Ahora con la salida ingloriosa de Afganistán junto con el vigésimo aniversario del 11-S y sus secuelas, en Estados Unidos se reabre el debate sobre si esta coyuntura marca el principio del fin de esta república/imperio y su pax (más bien, bellum) americana.
Algunos recomiendan que Estados Unidos debería recordar las lecciones del historiador griego Tucídides en su opus magna Guerra de Peloponeso en la cual narra cómo una república, la de Atenas, se desmoronó al perpetuar sus guerras constantes, y donde de hecho, una pandemia ayudó a desintegrar el consenso cívico que la sostenía. Otros recuerdan cómo se hundió la república romana al incrementarse la retórica política violenta, el creciente desprecio de las normas y una creciente concentración de riqueza y poder, y su transformación en el imperio romano bajo un gobierno con poder centralizado en un emperador (los historiadores odian, con toda razón, este tipo de resúmenes generales, pero se les pide un poquito de comprensión a periodistas con espacios limitados).
Chalmers Johnson, destacado politólogo y autor de una trilogía sobre el imperio estadunidense y con una carrera que incluye haber sido asesor de la CIA a finales de los años 60, advirtió en 2009 que “una nación puede ser… una democracia o imperialista, pero no ambas cosas. Si se apega al imperialismo, como la vieja república romana sobre la cual tanto de nuestro sistema fue basado, perderá su democracia al volverse una dictadura doméstica”. Ya había advertido anteriormente que estamos en la cúspide de perder nuestra democracia a cambio de mantener nuestro imperio.
Los atentados del 11-S fueron usados por la cúpula estadunidense para unir al país ante un nuevo enemigo para sustituir al del comunismo que se desmoronó con la Unión Soviética 12 años antes. George W. Bush proclamaría una nueva guerra sagrada para imponer la visión neoconservadora dentro y fuera del país, afirmando casi de inmediato que o están con nosotros, o están con los terroristas.
Han pasado 20 años de la llamada guerra global contra el terror, con más de seis guerras, millones de muertos, heridos y desplazados, la violación masiva de derechos humanos y libertades civiles. “Ni un solo funcionario ha sido fiscalizado por crímenes de Estados Unidos durante la ‘guerra sobre el terror’”, denuncia Daniel Ellsberg, acusando que sólo los que revelaron estos delitos –entre ellos Chelsea Manning, Edward Snowden, Julian Assange– han sido perseguidos por la ley.
El periodista Premio Pulitzer Chris Hedges escribe que “los poderes imperiales no perdonan a los que revelan sus debilidades o hacen públicos los mecanismos internos sórdidos e inmorales del imperio… Las virtudes que proclaman apoyar y defender, usualmente en el nombre de su civilización superior, son una máscara del saqueo, la explotación de mano de obra barata, la violencia indiscriminada y el terror estatal”.
Esta semana las autoridades están contemplando reinstalar las bardas alrededor del Congreso y autorizar el uso de fuerza letal por autoridades alrededor ante una manifestación convocada por ultraderechistas simpatizantes del neofascista Trump para demandar la liberación de cerca de 600 de sus compañeros arrestados por las acciones de enero, cuando invadieron el Capitolio con la intención de anular el proceso electoral presidencial. Esto, en un país donde el secretario de Seguridad Interna y el procurador general han concluido que la mayor amenaza terrorista a Estados Unidos proviene de extremistas blancos estadounidenses.
Viente años después de las guerras contra los enemigos de la democracia alrededor del planeta, la democracia estadounidense hoy día se encuentra más amenazada que nunca, pero ahora por fuerzas estadunidenses dentro de su propio país.
El hubris es el ingrediente que detona todas las obras trágicas griegas, eso de atreverse de proclamarse un dios (nación indispensable o faro de la democracia) acaba mal. (Tomado de La Jornada).