Eduardo Arrocha —quien ha dedicado casi siete décadas de su vida al diseño cubano— es un hombre que al filo de los noventa años se mantiene creando, incluso, en medio de esta pandemia que lo tiene “atrapado” en su casa de Alamar.
Afanosamente se empeña en continuar enriqueciendo y organizando su archivo personal, que es una verdadera joya porque en él atesora la historia del diseño teatral cubano desde la década de los años cincuenta del siglo pasado hasta nuestros días.
En su larga carrera como diseñador de vestuario, escenográfico y de luces, Arrocha cuenta con más de 500 obras; acumula unas 3 500 cartulinas y ha trabajado con 62 directores de teatro y 69 coreógrafos, entre los que se encuentran Ramiro Guerra, Alicia Alonso, Alberto Alonso, Luis Trápaga, Santiago Alfonso, Tomás Morales. Igualmente ha diseñado para artistas de la estirpe de Rosita Fornés, María de los Ángeles Santana, Candita Quintana y un larguísimo etcétera.
Sin aún haberse presentado como merece, a causa de la pandemia, Ediciones La Memoria, del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, publicó un libro de más de trescientas páginas y un centenar de ilustraciones titulado Palabra de diseñador. El volumen integra las memorias de este imprescindible hombre del teatro cubano y fue escrito entre el propio Arrocha y quien firma estas líneas.
Feliz porque ya ha recibido sus tres dosis de una de las vacunas cubanas contra la COVID-19”, establecimos este diálogo vía telefónica.
¿Cómo has ido llevando estos meses de encierro?
Como la gran mayoría de los cubanos, solo salgo a la calle para resolver problemas de abastecimiento o visitas periódicas al médico de familia que me atiende. Este tiempo exige de todos la mayor responsabilidad, especialmente de las personas que ya llegamos “a los años altos”, como dijo Martí, quienes a veces somos muy poco indisciplinados. En otras palabras, los viejos tenemos que auto cuidarnos si queremos ver el final de esta horrible película que nos han obligado a presenciar y vivir.
¿A qué herramientas le ha echado mano?
Al imprescindible papel blanco, a la acuarela, y a la tinta china para retomar proyectos postergados que siempre quedaban sin conclusión. He encontrado solución a problemas técnicos que solo un impasse como este me ha permitido. Emprendí un ordenamiento más lógico de mi archivo: lo he restructurado con nuevos aportes y la experiencia adquirida.
¿Cómo imaginas el final de la pandemia?
Cuando la pandemia quede detrás respiraremos profundamente y acometeremos nuestras tareas con nuevos bríos y una confianza en este mundo de tensiones que, en varias oportunidades, nos ha dejado desorientados y sin resultados inmediatos, pero seguros de que siempre veremos una luz al final del camino. Espero.
La inactividad que estamos viviendo genera, sin duda, tensiones que -en varias oportunidades- nos han desorientado como especie humana. Prefiero apostar por la confianza y el anhelo de que el mundo vuelva a estar lleno de colores, de luces y de fantasías, ausentes hoy en el planeta y, por supuesto, en mi Cuba querida.
¿Trabajas en algo puntual?
No digo nada nuevo al asegurar que todos los teatros de La Habana dedicados al arte dramático están cerrados y los poquísimos que dan funciones han tomado medidas higiénico-sanitarias que reducen, a menos de la mitad, el número de asistentes a la sala. Por lo tanto, un teatro cerrado no genera nuevos proyectos y uno, si no quiere perecer, tiene que ir a las fuentes. Y las fuentes son lo ya hecho.
En estos momentos estoy en serias conversaciones con la Galería Raúl Oliva, considerando la posibilidad de que ese sitio sea el reservorio, el depositario de toda mi obra, el heredero universal de toda mi creación artística desde el diseño. Creo que, de ese modo, todo mi trabajo pueda tener una utilidad futura y que sirva de base o de plataforma para estudiar lo acontecido en una parte del diseño teatral cubano desde finales del siglo XX a inicios del XXI.
(Foto del entrevistado: Alexis Rodríguez).
Excelente entrevista. Tengo muchas ganas de leer el libro sobre este gran diseñador.