos para la solución de conflictos son deficientes (Álvarez, 2014; Pérez Arteaga, 2020). La relaciones verticalizadas (es decir, pocos hermanos, ausencia de la figura paterna, inclusión de nuevos miembros, no convivencia en el hogar de ambos progenitores) dificulta el equilibrio de poder y las relaciones más democráticas en los estilos educativos.
Hoy estamos hablando de una generación pos-Período Especial, la cual ha vivenciado y se ha socializado en una etapa de crisis y sucesivas reformas: el Período Especial propiamente dicho (1990-2000), el período de la Batalla de Ideas, caracterizado por la emergencia de los denominados Nuevos Programas Sociales (2001-2009), el período de la actualización del modelo económico y social (2010-actualidad), el recrudecimiento de las medidas de hostigamiento económico a partir de la administración de Trump y la actual crisis epidémica por la COVID-19 (marzo del 2020-actualidad).
El sacrificio de padres y abuelos para satisfacer sus necesidades materiales y emocionales en este escenario ofrece datos que dan cuenta de un signo generacional en la relación familia-juventud, que condiciona determinadas dinámicas familiares y prácticas sociales. Muchos jóvenes cubanos, ya en la juventud tardía, se sienten comprometidos y en ocasiones exigidos a participar en el cuidado de sus abuelos en situaciones de invalidez o dependencia, lo que en ocasiones repercute en sus proyectos de emancipación. Los abuelos que hoy son adultos mayores, dadas las características generacionales, en muchos casos pasaron a la primera línea del cuidado, en un rol de reemplazo de padres ocupados y altamente demandados por responsabilidades sociales. Con ellos se creó un vínculo estrecho que ahora se traduce para el joven en un compromiso de atención, apoyo y cuidado, y en no pocos casos son sus principales cuidadores.
La cultura paterno-filial sacrificial que generó el escenario poscrisis ha impactado en la subjetividad de muchos jóvenes, los que expresan de manera explícita el sentimiento de endeudamiento, de lealtad hacia unos padres que los acompañaron con mucho esfuerzo en sus desempeños escolares y realizaciones personales. Las investigaciones sobre emigración de los jóvenes cubanos muestran que entre sus motivaciones está poder ayudar a su familia de origen y, en alguna medida, simbólicamente, devolverle con ayudas económicas esa deuda de sacrificio que hicieron por ellos. Todas estas realidades se han visto acrecentadas por el escenario de la pandemia, donde los jóvenes deben cuidar de sus abuelos y participar más en las tareas de apoyo, cooperar con las personas dependientes, trabajar y estudiar desde sus casas, lo que los hace más disponibles y asequibles y les dificulta su capacidad de concentración.
Relación familia-juventud-realidad social: encrucijadas vitales
¿Qué entendemos como encrucijada vital?
La dinámica demográfica en Cuba ha conducido a un proceso de envejecimiento poblacional y a la reducción cuantitativa de sus generaciones jóvenes. Mientras que en América Latina y el Caribe el 51 % de la población tiene 24 años o menos y, por lo tanto, cuentan con el llamado “bono” o “dividendo” demográfico, Cuba enfrenta el agotamiento de dicho bono con apenas un 33 % de su población en esas edades (Fundación de las Naciones Unidas para la Población, 2017, p. 125) y una tendencia a la reducción de dichas proporciones en los próximos años, lo que parece indicar que, para el 2030, las personas de la tercera edad (que constituirán más de la tercera parte de la población) superarán a los menores de 30 años.
Si enfocamos el análisis en términos generacionales, estamos en una coyuntura en la que confluye una reducción cuantitativa de la población joven con el correspondiente aumento de las presiones sociales y familiares. Nuestros jóvenes representan hoy una generación con altos niveles de exigencia, cuestión esta que les dificulta articular sus proyectos de vida. Las personas jóvenes deben responder a múltiples demandas (nuevas formaciones profesionales, mayor productividad, aumento de la fecundidad, cuidado de adultos mayores, entre otras) y, al mismo tiempo, se incorporan a espacios sociales (familiares, comunitarios, laborales, políticos) en los que predomina la población adulta, cada vez de mayor edad, que reproduce lógicas generacionales y estructuras de poder que tienen expectativas de los jóvenes difíciles de cumplir, lo que marca algunas contradicciones para la configuración de subjetividades en las juventudes.
