¿Cómo comunicar sobre José Martí?

Para leer a Martí

El país, el universo, la bandera le pertenece, o ¿hasta qué punto es él la patria y la bandera? ¿Martí siempre nos mira desde el amparo poderoso de las ceibas sombreando un cielo abierto? ¿Qué destila su cuerpo? El verbo que secunda la mano desbordada. Si me pidieran sobre él la frase sumadora, esencial, o sustantiva pronunciaría con Lezama: “Fue suerte inefable para todos los cubanos que aquel que trajo las innovaciones del verbo las supiese encarnar en la historia. Fue suerte también que el que conmovió las esencias de nuestro ser fue el que reveló los secretos del hacer… La palabra se apoderó del tiempo histórico”.

Pero no voy a hablar de toda su presencia, aspiración imposible, sino a volcar en juicios los variados destellos que en mí produce. Su vida dimensiona a su palabra. El profundo grado de imbricación entre ambas permite aplicar a Martí la siguiente aseveración kiplingiana: “ser un escritor que concibe una fábula y penetra en su moraleja”. Mas su palabra es en sí misma mayúscula dimensión, ola tenaz en estela infinita, vibración en eco.

La ejemplaridad de la obra de José Martí hace que él en discernible amalgama con ella juzgue al resto de nuestros escritores y al resto de nuestra literatura en su amplio diapasón genérico. Es decir, que su figura, acodada en las postrimerías de su siglo, proyecta una doble luz, hacia delante y hacia detrás. La causa se define en los sitios del misterio: la enigmática prosecución de su vida en su obra. El amplio espectro y agudas resonancias del pensamiento martiano permiten a los más diversos tipos de lectores encontrar en su obra una especie de asidero espiritual, un código ético del que muchos se sienten acreedores. No puedo sustraerme a la tentación de hablar de la poesía martiana –enigma de lo inefable–, pero no es mi intención llegar a generalizaciones filológicas, sino comentar aquellos versos donde se revela, entre la voz del hablante lírico, el Martí hombre, donde encuentro en dibujadas coplas la justa huella de su paso por la vida. Veamos las nueve primeras líneas de “Pollice Verso”:

¡Sí! Yo también, desnuda la cabeza

De tocado y cabellos, y al tobillo

Una cadena lurda, heme arrastrado

Entre un montón de sierpes, que revueltas

Sobre sus vicios negros, parecían

Esos gusanos de pesado vientre

Y ojos viscosos, que en hedionda cuba

De pardo lodo lento se revuelcan!

Y yo pasé sereno entre los viles.

El sobrecogedor es este último verso, donde se respira una tensión gustosa y un rejuego antitético, fortalecido por el trabajo en los campos semánticos: si las sierpes se revuelcan, van revueltas, parecen gusanos –sentido del verbo reforzado por la aliteración “De pardo lodo lento…”-, el hablante lírico va a atravesar, a traspasar (por sobre) esa realidad. Es curioso reparar en el hecho de que ambas acciones – verbos– tienen como base u objeto la tierra, ocurren sobre la misma en su sentido de superficie o terreno. El rejuego antitético se verá amplificado gracias a la sabia selección de los adjetivos, en este caso “sereno” contrapuesto a “viles”, elementos que indican la magnitud y la solemnidad del paso. Por otra parte son las relaciones de antinomia entre ambos, las que permiten amplificar el ángulo semántico del adjetivo “sereno”, que llega a ganar el sentido de valiente e imperturbable, libre de culpas provisto de virtud o incorruptible –como llamó Octavio Paz al maestro – cualidades estas que se desprenden de la personalidad de José Martí.

Y por si fuera poca la diferenciación verbal y adjetiva anteriormente explicada, se acentúa el carácter etéreo del paso del poeta por la tierra debido al símil subsiguiente: paso sereno como si en sus manos “las anchas alas púdicas abriese una paloma blanca”. Los versos citados, a pesar de tener un notable carácter autobiográfico – refieren sus experiencias de presidio – llegan a erigirse en visión debido al sentido de las imágenes, efecto que se acentúa en los versos 12, 13,14 y 15 del mismo poema.

Asómase a los ojos el regocijo luego de haber leído el verso inicial del poema “Hierro”: “Ganado tengo el pan: hágase el verso”. Verso a manera de ferroso puente al inicio de un texto de alto vuelo, donde se explicita la poética de Martí, en la que vida y arte están intimamente relacionados y balanceados, al tiempo que se hace evidente su ética. He aquí uno de los sentidos de la ley del equilibrio en su universo, por algo considerada ley estética fundamental. Donde han sido explotadas las potencialidades del modo subjuntivo para expresar la subordinación de una acción a la otra, para expresar esa cadencia que aporta a la segunda acción un fluir rítmico, cordial y continuado. Verso donde los dos puntos funcionan a manera de ojo de manantial: “Ganado tengo el pan”; aquí la acción que funge como elemento terreno de la esencia. Ya habrá medida del resto del remanso.

