Leonardo Depestre Catony -escritor, periodista e investigador cubano- explora un amplio espectro de intereses: la lexicografía, la lingüística, la biografía, pero todo visto desde la perspectiva del periodismo y de ahí su presencia en numerosas publicaciones como Bohemia, Prisma, Habanera, Excelencias del Caribe, El Correo de Cuba, Cuba Internacional, Mar y Pesca, Bitácora, Orbe, Somos Jóvenes, Caimán Barbudo, Tribuna de La Habana, El Habanero, Granma Internacional, Juventud Rebelde, La jiribilla. También es un asiduo colaborador de Ediciones La Memoria, del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, que ha publicado varios textos que han sido prologados, editados o compilados por él: La Habana de Pablo es un excelente ejemplo.
-Si tu padre fue un reconocido juez, ¿nunca sentiste inclinación por impartir justicia?, ¿nunca te interesaron las leyes?
-El asunto puede resultar escabroso, pero me gusta tu pregunta porque nunca he hablado públicamente sobre esto. Mi padre fue un juez competente, muy estudioso de la legislación, enamorado de su carrera, honesto, ¡súper honesto!, al punto que solo tenía una casa propia en Remedios -ciudad al centro de la Isla y que pertenece a la provincia de Villa Clara- donde nació, y un Chevrolet del año 57, comprado de uso. Bien poco como ves, y adquirido con su dinero.
Ejerció funciones como juez en varios pueblos de la república, y como nunca estuvo involucrado con el régimen anterior, al triunfo de la Revolución promovió tres veces de categoría, hasta llegar a juez de instrucción de Guanabacoa. Pero las cosas cambiaban… y bastante. A inicios de 1961, se hizo una “depuración” en el Poder Judicial (entonces era uno de los llamados poderes independientes, junto al Ejecutivo y el Legislativo) y fueron botados a la calle numerosos jueces por alegarse las “razones” de contrarrevolución, incompetencia en otros casos y edad según la versión oficial, pero la fundamental, la básica, fue de índole política.
En el grupo de los “botados” por “contrarrevolucionarios” estuvo mi padre, quien curiosamente jamás había movido una uña contra el sistema, pero que no era confiable políticamente ni tampoco comunista, con el “agravante” de que esto último ni siquiera lo simulaba como tantos. La justicia pasaba a ser la justicia revolucionaria, o sea, a estar regida por la legislación y además -y fundamentalmente- por el compromiso ideológico de los jueces con la Revolución. Esa es toda la verdad, o al menos mi verdad, la que viví, la no oficial. Entonces, por supuesto que nunca me pasó por la cabeza estudiar la carrera de Derecho.
-Te graduaste de licenciatura en lengua Inglesa en la Universidad de La Habana, ¿cómo nace tu afición por los idiomas porque -hasta donde sé- dominas, también, el italiano y el ruso?
– Los idiomas me gustaban, estaba de moda estudiarlos, existían las escuelas nocturnas de idiomas en cada municipio. Hasta el esperanto se estudiaba. Pero ningún idioma para mí como el español, esa es nuestra mayor deuda de gratitud, no la única, con España. Después, en orden de preferencias, el idioma italiano. El inglés vino por la carrera y por su importancia, fui traductor de mesa de temas científicos (la plaza que encontré, ruego remitirse a la época: años setenta) por dos décadas.
-¿Por qué los temas históricos y las personalidades -algunas un tanto olvidadas- han sido centro de tu atención, estudio y escritura?
-La afición por la historia la adquirí en casa, con las lecturas de la biblioteca, y en la escuela también. Siempre he admirado la historia de Cuba. Hace treinta años visité Santiago de cuba, la Ciudad Héroe, por mi cuenta, unos pocos días, pero busqué espacio para llegarme al Cementerio de Santa Ifigenia, fue mi decisión, nadie “me llevó”, quería detenerme ante la tumba de tantos héroes, de tantos compatriotas guapos que dieron su vida.
-¿Qué ha significado en tu vida Pablo de la Torriente Brau?; ¿para qué te ha servido la obra periodística que nos legó?
-Antes de responder te cuento algo verídico. Hace tres días, al abrir un libro de literatura, me encontré de marcador un almanaquito de bolsillo de los que imprimía Radio Habana Cuba, año 1976. Por un lado el calendario, por el otro un retrato de Pablo de la Torriente Brau. Pablo y Guiteras, dos héroes admirados, no los únicos advierto, de la década del treinta. Leí Presidio Modelo mucho antes de trabajar en el Centro Pablo, lo mismo digo de unas cuantas de las cartas de Pablo. Admiraba su estilo, su valor personal (¡nada que ver con el Capitán Araña!), su pasión, la vida que le ponía a todo. Después de mi entrada al Centro Pablo me bebí toda su obra, buen alimento para tiempos difíciles. Investigar sobre su obra y vida ha sido un agradable empeño, nada de sacrificio como a veces se dice con “dramatismo”, nada de eso, ha sido un placer, un honor.
-De todos los libros del cronista de Majadahonda, ¿cuál es tu preferido?
–Difícil, difícil escoger, pero me quedo con sus series de reportajes La isla de los 500 asesinatos y Realengo 18, ambos en el libro Pablo en Ahora.
-¿En qué proyecto o proyectos editoriales andas envuelto?, ¿alguna novedad?
-Como soy un atrevido, he escrito mucho y sobre muy diversos asuntos, y entonces a cada rato reúno mis trabajos y los propongo. Me han publicado dos libros por la editorial Verbum, de Madrid, y otros dos por Primigenios, de Miami. Todavía me quedan varios inéditos, en la espera impaciente. No olvides que soy un jubilado con 46 años de trabajo reconocidos y una pensión ¡que mejor no menciono!
-¿Y cómo te ha llevado, te lleva la pandemia?, ¿con qué herramientas la has ido sorteando?, ¿ha tenido algo beneficioso para ti en el orden personal?
-Quien afirme que la pandemia le ha dejado beneficio alguno es persona muy egoísta. La pandemia ha dejado muerte, desolación, tristeza, vigilia, hambre… La pandemia ha sido, por sus consecuencias, casi como una tercera guerra mundial, con todos los países involucrados y todos hemos salido perdedores. He permanecido en casa todo lo posible, consciente por la edad de mi alto riesgo. La he pasado escribiendo, indagando por Internet, y sobre todo agradeciendo por estar vivo.