Nuestra realidad social ofrece un escenario de participación juvenil y de compromiso con nuestro proyecto político. Diríamos que en tiempos de la COVID los jóvenes han tenido un alto nivel de participación y protagonismo en múltiples tareas innovadoras y de choque, pero Cuba no es ajena a los retos que enfrenta el mundo para garantizar la integración social, especialmente de sus generaciones jóvenes, que arriban en circunstancias difíciles. Somos un país muy cercano a los Estados Unidos, lo que ha tenido y continúa teniendo fuertes impactos económicos, culturales y políticos, acentuados en las últimas cinco décadas por la contradictoria relación que implica la hostilidad del gobierno de ese país hacia la Isla frente a sus efectos atractores como potencia hegemónica a nivel internacional que propone modelos de desarrollo y bienestar, así como orientaciones de valor vinculados al confort material y al éxito.
La tesis central del presente trabajo es que la relación familia-sociedad y juventud en nuestro contexto social e histórico, agravado por condiciones de pandemia, colocan a los jóvenes en encrucijadas vitales complejas y difíciles, donde las metas en los diferentes dominios no siempre pueden ser conciliadas, sino que entran en contradicción. El logro de algunas pone en riesgo el cumplimiento de otras, facilitando ciertos cursos evolutivos y dificultando otros.
De acuerdo con la teoría de la interseccionalidad, aún con limitada presencia en los estudios de juventudes, las encrucijadas pueden volverse más complejas y opresivas de acuerdo al entrecruzamiento de categorías (dígase género, edad, color de la piel, lugar de residencia) que producen diferentes tipos de desigualdades y desventajas, produciéndose un cambio en el balance entre pérdida y ganancia hacia un mayor peso y frecuencia de la pérdida en situaciones de desventaja social. Las ciencias sociales, y en particular la psicología, tienen el reto de construir modelos de análisis que nos permitan entender de manera compleja, sistémica y dialéctica las múltiples interinfluencias no siempre armónicas que están comprometiendo el desarrollo, la madurez y el bienestar en esta etapa de la vida. Así mismo, el análisis de estas encrucijadas vitales de los jóvenes en la Cuba de hoy debe facilitar la comprensión de la necesidad de políticas sociales no solo sectoriales, dirigidas a la juventud, sino también desde una perspectiva generacional que atraviese todas las políticas de manera global e integral.
Aunque coincidimos con Erickon (1974), que plantea una visión del ciclo vital entendida como una secuencia de encrucijadas en las que el yo se ha de enfrentar a ciertos compromisos y demandas sociales, la utilización que vamos a hacer del concepto difiere de la de este autor. Usamos el término como una metáfora que hace un préstamo lingüístico, de manera que la herramienta de análisis se envuelva en una comprensión novedosa de las realidades juveniles y facilite la orientación, educación y la proyección de políticas sociales dirigidas a la juventud. Las encrucijadas, de acuerdo a su definición epistemológica, son conflictos excluyentes entre dos o más dominios evolutivos (dígase pareja, familia, superación, trabajo, solvencia económica) que implican la necesidad de excluir o prorrogar algunos, al menos de manera transitoria. Las encrucijadas transcurren en una lógica dicotómica que produce estados de confusión o duda: no saber qué decisión tomar o qué acción llevar a cabo ante la dificultad o el dilema que se presenta, la toma de un camino excluye la posibilidad de integrar otras esferas importantes de la vida. En dicho cruzamiento las sendas se superponen o se atraviesan entre sí, creando disyuntivas complejas, lo que compromete los niveles de madurez y estabilidad logrados en diversos órdenes.
¿Cuáles son esas encrucijadas?
Voy a intentar descifrar algunas de las encrucijadas vitales de los jóvenes de hoy en Cuba en relación a cómo se conjugan en su proyecto vital la familia de origen, las relaciones de pareja, la tenencia de hijos, la culminación de estudios y la solvencia económica.
La primera encrucijada se da entre encontrar pareja y la solvencia económica. En la Encuesta Nacional de Juventud muchos participantes declararon que sin solvencia económica les era difícil encontrar y mantener pareja estable. Los espacios de recreación y ocio que atraen a la juventud son costosos y no siempre las familias disponen de recursos para solventar este tipo de actividades más allá de las necesidades básicas. El joven (fundamentalmente los varones) se ven devaluados en comparación con otros que sí logran acceder e invitar a otro u otra. Una vida sexual inestable, sin compromisos ni responsabilidades, muchas veces es la salida a este tipo de encrucijadas.
