Lo común constituye en nuestro tiempo un ámbito de disputa y análisis de las prácticas sociales, un problema determinante en la salida a la crisis civilizatoria del capitalismo mediante la emergencia de otra institucionalidad. A partir de este concepto, se ha de pensar la extracción y subsunción del capital y el trabajo vivo, la cooperación social, que la comunicación hace posible en una suerte de comunismo tecnológico como un problema de construcción de reglas prácticas de autonomía en común que se asoma en medio del capitalismo de plataformas. Y ello sin olvidar que el hiperdesarrollo de Silicon Valley y de la economía uberizada es solo posible por una extrema precariedad. Tal y como argumenta Remedios Zafra en “El entusiasmo”, hoy como ayer, como en la primera revolución industrial, pobreza y creación, innovación y transformación cultural van asociadas.
El excedente creativo es así hoy plusvalor del trabajo con o sin pasión y entusiasmo. El entramado virtual ha transformado por completo incluso nuestro espacio comunitario definiendo nuevos estratos y formas singulares del habitar en común. William Mitchell resumía esta transformación de la ciudad informacional como el desplazamiento conceptual de la e-Topía que altera la arquitectura como técnica y arte de diseño de volúmenes hacia la luz a la idea de la obra como el juego de la información digital bajo el espacio en la paulatina desterritorialización y abstracción de los lugares de convivencia.
Así, nuestros modos de hacer, de habitar, de comunicarnos, se difuminan o incluso esfuman, inmersos en avatares de un entramado urbano redibujado y sin fronteras claras entre lo público y lo privado.
Desde este punto de vista, la red de redes es hoy, fundamentalmente, un dispositivo de control social y enredos por la dependencia. No hay ajuste y acumulación por desposesión sin Netflix. Mientras unos celebran emocionarse con Juego de Tronos otros planean la guerra de clases. Y, de momento, la estamos perdiendo, quizás porque no hemos aprendido que toda ficción puede siempre ser superada por la realidad. Eisenstein bien lo sabía. Convendría que también nosotros lo apuntáramos, en la práctica, claro está.
A propósito de la comuna digital cabe, en fin, advertir que la comunicación no tiene razón de ser sino como COMUNIC@RTE, en otras palabras, como técnica tanto como arte y ciencia aplicada que exige una mirada lateral entre pensamiento y acción en el plano de la inmanencia de la vida. Prevalece, sin embargo, en los últimos tiempos una lógica de la economía determinista que termina incidiendo en la falta de soberanía y en la dignidad. Es hora pues de pensar, confabular, definir y construir alternativas de futuro de lo procomún, sin esperar a que el propio desarrollo tecnológico lo haga posible, porque no es así. Antes bien el capitalismo ha hecho de la socialización ampliada de los recursos de información todo lo contrario, con jóvenes Youtubers evasores de impuestos incluidos.
Por sistema, el algoritmo de la política de la posverdad, el universo Google, proyecta a diario la distinción imperceptible en forma de estratificación, la polarización y segregación social, la dependencia y la explotación de los usuarios orientado por un objetivo básico, negar el comunismo digital. Por ello es preciso mirar en otra dirección. Nos jugamos otro mundo posible y hasta la propia supervivencia de la especie que no podrá sobrevivir en forma de avatar, por más que la inteligencia artificial nos lo sugiera.
Tomado de mundoobrero