¡Qué clase de batallas en el decatlón y el heptatlón de Tokio 2020! Como siempre, hermosas y llenas de esplendor. Hombres y mujeres batidos en busca de convertirse en los más completos del certamen. Aquí se da mejor el más alto, más rápido y más fuerte, entre implementos y seres humanos que vuelan a partir de sus sueños y su físico. Honran el rescate realizado por Pierre de Coubertin; le agregan la ciencia y la técnica alcanzadas. Propias de la etapa. Incrementado, pues, el citado lema. Debe añadirse el más lejos.
Dichas especialidades se hicieron realidad en la justa entre los varones desde 1904; llegaron para las damas en 1964. Primeros vencedores: el estadounidense Tom Kiely y la soviética Irina Press; esta última, una de las más brillantes deportistas del mundo. Ella y su hermana, la lanzadora Tamara, otra fuera de serie, encabezaron en su época el combate de su nación en los Juegos.
Dramas, alegrías, tristezas, heroicidades, tragedias incluso, como la injusticia que desgarró al estadounidense Jim Thorpe: despojado de sus medallas doradas conquistadas en decatlón y pentatlón en Estocolmo 1912 al ser declarado profesional. El Comité Olímpico Internacional (COI) lo reivindicó cuando devolvió estos galardones a los familiares en 1982. La víctima había muerto en 1953 sin dejar de reclamarlos ni de proclamar su inocencia. Al premiarlo, el rey Gustavo de Suecia, le había dicho: “Usted es el más maravilloso atleta que han visto los siglos”. No exageraba.
Pero Jim era un aborigen norteamericano, alumno del colegio indio de Carlisle de Pensilvania. Los reaccionarios no podían perdonarle dos pecados: vencer a los “cara pálidas” de cuna fácil y haberse casado con una blanca. El golpe fue dirigido desde su patria; en realidad, no era suya. La Amateur Union Athletic lo acusó de recibir 70 pesos de viático por representar a un equipo de Carolina del Norte en un torneo beisbolero, y la información la elevó al Comité Olímpico de USA. Ambos organismos, títeres de un gobierno maldito desde el nacimiento. En el COI, la acusación encontró apoyo masivo a pesar de los esfuerzos en contra de Coubertin. La sanción -la injusticia- fue aprobada.
Sus más fuertes rivales: el decatlonista sueco Hugo Wieslander y el pentatlonista noruego Ferdinand Bie, no aceptaron los títulos escamoteados. El primero expresó: “Son de Jim, es el mejor”. El segundo dijo: “Eso es un crimen y no seré su cómplice”. Los pieles rojas levantaron un monumento en honor de la víctima. En la base se puede leer: “A James Thorpe, el más extraordinario atleta del mundo y al que más negaron las glorias de su triunfo”.
El historiador cubano José Elías Bermúdez Brito revela en su libro Por los caminos del olimpismo (Editorial Deportes, La Habana 2013: “En 1932, rondando las cercanías del Coliseum de Los Ángeles, sin dinero para pagarse la entrada, fue reconocido por un grupo de espectadores e invitado a la tribuna de honor. El estadio entero lo recibió con una gran ovación y, en 1950, un jurado de casi 400 periodistas de Estados Unidos lo señaló como el deportista más completo de la primera mitad del siglo”.
Lectoras y lectores, los regreso a Tokio 2020. Aquí están los más plenos competidores de los XXXII Juegos. Ambos son mestizos. La belga Niusatou Thiam, de madre nacida en Bélgica y padre senegalés, logró su segundo corona olímpica consecutiva, ahora con 6 791 puntos. El canadiense Damián Warner consiguió lo mismo, a la vanguardia de principio a fin, con 9 018.
Aunque todavía el racismo hiere aún más de lo que debía, son dos estatuas vivientes, especialmente en el ámbito atlético, sin que importe el color de su piel ni la nacionalidad. Nada ni nadie puede arrebatarles la gloria, conquistada en su lucha por ser cada vez más fuerte, más rápido, saltar más alto y más lejos en nombre de todas las personas de buena voluntad.