Habría que hacer la salvedad de que estos jóvenes tienen una iniciación sexual temprana, no siempre con sexo protegido, con altos potenciales de riesgo al embarazo adolescente, cuyos índices son altos. Ese fenómeno casi siempre es asumido por la familia de origen de la niña y una gran deserción del adolescente masculino.
Una segunda encrucijada generalizada se da entre la continuidad de estudios y la solvencia económica. Semanat Trutie, Peñate Leiva y Risco Sánchez (2019) ponen en evidencia que la continuidad de estudios, al concluir los niveles medios, se produce bajo una estructura de manutención de la familia de origen, lo cual trae aparejado una situación de dependencia económica en una etapa en que desean una mayor autonomía. En muchas familias esa estructura de manutención alcanza para las necesidades básicas, pero no para el ocio y recreo. Investigaciones muestran que la mayor entrada a la universidad de estudiantes se da en hijos de padres universitarios, familias cuyas orientaciones de valor están fuertemente orientadas al desarrollo y la superación (Jiménez Guethón y Verdecia Carballo, 2021). Sin embargo, un sector juvenil vulnerable está renunciando a las aspiraciones de estudios superiores. La ruptura de la línea continua que existía entre calificación, empleo y condiciones de vida está provocando cierta devaluación de la educación, que ha tenido su expresión en la renuncia de muchos jóvenes a la continuidad de estudios. Para muchos ese sacrificio entra en una lógica opuesta con los esfuerzos para lograr una autonomía económica, lo que constituye una encrucijada mayor para poblaciones vulnerables.
Por tanto, otra encrucijada se da entre los estudios universitarios y la inserción laboral, cuando estos coinciden en el tiempo. En la población joven se manifiestan con mayor fuerza las contradicciones propias del empleo en Cuba, entre ellas las expectativas individuales y las posibilidades de satisfacción real mediante el salario en el sector estatal, la discrepancia entre el nivel educativo y la ocupación desempeñada, así como la movilidad de profesionales a sectores reanimados de empleo. Algunos jóvenes optan por la combinación de estudio y trabajo para mejorar la solvencia económica, pero tienen que trabajar fuera de los horarios de clase, muchos en trabajos por cuenta propia (el 32 % de los cuentapropistas son jóvenes) o economía informal, lo cual afecta su rendimiento. Algunos dejan de estudiar para trabajar, sobre todo en situaciones donde las finanzas familiares no les permiten esa estructura de manutención, por lo que se produce la inserción más temprana en la vida laboral.
Otro tema considerable es la realización laboral y el cuidado de los hijos y ancianos. La familia cubana, dadas sus características sociodemográficas, afronta una crisis del cuidado, sobre todo en la atención a adultos mayores dependientes y con grados de discapacidad física y metal. Una demanda de este tipo en las familias, que ya hemos mencionado que son de pocos miembros bajo un mismo techo, supone una sobreexigencia, en especial a la mujer-hija, y compromete sensiblemente los tiempos personales, por lo que una encrucijada vital pone en lógicas excluyentes la participación laboral activa con el cuidado exclusivo de un miembro de la familia. Si ya hay niños la mujer tiende a vivir una limitación real que impide el logro de determinadas metas evolutivas, sobre todo si existen pocas personas para compartir el cuidado.
También supone una encrucijada la cuestión de la inserción laboral vs. la tenencia del primer hijo. En Cuba los niveles de fecundidad en la población entre 15 y 34 años se mantienen por debajo del reemplazo, aun cuando, por razones de carácter biológico, este segmento poblacional es en mayor medida protagonista de los comportamientos reproductivos. La edad media de la reproducción se ha mantenido oscilando alrededor de los 26 años. La fecundidad en unión consensual es también una característica. La encrucijada vital se produce ante el momento de la tenencia del primer hijo por la interferencia que esto tiene, sobre todo para la mujer, en sus proyectos de realización profesional e inserción laboral. Mientras que las mujeres con nivel medio suelen tener a sus hijos entre los 20 y 24 años, las madres universitarias se encuentran más frecuentemente en el grupo de 25 a 29, hecho que confirma la tendencia a la postergación de la maternidad por parte de las mujeres de mayor nivel educacional. Los nacimientos provenientes de madres menores de 20 años son más frecuentes en localidades rurales, donde los patrones culturales vigentes podrían estar incidiendo en que este tipo de evento sea más aceptado socialmente. Por otra parte, la juventud tardía aporta el mayor saldo migratorio al país, por lo que también es común la encrucijada entre fecundidad y proyecto migratorio. Lamentablemente muchos ven la emigración como modo de obtener un nivel de emancipación y prosperidad económica, no sin conflictos y culpas, siendo la juventud actualmente una población que decrece, deslizante o movediza. Esta decisión produce una moratoria para la tenencia del primer hijo, que muchas veces nace en territorio foránea, afectando los índices de fecundidad del país.
