A mi hermano Alfredo García Pierrat
Confié hasta hace cinco minutos que saldría de la enfermedad que le aquejó desde hace unas pocas semanas porque él era de los guerreros con los que participé en muchas batallas y siempre salimos airosos… y me equivoqué: el deceso de agp (iniciales que identificaban quien escribía o editaba materiales en Prensa Latina) me abruma más allá de las palabras, que nunca pensé tendría que escribir hoy.
Casi imposible ordenar pensamientos en el tropel de sentimientos que me brotan pero me lo impongo porque de seguro en breve se publicará una esquela mortuoria recogiendo la tragedia y el significado de su pérdida, porque a los 78 años de intensa vida profesional seguía siendo un aguzado editor de la central de su agencia, pero creo necesario que se le conozca más allá de esa nota de oficio.
Porque a Alfredo lo conocimos como familia cuando pasó por la plaza en que yo era corresponsal jefe, la República Democrática Alemana, cuando hizo tránsito en Berlín camino a su primera misión permanente en una oficina de la agencia, Rumanía, acompañado de su esposa y colega, Nancy Zamora, y su pequeño Michel. Fue en la segunda mitad de los años 70.
Ya tenía una historia poco conocida por sus actividades no siempre públicas antes de ingresar oficialmente en PL, en esa misma década. Solo después la supe. Y como botón de muestra de quién fue reproduzco un fragmento del reporte de la Cancillería cubana desde La Paz, en 2019, cuando habló sobre la invasión mercenaria por Playa Girón, en la que participó como artillero con solo 18 años. Así fue citado: “Me motivó una total identificación con la idea de la Revolución. Yo soy producto de una familia obrera, mi padre era electricista y yo trabajé desde los 14 años en la construcción y me incorporé a la milicia el día que volaron el barco La Coubre (1960) para participar en la defensa de la patria”.
Alfredo y yo comenzamos una amistad entre colegas en la década del 80, que fue reforzándose por los similares puntos de vista que compartíamos, no sólo en el orden profesional, y que nos llevó a mi esposa y a mí a compartir jornadas de vacaciones, a visitar nuestros respectivos hogares y mantener contacto aun cuando cumpliéramos diferentes tareas en el extranjero al mismo tiempo.
Pierdo la noción del orden cronológico de esta hermandad pero, puntos cimeros estuvieron en la acogida que me dispensaron en París, ellos corresponsales, en mi regreso de Alemania Federal hacia nuestro común terruño, tras cumplida mi misión en suelo germanoccidental; luego nos hermanó la tarea conjunta previa y durante la Segunda Cumbre Iberoamericana, en Madrid, siendo él y Nancy los titulares de la oficina en España, de donde partiríamos los dos a cubrir la visita del Comandante en Jefe a Galicia y luego nos incorporamos al equipo que reportó los Juegos Olímpicos en Barcelona.
Más tarde, en la Central, fue uno de mis colegas de confianza, en cargos de dirección, durante mi largo período como Vicepresidente para la Información. Y algo extraño: a pesar de su fuerte carácter y criterios nunca superficiales, jamás tuvimos un desacuerdo en asuntos esenciales –ni en otros tampoco—lo que no es común cuando de tensiones se trata en un medio como una agencia de noticias, donde inmediatez, contenidos y formas presionan constantemente.
Compartimos como pareja de reporteros la Cumbre Gromiko-Shultz, en Ginebra, cuando los cancilleres de la URSS y EE.UU. se reunieron por primera vez desde el inicio de la Guerra Fría; luego fue editor del equipo que comandé en la Cumbre de los No Alineados celebrada en Belgrado y en nuestra Patria perdí la cuenta de las muchas veces que asumíamos con otros colegas coberturas de primer nivel, desde Congresos del Partido a reuniones internacionales.
Al fallecer su querida Nancy, me pidió que le hiciera el prólogo del libro que recogería muchos de los materiales que ella elaboró en sus numerosas misiones propias, una muestra de cariño y respeto que me honró como la mejor de las distinciones.
Así, enlazados por recuerdos y realidades, compartiendo enfoques y análisis, inquietudes y fórmulas para ayudar al éxito de nuestra sociedad; con circunstancias similares al tener hijos viviendo en otros lares y una confianza a prueba de avatares de todo tipo, Alfredo confirmó ser el hermano que nunca tuve, en los últimos tiempos sobre todo.
A su regreso de Bolivia, última de sus misiones permanentes, llegó a nuestra casa con la sonrisa de siempre (nunca le escuché una carcajada, algo en lo que también se parecía a mí), como si no hubieran pasado más de dos años sin vernos y, desde entonces, no hubo semana, por cualquier razón, que dejáramos de hablar, que intercambiáramos por teléfono (además de seguirme en Facebook aunque nunca lo hacía saber) y estuviera siempre dispuesto a auxiliarme con su auto en visitas a médicos y otras gestiones y apoyarnos en lo que estuviera a su alcance.
De tanto en tanto aceptaba las constantes invitaciones de mi esposa a almorzar, más aún en tiempos de pandemia cuando todo se ha hecho más complicado. La última vez, en ocasión del Día de los Padres, a regañadientes se llevó un flan que ella le preparó, aunque por su condición de diabético (hasta en eso nos parecíamos) era muy mesurado con los dulces.
Ya en esa fecha nos advertía cierta acidez que comenzaba a molestarle y nos prometía que no la descuidaría. A mediados de julio nos ayudó a movilizarnos una vez más y me confesó que no había mejorado y le insistí lo de concurrir al médico, aunque el panorama de la COVID-19 desestimula atenciones médicas no urgentes.
Y fue la última vez que nos vimos. Al agudizársele el malestar, ya convertido en dolor, solo breves contactos telefónicos nos indujeron a pensar que se agravaba y en el último me confesó que como se sentía no le permitía ni seguir las victorias cubanas en Tokío, cuando los deportes siempre le gustaron (jugaba softbol en el equipo que PL tuvo en una época). Hoy, entre hospitales, ya definida la condición maligna de su padecer esofágico, no pudo salir de un tercer paro cardíaco…
Su vida física habrá finalizado pero su impronta, su ejemplo, su aguzado olfato periodístico y su condición de excelente ser humano son virtudes que perdurarán.
Hasta siempre, Alfredo
Durante muchas décadas tuve oportunidad de comprobar la caalidad humana y brillantez profesional de Alfredo G. Pierrat.
No es rutinario decr qjue su pérdida es IRREPARABLE.