¿Debemos resignarnos? Creo que no. ¿Admitir que todo está perdido? Tampoco. Pero se impone ser realistas, asumir que se han apropiado de este justo y bello sueño, que con sus potentes altavoces y su hegemonía mediática, la mayoría de las veces mercenaria, han convencido a desinformados y que, como decía Malcolm X, «si no estás prevenido ante ellos te harán amar al opresor y odiar al oprimido».
Porque mucho me temo que la única forma de situarse hoy al lado del que sufre las injusticias, de las víctimas en el sentido clásico que proclama Dunant, de modo eficaz y cabal, es irnos buscando otro paradigma.
Llevamos años denunciando que la Acción Humanitaria es otra cosa. Y no sólo que lo es, sino que se concibió para lo contrario de para lo que la utilizan algunos, tan manida, después de desnaturalizarla. No merece la pena insistir mucho en ello, pues quienes quieren saber la verdad ya la conocen y los que se alinean con quienes la pervierten prefieren no oírla para vivir en su propia inopia interesada y mendaz.
Pero lo volveremos a enunciar de forma esquemática: la Ayuda Humanitaria, para ser tal y merecer ese título, debe atenerse a unos principios signados en las Naciones Unidas por todos los países del mundo, de tal manera que no toda la ayuda lo es. Es más, como se plantea, muchas veces ni siquiera es ayuda. Es, o lo sería si se ejecutara, un problema más para las personas que mayor necesidad tienen de ella.
A saber, debe ser independiente, o sea, los que la ofrecen y la dan no pueden tener otro objetivo distinto al de aliviar el sufrimiento de las víctimas, tal vez salvar vidas, atenuar el dolor y acompañarlas, pero ningún otro. Y se debe plantear a través del concepto de humanidad, que, a diferencia de la caridad, esta evoca una relación entre seres humanos iguales e integra no sólo la voluntad de disminuir el sufrimiento, sino también de reflexionar sobre sus causas y de erradicarlas.
Reflexionemos, entonces, sobre esas causas, porque en los escenarios internacionales actuales este es el quid de la cuestión. En estos momentos, y en medio de la situación que se vive en Cuba muy castigada por la pandemia de Covid-19 y por la crisis económica derivada de ella y de las injustas y lesivas políticas de los EE UU desde hace más de 60 años, la mejor ayuda humanitaria sería, sin dudas, acabar con las causas y, en especial, con la peor de ellas: el feroz e inhumano bloqueo económico, financiero y comercial impuesto por el (mal) vecino del Norte.
La denuncia forma parte del acervo humanitario, persigue tanto eliminar el origen del problema como investir de nuevo a las víctimas de sus derechos y su dignidad, otorgándoles la palabra silenciada. Que las razones de Estado sean un catálogo de sinrazones para justificar las más grandes injusticias, excusándolas como un bien superior (la seguridad, el bien común, etc.), no nos exime de contarle al mundo, desde nuestra acción humanitaria, el por qué de los problemas y quiénes son los responsables.
Por ello, aunque no guste escucharlo, hay que exclamar que no es de recibo que una ministra, recientemente, visitara ante la prensa a los refugiados venezolanos en Colombia interesándose por sus problemáticas, cuando entre las causas de las grandes penurias que sufren esas personas se sitúa la nefasta política española de imponer sanciones económicas que estrangulan la economía de Venezuela y castigan a los más pobres. Además de tener el desparpajo de afirmar que las sanciones son buenas porque impiden que haya que tomar medidas más duras (intervención militar).
Como sorprende que no se le caigan los palos del sombrajo a un alto cargo español, cuando afirma que el bloqueo a Cuba es un problema interno de EE UU, porque no lo es. Eso sería tanto como considerar que el mundo es una selva donde el gigante tiene derecho a pisotear al pequeño, el poderoso puede imponer a otros sus políticas (extraterritorialidad de las medidas) y España, con la inmensa mayoría de los países del mundo que llevan 29 años consecutivos condenando el bloqueo y pidiendo su cese en la ONU, son una caterva de radicales incoherentes. Inadmisible, incluso, si consideramos que el medio condiciona y habla desde las mismas entrañas del monstruo, como dijo José Martí.