Otro conflicto en los jóvenes está relacionado con la emancipación del hogar de origen y la formación de una nueva familia. Con respecto al censo del 2002, en el del 2012 se aprecia un predominio de personas solteras en estas edades. Entre los que se declaran solteros existen algunos que tienen pareja, mas no conviven con ella. Como tendencia se está produciendo una moratoria de la formación de la nueva familia, al mismo tiempo que una salida tardía de muchos jóvenes de los hogares de origen para formar se propia familia. Algunos salen de su familia de origen para insertarse en la familia de la pareja. Sociológicamente esta realidad responde a diferentes causas: la imposibilidad de acceder a un espacio propio, la dificultad para integrarse a un mercado laboral y conseguir una solvencia que les permita por sí solos la fundación de una familia y la dificultad para los desprendimientos de una familia matricéntrica, que tendrían que dejar, por lo general, en situaciones vitales complejas. Como resultado, ya en la juventud tardía se mantiene un alto número tanto de hogares extensos donde convive la nueva pareja como de situaciones en las que cada uno vive en su casa, separados, de manera que, cuando un hijo nace, pasa a formar parte del hogar de origen de la madre (Álvarez, 2014).
La proporción de los jóvenes que tienen algún vínculo estable es mayor en las mujeres que en los hombres. La edad media de la primera unión es por lo general más baja en las mujeres respecto a los hombres, debido fundamentalmente a que ellas prefieren unirse a hombres mayores, además de que, por cultura, los varones se sienten más devaluados en su condición de proveedor, cuestión esta aún vigente en los imaginarios sociales. En esta etapa se da un fuerte aumento de la consensualidad en convivencia con la familia de origen. La disminución de las uniones legales por el matrimonio en los menores de 30 años ha sido señalada, aunque no resulta un comportamiento exclusivo de este grupo. Sin embargo, la conformación de relaciones estables de pareja continúa siendo aspiración para esta población. Por último, está el conflicto de lealtad entre la nueva pareja y la familia de origen. La convivencia familiar se torna más difícil cuando ya existen parejas estables y descendencia. Muchos jóvenes expresan sentirse atrapados en esa lucha de lealtades, no se sienten verdaderamente libres, sino aún hipotecados en responsabilidades con su hogar de origen, difíciles de conciliar con los compromisos hacia la nueva pareja
En el análisis de estas encrucijadas hemos encontrado diferentes formas de afrontamiento juvenil, en dependencia de si el joven dispone o no de un cierto margen de maniobra o de un potencial de flexibilidad para tomar decisiones ‒algunas más favorecedoras al desarrollo, otras de mayores riesgos para la vida futura‒. Si las encrucijadas se superan con éxito, suponen una expansión y la adición de nuevas competencias, si no, pueden implicar un estancamiento que dificulta el abordaje de encrucijadas futuras.
¿Cuáles son esos afrontamientos?
- Hacer equilibrios o malabarismos de conciliación, lo que requiere apoyos adicionales. Salidas sacrificiales, explotar los recursos a nuestro alcance (biológicos, psicológicos, socioculturales) para maximizar, dentro de las restricciones en las que nos movemos, nuestro funcionamiento en esas trayectorias o dominios, poniendo en marcha las mejores estrategias y medios para conseguir las metas evolutivas deseadas.
- Aplazar o postergar ciertos dominios, dando preferencia a algunos en detrimento de otros. Es a lo que se le ha denominado el ejercicio de las moratorias o prórrogas de algunas metas evolutivas para las que no se tienen condiciones actuales con el objetivo de hacer más manejable el número de desafíos, amenazas y demandas potenciales con los que se encuentra.
