Ha muerto Manuel Isauro de Feria García, el fotorreportero con infinitos capítulos de vida detrás del lente de las tantas cámaras que utilizó, reparó y conservó durante 51 años de ejercicio profesional en Vanguardia, al que llegó en 1970 y del que nunca se alejó pese a su jubilación en 2016.
A su país lo conocía de este a oeste y de norte a sur, y con exactitud de geógrafo ubicaba ciudades, sitios, poblados, ríos, presas y hasta charcas y cascadas.
En viajes de trabajo visitó otras tierras allende el mar: Alemania, durante el X Festival de la Juventud y los Estudiantes; Angola, como corresponsal del periódico Verde Olivo Internacionalista, y Haití, acompañando una delegación de médicos cubanos. Pero ninguna permaneció hospedada tanto tiempo en su mente y corazón como África, a donde aterrizó en marzo de 1983, ocho años antes de que finalizara la Operación Carlota con la salida del último soldado cubano.
Un año de fotorreportero en Angola le permitió la cobertura de centenares de sucesos sobrehumanos y actividades singulares, algunos muy distantes de la redacción, ubicada en el edificio Inverno Sol, en Luanda, la capital.
En viaje de una provincia a otra, disfrutaba observando cómo la pradera terminaba abruptamente y, sin transición alguna, cedía su dominio a la muralla verde. Unas veces por aire, otras por tierra, la selva, majestuosa y enigmática, lo hechizaba con su belleza. Tal vez por eso quiso un día tragárselo en un beso mortal. Mas, un golpe de suerte le salvó la vida.
Por la insistencia de sus compañeros de albergue, decidió cancelar el boleto de partida hacia Lubamgo. Antes de tocar pista, el avión explotó. Hubo 135 muertos. Fue un sabotaje de la UNITA. Angola era un trance diario, aunque se estuviera como civil. Como reportero gráfico andaba siempre delante del acontecimiento, en una caravana, en un recorrido, en una emboscada, en una evacuación, siempre husmeaba el peligro y se corrían riesgos.
Una tarde, en Huambo, puso a prueba tenacidad y audacia. No se sabía con precisión la zona recién ocupada por la UNITA, de ahí que lo llamaron y le preguntaran si desde el aire podría tirar fotos del lugar. Sin pensarlo dos veces dijo que sí. Mas, una vez dentro del helicóptero no lograba las tomas que quería. Descendieron. Entonces buscó una tabla larga y fuerte, la ató a los patines de aterrizaje y se amarró a ella. Desde allí tomó las imágenes, aun a riesgo de ser descubierto y exterminado por el adversario.
Para este hombre de mente ingenieril no existían imposibles. Jamás lo vi —como se dice— ahogarse en un vaso de agua. Aunque Angola, me confesó un día, «fue muy difícil, muy difícil». Por eso tal vez permaneció siempre al borde del tórrido camino africano. De allá trajo una discreta gorra negra que conservó y usó solamente en las coberturas que entrañaban peligro o cierto riesgo, como ciclones y huracanes. (Testigo soy de más de una entrega de Certificado Al Valor).
Con la misma intensidad vivida «junto a los árboles, las malezas y los quimbos, De Feria disfrutaba como pocos esa osadía anónima del trabajo cotidiano en su tierra de palmas, valles y montañas, con sus obreros, estudiantes, campesinos, artistas, científicos, políticos…
Durante sus largos y fructíferos años de fotorreporterismo De Feria tuvo la posibilidad de acompañar a Fidel en decenas de visitas y recorridos por el territorio central.
Para él no había una misión más importante que otra, aunque sí más complejas y peligrosas. «Nada más parecido que una cámara y un fusil». Lo repetía cada vez que podía a sus colegas, a sus alumnos de Periodismo cuando les impartió clases en la Universidad Central:
«Ni con uno ni con otro se puede fallar. Al enemigo hay que liquidarlo con el primer disparo… La mejor imagen no tiene que estar entre medio centenar de fotogramas, sino entre los tres primeros».
Pero siempre, Angola recurrente. Ya sin las minas que herían los caminos y la carne. Angola. Ya sin los puentes destruidos por la naturaleza o la metralla.
«El avance de la vida en campaña, el fragor de la guerra, de la solidaridad y el amor a nuestros semejantes, nos convirtió en mejores seres humanos, profesionales y revolucionarios […]
«Los cubanos saldamos una deuda con África. En aquella oportunidad el blanco fue la imagen. Me tocó disparar el obturador para atrapar la historia», aseveraba orgulloso.
(Tomado de Vanguardia)