A México fue Cuba, bajo el signo de la comunión latinoamericana y caribeña, con el auspicio fraternal del presidente de ese hermano país Andrés Manuel López Obrador y con la plena disposición de apoyar la revitalización de la CELAC, en línea con los principios de la política exterior de la Revolución Cubana.
El ánimo de la CELAC no es de confrontación, sino de defensa de justificados intereses regionales, frente a la enorme presión que significa el inveterado intervencionismo del imperialismo estadounidense. Por ello no es de extrañar el empeño del poderoso vecino del norte en obstruir la reunión.
México creó las mejores condiciones, hizo un excelente trabajo en la coordinación y preparación del cónclave de modo abierto, con optimismo y entusiasmo, mientras en la sombra el gobierno norteamericano maniobraba para mover sus peones y boicotear el evento.
Y ahí aparece en escena Luis Lacalle Pou. La mosca en la leche. Encargado de provocar la confrontación, colocando una acusación totalmente falsa y ajena al espíritu de una reunión a la que había que ir para encontrar, abonar, fortalecer todo lo que nos une desde el sur del Río Bravo hasta la Patagonia y eludir -en modo alguno desconocer, sería pueril- lo que nos aleja o separa, sea por razones económicas, ideológicas o de cualquier otra índole. Y al parecer él quería sus 15 minutos de fama.
Procurar la coordinación y la cooperación en la diversidad es un propósito difícil que requiere voluntad política. ¿Acaso alguien puede esperar que Cuba se entienda y congenie con un gobierno vendido a los intereses de los Estados Unidos? ¿Acaso puede esperarse de un megalómano como Bolsonaro que entienda de cooperación, convivencia y multilateralismo? Y sin embargo, la reunión extrañó la ausencia de Brasil, porque en ese país, como en Uruguay, no hay solo bolsonaros y lacalles…, y no es poco lo que puede lograrse con el entendimiento entre nuestros pueblos y con las buenas prácticas que incluyen aprender mutuamente todo lo que se pueda de las experiencias de todo tipo: económicas, científicas, políticas, de gobierno, culturales, sin descalificar a priori al otro. Con su infeliz intervención Lacalle no estaba representando los intereses genuinos del hermano pueblo uruguayo.
Claro que no se le puede pedir que entienda que no hay un modelo único de poder del pueblo (que eso significa democracia) porque él se siente embelesado en su zona de confort. Tiene un lugar privilegiado en el sistema en el que vive, uno en el que los trabajadores mantienen una lucha constante por sus derechos y contra quienes quiere imponer el paquetazo neoliberal que recordó Díaz-Canel al desmemoriado mandatario. Él es ridículamente feliz al esgrimir la supuesta superioridad de su ideal de democracia, un ideal que le permite aplicar medidas de facto y apretar fríamente las clavijas al pueblo trabajador al que, eso sí, el sistema le permitirá protestar…
Pero lo que sí se le puede pedir, exigir, es que respete al pueblo cubano, que no necesita que vengan a rescatarlo vengadores de poca monta, que no insulte nuestra inteligencia. Y queda muy, pero muy mal Lacalle ante los pueblos, y no solo por necio, sino por soberbio y arrogante. ¿Nadie le dijo al pobre ignorante que el pueblo cubano después de más de 60 años de dura lucha contra el imperialismo norteamericano, votó hace apenas dos años una constitución socialista y de vocación comunista? ¿Es que Lacalle piensa que un pueblo culto e ilustrado como el cubano no supo lo que estaba haciendo?
Pero también será recordado por mucho tiempo por la descortesía hacia el noble pueblo mexicano y hacia su solidario gobierno al actuar como “capitán trueno” al servicio del imperialismo norteamericano y desconocer e intentar descolocar el sentido y propósito principal de la reunión. Quizá algún amigo que tenga por ahí le llame la atención para que -a tiempo- se deje de competir con Almagro a ver quién de los dos sirve mejor a los intereses imperialistas.