- Renunciar para siempre a algunas tareas evolutivas cuando los relojes biológicos, los tiempos cronológicos o los marcadores sociales han hecho sonar las alarmas asumiendo o no los costos que eso conlleva y en ocasiones reproduciéndose la desventaja social.
- Desistir por parálisis del contrato adulto, utilizando salidas presentistas, hedónicas y con un horizonte a muy corto plazo.
- Deslizarse a otro escenario geográfico y dejar atrás el escenario vital anterior, provocando un cambio en el contexto evolutivo por otro que el joven piensa que facilita la consecución de sus metas, ya sea por migración interna o externa.
Las encrucijadas vitales y el escenario de la pandemia de covid-19
En mayo del 2020 la Encuesta de Juventud sobre la Pandemia de COVID-19, que contó con la participación de cerca de 8 000 jóvenes, encabezada por el Grupo de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible en América Latina y el Caribe, reconoció los impactos múltiples y diversos que la pandemia ya tiene y tendrá en la población juvenil y en la promoción, defensa y ejercicio de sus derechos humanos. Los efectos de la pandemia acrecientan algunos problemas, sobre todo en juventudes vulnerables, al mismo tiempo que introducen nuevas brechas de desigualdad:
- Se acrecientan y agudizan las encrucijadas vitales ya existentes, condicionando sus planes a corto, medio e incluso largo plazo.
- Nuevas fuentes de estrés: nueva normalidad con escenarios económicos familiares más difíciles, con un nuevo modo de relacionarse socialmente mucho más restringido, así como nuevas formas y niveles de la organización del estudio y del trabajo que exigen y posibilitan nuevas prácticas.
- Aumento significativo en la carga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerados en personas jóvenes. Particularmente, la carga es mayor en mujeres jóvenes entre 20 y 24 años.
Muchos hoy día sienten acrecentado ese gran conflicto de lealtad entre la necesidad perentoria de su proyecto de emancipación, la culminación de estudios o la práctica laboral y satisfacer las expectativas de sus familias en relación a los apoyos que de ellos necesita, sobre todo si sus padres o abuelos son adultos mayores.
- Las figuras filiales en Cuba, por tradición y como generalidad, priorizan los estudios de sus hijos y no tienden a formar e incentivar en ellos la corresponsabilidad en el desempeño de las labores domésticas, cuestión esta que ha cambiado en el escenario pandémico. Antes de la COVID-19 los jóvenes, inmersos en las complejidades y exigencias escolares e inicio de la vida laboral, disponían de menos tiempo para mantenerse en sus casas y participar en las labores hogareñas.
- La situación laboral de muchos se vio afectada, sufriendo desde reducciones de jornada hasta la pérdida de sus empleos.
- La crisis sanitaria introdujo nuevas brechas de desigualdad, sobre todo la digital. El acceso y el uso de las tecnologías de la información y la comunicación se convierten en escenarios generadores de desventajas. No poder acceder a estas limita la comprensión de los jóvenes sobre algunos de los procesos sociales contemporáneos, restringen los capitales culturales y, por tanto, las oportunidades para participar.
- Para algunos el teletrabajo, a partir del uso de las tecnologías de la información y la comunicación, fomenta la creatividad y la innovación, para otros el teletrabajo representa una sobrecarga que gravita sobre jornadas extensivas e intensivas donde los límites familia-estudio-trabajo quedan diluidos en un mismo espacio difícil de conciliar.
- Distintos modos de organización y participación social han ofrecido nuevos espacios donde muchos jóvenes están trabajando de manera formal o voluntaria para mitigar la pandemia y hacer frente a sus repercusiones. Del surgimiento de prácticas ciudadanas donde los jóvenes han tenido nuevos protagonismos devienen experiencias valiosas para la sociedad, las cuales es pertinente visibilizar y evaluar críticamente
¿Cómo ayudar a los jóvenes desde los dispositivos educativos y de orientación a enfrentar estas encrucijadas con salidas maduras y responsables? Negaría mis presupuestos de partida si dijera que las salidas o soluciones a estas encrucijadas van a depender solo del joven. Se trata de promover acciones sociales que tomen en cuenta la articulación de familia, las instituciones educativas y las políticas sociales y socioeconómicas.
