En las últimas páginas de Cultura Snack (La Marca, 2020) dejé caer una hipótesis: la metáfora líquida, que tanto éxito tuvo a partir de la publicación de La modernidad líquida (Bauman, 1999), ya no es la mejor a la hora de describir la vida social y la cultura contemporáneas. Recapitulemos: a Bauman le interesaba el pasaje de la sociedad sólida a la líquida, un mundo donde “la mayor preocupación de nuestra vida social e individual es cómo prevenir que las cosas se queden fijas, que sean tan sólidas que no puedan cambiar en el futuro. No creemos que haya soluciones definitivas y no sólo eso: no nos gustan”. Esta pérdida de solidez de la Modernidad ya estaba presente en la reflexión postmoderna, por ejemplo en obras como Todo lo sólido se desvanece en el aire (All that is solid melts into air), un libro escrito por Marshall Berman entre 1971 y 1981 y publicado en 1982.
La modernidad líquida
Zygmunt Bauman aplicó la metáfora líquida a todo tipo de relación o proceso social, desde las relaciones amorosas hasta la crisis de los 40 años, a la política, el arte y la educación. La “liquidez” aparecía en todos los aspectos de la vida, en los objetos materiales, en las relaciones con la gente y en “la propia relación que tenemos con nosotros mismos, cómo nos evaluamos, qué imagen tenemos de nuestra persona, qué ambición permitimos que nos guíe. Todo cambia de un momento a otro, somos conscientes de que somos cambiables y por lo tanto tenemos miedo de fijar nada para siempre”. Cuando el Estado o las empresas piden a la gente que sea flexible, eso significa que quiere “que no estés comprometido con nada para siempre, sino listo para cambiar la sintonía, la mente, en cualquier momento en el que sea requerido. Esto crea una situación líquida. Como un líquido en un vaso, en el que el más ligero empujón cambia la forma del agua. Y esto está por todas partes” (Entrevista de Justo Barranco en La Vanguardia, 2017).
Las metáforas sirven para pensar. En este caso, pensar la sociedad y la cultura en términos líquidos sin dudas servía para representar un tipo de Modernidad que, sin renunciar al desarrollo lineal del progreso, adoptaba formas maleables y menos rígidas. La metáfora líquida es móvil (A —> B), dinámica (“no podemos bañarnos dos veces en el mismo río”) y, puestos a jugar con los conceptos, puede incluir movimientos de desborde (una sociedad que va más allá de sus instituciones es como un río que sale de su cauce ) o turbulencias. Sin embargo, la idea misma de un flujo líquido está impregnada de una concepción de linealidad, de “ir hacia un lugar”, que no tiene mucho que ver con la realidad que vivimos en el siglo XXI.
El nuevo ecosistema mediático
Como escribí en Cultura Snack, antes la gente pasaba mucho tiempo en pocos medios. Los ritmos de vida y, por lo tanto, de consumo, eran diferentes, y comparados con los de hoy, fluían en cámara lenta. Antes había tiempo para leer con calma el diario, escuchar la radio varias horas por día y, sobre todo a la noche, reunir a la familia frente al tótem televisivo. Era precisamente la televisión el gran medio hegemónico: como la pasta en Italia o el arroz en China, la televisión dominaba la dieta mediática de la mayoría de las sociedades. Cuando Marshall McLuhan hablaba de la global village se refería precisamente a eso, a la centralidad del broadcasting en la vida cotidiana de los habitantes del planeta Tierra.
La irrupción de las redes digitales tuvo efectos profundos en la ecología de los medios y en la dieta mediática de los sujetos. La red, más que un medio, es un metamedio que generó, y no deja de generar, nuevas experiencias y formas de comunicación. En la web nacieron Facebook y Twitter, la Wikipedia y YouTube, el banner y los blogs, los webisodios y los recaps. Es en este universo digital donde se crean, prueban y legitiman la mayor parte de las nuevas formas de comunicación. Este entorno mediático es el caldo primigenio de los nuevos formatos textuales breves y, al mismo tiempo, de las meganarraciones transmedia que a menudo les dan un nuevo sentido a esos fragmentos.