Gestos, nada más, que solo sirven para ayudarnos a nosotros mismos. Han inventado la doble propaganda: pregonamos al mundo entero lo buenos que somos y lo ineptos e incapaces que son los que sufren las consecuencias de nuestras políticas por el mero hecho de sufrirlas.
Atentan contra la neutralidad necesaria de la ayuda quienes “no observan la abstención de todo acto que, en cualquier situación conflictiva, pueda interpretarse como favorable a una de las partes implicadas o en detrimento de la otra”. Es decir, aquellos que en la situación difícil de la Mayor de las Antillas reclaman la ayuda de falsa bandera para favorecer los nada disimulados intereses norteamericanos de generar necesidades básicas en la población, después inestabilidad, para, según ese esquema, provocar un cambio político con apoyo exterior (la de ellos mismos).
Y así sería hasta conseguir que Cuba se convierta en uno de esos paises de América Latina en los que cuando no hay problemas de derechos humanos, ni represión, ni pobreza extrema, ni asesinatos extrajudiciales de líderes sociales, ni millones sin derecho a la salud, a la educación, a la protección social, es porque, aunque existan, la potencia hace y deshace a su antojo y se tapa los ojos, pues, ¡oh maravillas de mercado!, sus empresas, trust, multinacionales, fondos buitre, etc., y sus colaboradores locales se lo llevan crudo. O asado, que más da.
No somos neutrales, ni queremos serlo, porque denunciamos las injusticias, de la misma forma que no somos imparciales porque siempre tomamos partido por las víctimas y por los que padecen, antes que por los victimarios.
La ayuda humanitaria concebida para otra cosa, reclamada ahora para Cuba como recientemente para Venezuela sobre el mismo diseño, además de falsa e interesada tiene otra característica que la hace aún más desgarrada: se pretende imponer a las víctimas sin respetar ni un ápice su dignidad. Y no se respeta cuando los que provocan la herida acuden, diligentes, con la tirita. No se busca curarla sino hacerse la foto, porque si no quisieran lesionados no hubieran tirado la piedra. De cajón, como dicen en mi pueblo. Pero no lo será tanto cuando hay que seguir explicándolo, ya que el objetivo no son las personas sino la campaña de propaganda con que alimentar a los fans y desorientar a la mayoría.
Como hemos aprendido de Pilar Estébanez y de otros impulsores de este movimiento en España, por encima de los principios no existe el humanitarismo. La universalidad de la acción comprende que se pueda intervenir con ayuda en situaciones extremas en un país o en una zona, inclusive cuando sus autoridades no lo consientan, cuando la violación de los derechos de la población sea flagrante y cuando se cuente con el aval del Consejo de Seguridad de la ONU. Poco que comentar en el caso que nos ocupa, pues no se da ninguno de esos criterios y Cuba ya está recibiendo ayuda de otros países que no albergan otras intenciones que la de atender las necesidades de la población (México, China Rusia).
Cuba no necesita ayuda humanitaria como la que le quieren brindar los aprovechados; ni vacunas, ya las fabrican ellos para asombro del mundo y escarnio de sus enemigos. Cuba necesita solidaridad, pero no impuesta ni a la fuerza, porque fue la nación que la inventó y mejor la practica con todos los países del mundo. Cuba necesita justicia y que se levante de una vez el inhumano bloqueo que la asfixia. Es una tarea de todos con la que estamos comprometidos.
Algo vamos a tener que inventar para seguir trabajando por quienes lo necesitan sin causarles más daño como, al parecer, quisieran algunos, y sin concebirlo sobre el esquema de que nuestra ayuda a quien más debe beneficiar es a nosotros mismos. ¡No somos listos ni nada…! (Publicado en Actualidad humanitaria).
*Manuel Díaz Olalla es médico cooperante y miembro de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria (SEMHU)