LAS CARABINAS DE POCHO

Del son a la Revolución (I)

I

Cuba pasó a ser República en los inicios del siglo veinte, pero siguió siendo una timocracia hasta más de medio siglo después. ¿Sabe alguien lo que quiere decir eso? Un jurista puede explicarnos que timocracia es un término griego que alude al gobierno de los acomodados, de los que tienen propiedades o dinero. En Cuba, quien no los tenía, tampoco tenía voz ni voto en los asuntos públicos. Por eso alguien pudo decir, exagerando la nota, que era “un honor para las clases humildes” el hecho de pertenecer a una institución como el Ejército de la República, surgido de la Rebelión de los Sargentos, porque allí cabían “todos los cubanos por igual”.[1]

No sólo los pobres. Ahora los militares negros o mestizos pudieron proclamar su patriotismo sin sentirse discriminados y, sobre todo, pudieron enfrentarse al caos que, por partida doble, nos amenazaba: “El Fascismo, al que nos querían someter las clases conservadoras del país, y el Comunismo, cuyos cuadros mantenían la República “en estado de tensión permanente” por promover la acción de “obreros extranjeros y de literatos bien pagados por el oro del Soviet”.[2] Ante un panorama tan abarcador, uno siente la tentación de decir: “Venga acá, ¿aquí no se salva nadie?”.

II

La respuesta es que la actividad política estaba tan fragmentada en partidos, tendencias y grupos, que todo el mundo creía saber hacia dónde apuntaba, pero nadie sabía adónde iba a dar el disparo. Salvo los comunistas. En tiempos de Machado, cuando la República cumplió veintitantos años, operaban en ella, además de la CNOC (Confederación Nacional de Obreros de Cuba), los partidos de las clases dominantes y –clandestinamente—el ABC y una filial de la ANERC (Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos, fundada en México). Se   manifestaron grupos como el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana, encabezado por Víctor Raúl Haya de la Torre), así como los de apoyo a la lucha de Sandino en Nicaragua y a los anarquistas italianos Sacco y Vanzetti, condenados a muerte en Estados Unidos. Ideológicamente –para no ser confundidos con sus adversarios– se había impuesto entre los izquierdistas radicales la idea de que existía un socialismo moderado, que rechazaba los extremos. El abogado villareño Raúl Amaral Agramonte (cit. en nota 2) admitía ser uno de ellos, aunque muy pronto se aconsejó y volvió a las andadas. Ahora “veía al comunismo convertido en un enorme vampiro cubriendo con sus extremidades toda la república y constituyendo los Soviets en cada una de las fábricas e industrias del país, lanzándose con el apoyo de las tropas indisciplinadas al logro del poder para los Soviets, y llevar la república por el camino de la perdición, ya que inmediatamente nuestras aguas se poblarían de cruceros norteamericanos, y como necesidad imperiosa por sus compromisos internacionales, se decretaría la intervención americana. Y entonces comenzaría el segundo episodio del comunismo en Cuba.”[3]

Una visión previsible y desmesurada, pero que me recordó la anécdota del despido de Nicolás Guillén cuando era Jefe del Negociado de Prensa del gobierno de Machado. Había sido despedido de su cargo pese a que cumplía debidamente sus obligaciones atendiendo a amigos y subalternos. Pidió una explicación y, como  no se la dieron, decidió irse de allí definitivamente. Supo que mientras tanto, arriba, pasaban otras cosas. “El propio General [Machado] se sintió halagado cuando un joven y provocativo periodista, casi temblando, quiso decirle Dictador en su propia cara y Machado exclamó: “!Yo Dictador!”.[4] Sonriendo al conocer que se le comparaba  con Primo de Rivera y Mussolini”.

Y a propósito del comentario, no puedo evitar referirme a otra anécdota, la del Son, un ritmo “afrocubano” recién llegado del Oriente de Cuba, rechazado por la buena sociedad pero cuya ejecución, en lugares públicos, Machado estimulaba.

III

Julio Antonio Mella no tuvo problemas con los músicos, pero sí con las personas encargadas de decorar los espacios donde la ANERC celebraba sus fiestas. Aunque –como saben sus estudiosos—fueron discrepancias pasajeras. Consultaron con Mella sobre la posibilidad de decorar los salones con banderas –banderas cubanas, naturalmente—y Mella, sin pensarlo dos veces, les dio una respuesta sectaria y desorientada: les dijo que las banderas eran un instrumento burgués que servía para manipular a las masas. No se dio cuenta de que en aquel contexto eran un símbolo de   cubanía, que no servían como simples adornos para decorar los zaguanes.

En la ANERC, Mella tenía entre sus principales propósitos llevar a cabo la Revolución, el derrocamiento de Machado por la vía de las armas. De hecho, dedica los últimos esfuerzos de su vida a la organización de este ambicioso proyecto. Una estudiosa ha dicho que era “su proyecto más maduro políticamente” y el que conservaba “su trascendencia en la historia contemporánea y en la actualidad.”[5] Esta insistencia en lo “contemporáneo” y lo “actual” de su orientación revolucionaria tal vez pase inadvertida para quien no sepa que Mella había escogido la guerrilla como su instrumento, y la montaña como su teatro de operaciones. Lo menos que puede decirse es que, mirada desde dos perspectivas y momentos –pasado y futuro, lo urbano y lo rural–, en su posición latía el núcleo de la historia de Cuba. Huelga añadir que ahí no cabía la hipótesis –sostenida por algunos estudiosos— de que la fotógrafa italiana Tina Modotti, amante de Mella, estaba involucrada en los sucesos que condujeron a su muerte. Los historiadores cubanos la exoneraron de toda responsabilidad. Para ellos, los asesinos habían sido los sicarios de Machado. Para nosotros, también.  (Publicada en el Boletín del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Imagen destacada: Dary Steyners).

        Notas:                                                                               

[1] Los grados militares no estaban al alcance de los soldados.

[2] Cf. Raúl Amaral Agramonte: Al margen de la Revolución. La Habana, Cultural, S. A., 1935, p. 363.

[3] Ibíd., pp. 292-293. Por momentos se le había quitado dramatismo a la definición equiparando el comunismo al anarquismo y hablando de “comunismo libertario”.

[4] Raúl Amaral Agramonte: Cit. supra, pp. 84 y 88. Probablemente el periodista no quiso decirle “dictador”, sino sacar a discusión el tema; y en cuanto al propio Machado, ¿no  habrá hablado como quien hace una pregunta en tono irónico, burlón? Sólo así se explicaría lo que le sigue.   

[5] Christine Hatzky: Julio Antonio  Mella (1903-1929). Una biografía. Santiago de Cuba, Instituto Cubano del Libro/Editorial Oriente, 2008. Comentario verbal de Guiteras.

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Ambrosio Fornet
Ambrosio Fornet (Veguitas de Bayamo, 1932), ensayista, crítico literario y editor. El autor de Cine, literatura y sociedad (1982); Alea, una retrospectiva crítica (1987); El libro en Cuba (1994); Las máscaras del tiempo (1995); Carpentier o la ética de la escritura (2006); Las trampas del oficio (2007) y Narrar la nación (2009). También de los guiones para los filmes Retrato de Teresa (1979) y Mambí (1998). Es miembro de la Academia Cubana de la Lengua y ha sido merecedor del Premio Nacional de Edición (2000) y del Premio Nacional de Literatura (2009).

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