“Un país de amantes, no de ‘odiantes’”, atendible texto de Ricardo Ronquillo, con título que remite a otro de la periodista Rosa María Fernández, motivó en quien suscribe un comentario devenido núcleo de la presente nota. La noción de Armando Hart Dávalos sobre radicalidad, que recuerda Ronquillo, es una paráfrasis sintética y fiel de una cita del artículo de José Martí titulado “A la raíz” y publicado en el periódico Patria el 26 de agosto de 1893: “A la raíz va el hombre verdadero. Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas en su fondo. Ni hombre, quien no ayude a la seguridad y dicha de los demás hombres”.
Pensando en la Cuba para la que vivió hasta eternizarse en combate, el propio Martí expresó en su Lectura en Steck Hall del 24 de enero de 1880 su convicción de que “el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones”. Y con pupila planetaria advirtió sobre “la chusma adolorida que jamás podrá triunfar en un país de razón”, lo que se lee en su crónica de 1887 conocida como “Un drama terrible”, sobre la represión aplicada contra el movimiento obrero en los Estados Unidos. Todo abonaba en él su afán, plasmado en las Bases del Partido Revolucionario Cubano, de fundar en su patria “un pueblo nuevo y de sincera democracia”.
Mucho ha tratado de hacer y ha hecho la Cuba martiana para librar de sufrimientos a su pueblo, y para que este goce de cultura, porque “ser culto es el único modo de ser libre”. Y Martí no confundía la cultura con la simple instrucción: esta, por muy rica que fuese, podía conducir a lo que él, en el ensayo “Nuestra América”, llamó “falsa erudición”.
Pero no vale suponer que en esta Cuba, que tantos obstáculos ha tenido y tiene que encarar, todo se ha hecho bien, sin cometer errores. Entre estos habría que ver qué lugar han tenido el paternalismo —siempre, por naturaleza, con su lado autoritario— y lo menos fértil de los idealismos, que pueden causar estragos por entre los más elevados, lúcidos y justicieros ideales.
Añádase que la opción radical contra idealismos indeseables no está en el frustrante y oportunista pragmatismo, ideología propia del capitalismo y el imperialismo, y que ya en el siglo XIX cubano caracterizó a las posiciones reformistas, anexionistas y autonomistas, no al independentismo radical, irreductible a resignaciones pragmáticas, a dejarse llevar por la medida de “lo posible”.
Pero el pragmatismo asoma por los caminos más inesperados. En estos días, cuando se ha comprobado, una vez más, que si hay una mezcla terrible es la que funde odio y marginalidad, han sido escalofriantes algunas de las respuestas dadas —no fueron las únicas: seguramente abundaron más las signadas por la claridad— a una publicación de José María Vitier en su perfil de Facebook.
Siguiendo el camino martiano que recibió desde niño en su hogar, el destacado músico recordó una confesión de Martí en su desgarrador y a la vez edificante testimonio juvenil El presidio político en Cuba: “Y yo todavía no sé odiar”. A la médula de esa realidad se llega con la luz de los sufrimientos de la experiencia vivida por el autor en la mencionada institución represiva del régimen colonial, de la que salió fraguado para la gesta necesaria que sería, en su programa revolucionario, una guerra sin odio.
A Vitier, y a otras personas que trataron también el tema, les salieron al paso, con ira mal contenida, algunas voces supuestamente iluminadas por las artes. Negaban valor a las declaraciones de Martí y las tildaban de meras “frases poéticas”, inútiles para lo que se procuraba presentar como reclamos de justicia.
Quedaba claro un hecho terrible de las arremetidas orquestadas contra Cuba desde las madrigueras al servicio del imperio que la bloquea de modo criminal —acto genocida repudiado mundialmente, salvo por los gobiernos de la nación bloqueadora y su sucursal nazionista— y le impide tener el desempeño que intenta lograr para bien de su pueblo. Esas arremetidas tienen el odio como recurso propio de sus fines. No se trata, no, de los afanes legítimos con que el pueblo cubano busca y ha de conseguir el bienestar que merece.
Nada debe desatender ni menospreciar la Cuba de Martí en los desafíos que tiene por delante y no le faltarán, y que necesita vencer sin esperar a que cesen o amainen las fuerzas que intentan asfixiarla. El camino es arduo; pero vale recordar el verso latino que Martí hizo suyo frente a peligros mayúsculos: los que entre 1889 y 1890 reveló el foro internacional auspiciado entonces por el gobierno de los Estados Unidos en función de su voracidad continental y planetaria. Ese verso reza que “a las estrellas no se sube por caminos llanos”, y no lo son los que urge recorrer para disfrutar de un pueblo lleno de amor.