La hipótesis gaseosa
La explosión de la cultura snack (con todos los barbarismos que ella implica y que analizo en el libro: brevedad, miniaturización, fugacidad, fractalidad, fragmentación, remixabilidad, infoxicación, movilidad, velocidad) podría considerarse el caldo de cultivo de una forma cultural “original” que emerge de la nueva ecología mediática. La fragmentación y velocidad del videoclip, que tanto sorprendía a los analistas e intelectuales en las últimas décadas del siglo XX, era solo la antesala de una textualidad que está llevando el culto de la brevedad hasta sus últimas consecuencias. La cultura snack, desde esta mirada, se presenta como un espacio aún más enloquecido, recombinatorio y acelerado que deja atrás la época dorada de la neotelevisión y anuncia una nueva configuración cultural. La cultura snack como algo que viene después (after) del postmodernismo (afterpost). La metáfora líquida, con todo el respeto que me merece el planteo de Bauman, ya no basta: los nanocontenidos (y nosotros con ellos) salen disparados como moléculas en estado gaseoso y chocan entre sí formando una interminable carambola textual.
Una de las características de la nueva ecología mediática es la multiplicación de actores, textos, tecnologías, prácticas, y de las relaciones que mantienen entre sí. En pocas palabras, estamos en presencia de un ecosistema más complejo donde pequeños cambios (la introducción de una tecnología, la aparición de un nuevo formato o incluso un meme) pueden generar transformaciones que vayan de una punta a otra de ese ecosistema. Pero no solo la comunicación: toda la vida cultural del Homo Sapiens se ha vuelto más y más compleja. Y de alcances globales. El coronavirus, ese meme biológico, es un buen ejemplo de cómo algo muy pequeño puede generar efectos catastróficos a gran escala.
La metáfora líquida nos lleva a pensar en flujos que corren por sus cauces, se desplazan de un lugar a otro siguiendo la orografía y a veces desbordan sus costas. Ese río era la modernidad. Estoy convencido de que la cultura contemporánea se representa mejor a través de una metáfora gaseosa donde millones de moléculas enloquecidas chocan y rebotan entre sí.
Futuras metáforas
Las metáforas sirven para pensar. Si adoptamos la metáfora gaseosa, podemos ir más allá y pensar que la vida social atraviesa por fases sólidas, o sea, momentos donde se frena el cambio y se privilegia la consolidación y reproducción de lo existente; fases líquidas, donde se dan desplazamientos y transformaciones colectivas orientadas hacia un gran objetivo compartido; y fases gaseosas donde lo que reina es la hibridación, el caos, la indeterminación y la incerteza. Tampoco es para descartar que mientras algunas sociedades están inmersas en una fase, otras se explican mejor a través de otra metáfora.
Finalmente, creo que no debemos dejar de lado las investigaciones que apuntan a la existencia de otras formas de la materia (la ciencia ya ha aceptado la existencia del “estado plasmático“, un cuarto estado más allá de lo sólido, líquido y gaseoso) o los estudios sobre los estados del agua. El libro de Gerald Pollak Fourth Phase of Water: Beyond Solid, Liquid & Vapor va en esta línea de reflexión.
Las metáforas, con todas sus limitaciones, son uno de los instrumentos fundamentales con que cuentan las ciencias sociales a la hora de darle un sentido al mundo que nos rodea. Pero atención: las metáforas también pueden solidificarse y convertirse en un obstáculo al pensamiento, por lo que a veces conviene dejarlas correr o, mucho mejor, confrontarlas con otras como si fueran partículas gaseosas para crear nuevas metáforas.
(Tomado de hipermediaciones.com)