Desde lo individual, cada joven debe defender su derecho a ser arquitecto de su propio desarrollo, de poder influir en el entorno y dirigir su vida, buscar sus propias respuestas, definir los valores y principios por los cuales quiere regirse. Deben reconocer y experimentar la vida como una toma de decisiones continua, en la que en cada encrucijada vital se toman las mejores respuestas posibles con los recursos y condiciones disponibles.
El escenario familiar puede ser un entorno que facilite la resolución de estas encrucijadas o, de lo contrario, las acreciente. En dependencia de las realidades familiares, estas son parte de la solución o parte del problema. Cuando confluyen situaciones de desventaja o de determinadas dinámicas relacionales complejas, la familia dificulta las trayectorias vitales. Desde su función educativa, esta debe ayudar a entender las encrucijadas de los jóvenes actuales y facilitarles, en la medida de lo posible, su capacidad de discernimiento y la búsqueda de salidas promotoras del desarrollo, la realización y el bienestar.
Sin descuidar las responsabilidades que los jóvenes tienen hoy con sus familias de origen, estas tendrían que evitar el fenómeno del hijo ancla (un hijo o hija llamado a ser un recurso y refugio emocional) o el de los hijos canguro, cuyos padres les facilitan y le allanan el camino, muchas veces, optando por el facilismo Estos fenómenos dificultan los desprendimientos familiares e impiden la satisfacción de las necesidades de emancipación a esas edades. No es justo para los hijos jóvenes adultos que les pasemos factura, consciente o inconscientemente, por el sacrificio que hicimos por ellos. A los hijos hay que darles raíces, pero también alas. Tampoco sería pertinente allanarles el camino sin esfuerzo por su parte, bajo el principio que defienden muchos padres: “que tengan y disfruten lo que yo no tuve”. Por otro lado, entre los conflictos familiares más acuciantes en la juventud media y tardía están los relacionados con la cantidad de tiempo invertido por el joven en otras áreas (pareja, medios tecnológicos), lo que deja escasos momentos para compartir con la familia o cumplir con responsabilidades domésticas y de cuidado.
Así, podemos promover y trabajar un modelo de familia cuyo rostro sea escuela de diálogo, de negociación, taller de solidaridad, educadora de libertad y responsabilidad, cultivadora de la unidad en la diversidad y promotora de la justicia y de la humanización. Pero la familia no puede estar sola en su empeño. Es necesario que todos los agentes formadores y las realidades económicas desempeñen su papel. Se necesita mucha capacidad de diálogo, confrontación, conversación, persuasión y horas de encuentro para que la familia y la escuela puedan dejar una impronta en la formación de los jóvenes. Desde lo social, el análisis de estas encrucijadas vitales nos reta a reevaluar o redimensionar algunos presupuestos de partida de las políticas sociales. En primer lugar, las realidades juveniles actualmente están revelando una no correspondencia con la idea de que el ciclo vital se produce en una coexistencia armónica, lineal y alineada a la edad entre las diferentes esferas del desarrollo humano o dominios evolutivos. Así, los individuos pertenecientes a una misma cultura comparten ciertos esquemas sobre cómo es o debería ser el desarrollo evolutivo en sus diferentes momentos, las metas que deberíamos conseguir o a las que deberíamos aspirar. De acuerdo al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (en Gómez Urrutia y Royo Urrizola, 2015), los indicadores sociales que marcan el paso de la juventud a la edad adulta son la independencia económica mediante el trabajo remunerado, el establecimiento de una pareja con proyecciones a largo plazo, así como la expectativa de hijos. Las trayectorias vitales de los jóvenes hoy expresan especificidades histórico-culturales que rompen o desarticulan estos criterios de madurez social y cuestionan la manera simplificada de concebir la etapa juvenil como preparación para la vida adulta. Se produce una tensión entre lo proyectado y lo posible en medio de unos condicionamientos concretos. Se trata entonces de coyunturas vitales donde las realizaciones personales también dependen de un contexto que puede convertir las aspiraciones personales en posibles o irrealizables. Hoy tendríamos que afrontar estos guiones culturales o metas normativizadas como guiones flexibles diluidos en una diversidad de trayectorias vitales, abiertos a cierta variabilidad y con trayectorias alternativas posibles.
