Me viene a la mente aquel mediodía del mes de marzo de 2017, en el Santuario del Cobre, en Santiago de Cuba, cuando encendimos velas y pedimos a la Virgen de la Caridad, que nos diera salud para seguir batallando como seres humanos, periodistas y revolucionarios. Visitábamos Santiago, ¡nuestro Santiago!, con motivo del Día de la Prensa Cubana, y entre las actividades programadas estaban los encuentros con colegas de distintos medios, visitas a la Universidad de Oriente, al periódico Sierra Maestra, y un muy especial intercambio con Lázaro Expósito, primer secretario del Partido en la provincia, y Beatriz Johnson, la presidenta del Gobierno. También el recorrido por Enramadas abajo hasta la Bahía. Y un tiempito para ir al Cobre.
Moltó se sabía enfermo y yo, cinco años atrás, había tenido serias complicaciones con el corazón que requirieron más de una visita al salón quirúrgico del Instituto Cardiovascular, en La Habana. Un pedido de salud a la Virgen de la Caridad nos haría bien, pensamos. En sus últimos meses de vida, Moltó me visitó varias veces en mi casa, tomamos café sentados en el balcón y conversamos de todo.
Fueron variados los temas que vino a proponerme con el optimismo que siempre lo caracterizó y el método de convencimiento que tenía, de manera que era casi imposible decirle que no.
Quiso que le explicara todo lo relacionado con la Bienal de Humorismo en cuya creación, convocatoria y desarrollo yo había participado más de treinta años atrás, junto a René de la Nuez, Ernesto Vera y Enrique Núñez Rodríguez, en San Antonio de los Baños, desde entonces Villa del Humor.
Días después de aquella conversación, me di cuenta de su interés por el tema cuando una tarde-noche recibí una llamada suya, desde el hospital Cimeq, donde estaba ingresado, para que “me metiera” en una reunión con humoristas y que en su nombre fuera al acto de premiación de la Bienal, en San Antonio de los Baños.
Hablamos mucho del “venidero Congreso de la UPEC”, al que la vida no le permitió llegar. Y hablamos, una y otra vez, de los jóvenes periodistas y estudiantes de de la carrera.
Unos meses antes, me había “pedido” acompañar a estudiantes de periodismo del país a un seminario en Holguín, y a una visita a Birán para que los jóvenes conocieran el lugar donde nació Fidel y les explicaran muchas facetas de su vida. Un encuentro programado para una hora, se prolongó por más de tres, debido al “apetito” de aquellos futuros periodistas que no se cansaron de preguntar, y marcar con su vista, en el recorrido por el inmueble, desde la sala donde está la cuna de Fidel hasta el aula de la escuela a la que asistió y el asiento que ocupaba.
A Moltó lo conocí en Santiago de Cuba, precisamente en la emisora de radio CMKC, allá por el año 1970. Fue de esas personas nobles, campechanas, y a la vez, culta y segura del rumbo que tomaría la tarea que se le asignó cumplir.
Durante muchos años fue presidente de la UPEC en Santiago de Cuba, y se involucró en el nacimiento y desarrollo de la escuela de periodismo de la Universidad de Oriente.
Siempre fue amigo. Creyó en las personas. Tenía el don de reconocer el trabajo de los demás compañeros. No olvidaba fechas de cumpleaños y aceptaba participar en convites familiares y se tomaba un ron como el primero.
Moltó estuvo lleno de ideas continuamente. Lo mismo en su etapa de dirigente del gremio en Santiago, que como vicepresidente del ICRT, director del Instituto internacional de Periodismo José Martí o presidente de la UPEC nacional.
Ya, en las últimas semanas, antes de despedirse de su vida terrenal, me llamó para hablar de otra tarea que quería yo cumpliera: presidir la Comisión de Candidatura en el cercano Congreso de la UPEC. “Ya tú lo hiciste una vez. Tienes experiencia en eso y seguro, tú y los demás compañeros de la Comisión, podrían proponer una candidatura de calidad que tenga consenso en el sector”, me dijo casi textualmente como para que no se me ocurriera poner algún “pero”.
Hoy, a cuatro años de despedirnos, puedo afirmarle al amigo Moltó, al querido presidente de nuestra UPEC, que su tarea fue cumplida y me satisface que de aquel Congreso, de la candidatura propuesta, saliera un equipo de trabajo como el que actualmente dirige la organización de los periodistas cubanos, con compañeros caracterizados por su nivel profesional, su compromiso con el país y con la Revolución.
Bajo la dirección de Ricardo Ronquillo, Rosa Miriam Elizalde, Jorge Legañoa y Ariel Terrero, conforman un equipo que predican con el ejemplo de escribir sistemáticamente además de su responsabilidad de dirigir. Ellos, con admiración y compromiso, demuestran su apego y respeto a la obra de ese gran hombre y periodista que fue nuestro querido amigo Antonio Moltó.