En segundo lugar, la relación familia-juventud-realidad social y sus encrucijadas vitales, vistas desde la teoría de la interseccionalidad en la juventud de hoy, ponen en conflicto el principio de la libre elección. Un joven es un actor social que, como sujeto histórico, construye sus decisiones y acciones, pero bajo determinaciones de orden familiar, social, estructural y simbólico. Si bien es cierto que la juventud tiene un potencial transformador sobre la propia realidad, al mismo tiempo es pertinente reconocer las circunstancias limitantes o realizadoras en la construcción del curso vital de muchos jóvenes en condiciones de desventaja o vulnerabilidad. La libre elección entra en contradicción cuando aparece una dificultad para elegir libremente y tener que optar por dos condiciones opuestas. Este mismo concepto, de forma similar, es usado por Mabel Burin (2008), psicóloga feminista y psicoanalista, cuando se refiere a las “opciones de hierro” y al “techo de cristal”.
Por último, igualdad de oportunidades no es lo mismo que equidad en las posibilidades y derechos. Muchas lógicas discursivas compulsan a la juventud con mandatos voluntaristas e individualistas de “todo es posible en la medida en que tú creas que es posible”, “las oportunidades están, solo depende de tu elección, empeño y esfuerzo”. No todos los jóvenes tienen las mismas posibilidades de acceder a las oportunidades disponibles. No podemos desconocer las posibilidades en materia de equidad social que ofrece Cuba en el acceso a la educación, la cultura, al empleo y a la participación sociopolítica, que supera a muchos países, pero también es una realidad que hoy, desde la heterogeneidad, la igualdad de oportunidades no es suficiente para lograr la equidad social. Se prevé que el impacto de la pandemia aumente las desigualdades existentes y genere la recesión más profunda de la historia reciente, lo que afectaría sobre todo a adolescentes y jóvenes y provocaría la frustración de sus posibilidades de desarrollo, para así incidir negativamente en el disfrute de sus derechos humanos en igualdad de condiciones.
Los factores socioeconómicos y socioestructurales que inciden en el máximo aprovechamiento de las oportunidades existentes por parte de las generaciones jóvenes (diferencias por origen social, nivel socioeconómico, género, color de la piel, territorio, acceso a las tecnologías) generan la producción y reproducción de desigualdades, así como de diferente formas de subjetivación, todo lo cual incide en unas prácticas sociales y culturales diferentes. Se vuelve una necesidad imperiosa dotar de una perspectiva generacional todas las políticas públicas, que constituyan respuestas integrales y abordajes interseccionales y que involucren a las juventudes y garanticen su desarrollo. Las posibilidades de inclusión social también están determinadas por políticas económicas o educativas.
Cuba no es ajena a los retos que enfrenta el mundo para garantizar integración social a su población en general y, especialmente, a sus generaciones jóvenes, que arriban a la vida social en circunstancias difíciles. El país ha generado en los últimos años toda una serie de iniciativas para mejorar la calidad de vida de nuestro pueblo, pero aún faltan las vías para conectarlas con otras que tengan como objeto una revitalización del sector juvenil, que no se logra solo con los aumentos de salarios, sino con la creación de espacios que permitan una mayor participación y reconocimiento social en nuestro contexto. Los jóvenes no son simples receptores de políticas públicas, sino actores estratégicos del desarrollo, portadores de utopías caracterizados por la búsqueda de alternativas, capaces de conquistar espacios públicos y articularse con lo político, así como de buscar las convergencias estratégicas en medio de tanta multiplicidad y atomización. Albert Einstein (2000) dijo: “Juventud, ¿sabes que la tuya no es la primera generación que anhela una vida plena de belleza y libertad?” (p. 19). Esa frase demuestra que cada joven ha tenido su momento en el camino de construcción de la sociedad perfecta y ha gozado del derecho de ser irreverente, transgresor, revolucionario y creador. Por lo tanto, con ese mismo ímpetu con que se viven las aventuras, se fraguan los cambios… son responsables del nuevo tiempo y se convierten en el punto de inflexión del mañana.
Voy a terminar con una frase de una psicoanalista y feminista francesa de origen búlgaro (Julia Kristeva, 1993; citada por Janin, 2008): “Juventud, tiempo de encrucijadas… amor, sexualidad y sueños. Lugar de encuentros y desencuentros, de pasiones, amores eternos e intensísimos, de desesperaciones, de caída a los infiernos, de arriesgar todo a cada instante, de choque con el mundo, del heroísmo del que transgrede, pero también de esperanzas, de un mundo que uno supone siempre abierto y mejor”.
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Tomado de: Revista Cubana de Psicología