También digno de comentario es el verso: “Ven, que la soledad será tu escudo” del poema “Bosque de rosas”, perteneciente, como los comentados anteriormente, a Versos libres. Si hasta ahora había presentado un verso de naturaleza ético- filosófica – “Y yo pasé sereno entre los viles”–, o de naturaleza ético-estética –“Ganado tengo el pan: hágase el verso”– este apunta sobremanera hacia la naturaleza ético-amorosa, quedando descrito así en nuestro análisis un viaje a través de las diversas facetas del escritor. El verso en cuestión aparece en dos ocasiones dentro del texto: en la tercera línea, aunque es imposible sustraerse a la cualidad ígnea de la frase, va a funcionar a modo de convite amoroso. Pero a medida que se avanza en el poema se repara en la pureza de ese amor y la singularidad del mismo para los tiempos que corren, donde ese sentimiento también ha entrado en crisis, se repara en que Martí nos brinda su concepto del amor. Gracias a ello la reiteración final del verso no es gratuita. Este último ha enriquecido sus aristas polisémicas, en lo que juega un papel fundamental la línea que le precede, de esencial sutileza para el plano ideotemático. Dice el hablante lírico: “Ven, que allí triste iré, pues yo me veo”. Estamos en presencia de la incorporación de ese hablante al universo puro y libre del amor. Pero irá triste: aún su verso no se ha librado de las connotaciones éticas, y dolido por la carencia de libertad espiritual que el mundo exhibe. El poeta se ve, se presiente en su verso, ve reflejada su vida en esta frase, que recuerda esa otra tan decidora de sí –pudiéramos decir que aquella funciona a manera de respuesta, reforzamiento de un destino o solución a la causalidad que esta plantea– “todo el que lleva luz se queda solo”. El poeta ha quedado prendido en una de sus visiones, concepto personalísimo dentro de su poesía, que no es más que la expresión verbal de una imagen plástica concebida por la mente del bardo, es decir, el reflejo en la palabra de una realidad que la conciencia percibe.

De ella no podríamos decir otra cosas sino lo que Elliot afirmó a propósito de las visiones del Dante: “Ahora nosotros tenemos únicamente sueños y hemos olvidado que ver visiones fue antes una manera de soñar más interesante, disciplinada y significativa que la nuestra. Estamos seguros de que nuestros sueños vienen de abajo y tal vez por eso se ha deteriorado la calidad de nuestros sueños”.

El poeta penetra en el mundo de la amada ideal porque es el suyo, para ampararse en lo rotundo de la paradoja: la soledad es defensa, protección, la soledad es un arma de pureza donde estalla lo libre. Enfatizo en que este verso, más que dar un sentido del amor, da un sentido de la vida. Al igual que la siguiente idea, que provocó en mí una devoción sin límites cuando iniciaba el periplo por la obra martiana: “El pudor del dolor es el silencio”. Que, a la vuelta de algunas lecturas, se erige como síntesis de varios elementos caracterizadores de su escritura. Primero: mezcla perfecta de antítesis y analogías, de un equilibrio entre ellas que se manifiesta en la naturaleza. Es decir que en su escritura, y de modo peculiar en su poesía, tienen cabida los principios a través de los que se desenvuelve la naturaleza.

La creación, la incesante transformación en el reino de la naturaleza, transcurre dolorosamente desde el silencio. La naturaleza se personifica como una madre eterna que contempla, ya para siempre, desde el silencio – léase también solemnidad – su obra. El hombre, su vehementísimo amante, la imita y aspira a ser uno de sus eslabones más comunes. El dolor, aparentemente sensación privativa del hombre, es atribuido a la naturaleza, con lo que se equiparan los dos elementos esenciales de la creación. El sentido de la antítesis en la frase denota un fundamento literario que también apunta hacia el equilibrio:

El dolor generalmente provoca la queja, pero en Martí el silencio, en vez de mitigarlo, lo hará más acendrado. Misterio y elegancia alcanzan un mismo grado en esta frase, análoga a su palabra y pensamiento.

Por otra parte ese silencio da fe de una agitada vida espiritual, de una constante explosión inmanente. Es decir, aquí el silencio no es jamás sinónimo de paz, y me atrevería a decir que ni de reserva, es a mi ver, una respuesta contundente.

Segundo: Sentido gozoso del sacrificio. Hermosura y pureza del dolor, su forma de lo honesto, que nos recuerda el sentimiento del “morir callado”. En las tensiones del sufrir que se establecen en el dolor, el silencio atraviesa su cualidad de universo cerrado, aglutinante en lo que inunda. Para llegar a esa solemnidad final, a esa solemnidad que deja en el aire la frase que nos ocupa.

Creemos, como Fina García Marruz al referirse a la generalidad del estilo de Martí, que el ingenio más que murmurar, versa en esta frase, porque, y la cito, “en él solo lo que calla siempre es el sufrimiento, no el ingenio”. Más allá de la cualidad apotegmática de la frase resalta la ética emocional, caracterizadora de todo su estilo y personalidad. El último silencio no solo será la palabra transfigurada en acto, sino también acción que es aun tiempo sentencia, palabra, hecho que redondea aún más el sentido de la antítesis. Frases con precisión delineando su cuerpo en el vacío. Henri Michaux sabía de esas almas cuando dijo: “Un iluminado no puede durar mucho tiempo: un iluminado se consume a sí mismo la médula, y la satisfacción no es su negocio… Los sonidos entrarán en el órgano y el porvenir se envainará en el pasado como lo ha hecho siempre”. En qué sentido hablar de la palabra de Martí y no pecar de relativos o solemnes, y no caer en la mímesis de un estilo. Permítaseme entonces el abuso de un giro en aras de justeza: el pudor del amor es el silencio.

Si los niños en Nicaragua aprenden a leer y saben de memoria la “Marcha triunfal” de Darío, aquí en Cuba lo hacen con “Los zapaticos de rosa”, texto que ninguno de nosotros hemos olvidado, y así el saber, las esencias del clásico pasan de generación en generación. La sombrosa oralidad del poema debía convencer a los incrédulos del poder real de la poesía. Algunos de los versos de “Los zapaticos de rosa” se han convertido en verdaderos giros coloquiales, llenos de gracia y de la fuerza inusitada de la lengua. Sirvan de ejemplo tres de los más difundidos: “Oh toma, toma los míos: / Yo tengo más en mi casa!”, que se emplea cuando damos con gusto algo que nos sobra; o “Todo lo quiere saber de la enferma la señora”, para caracterizar a alguien verdaderamente chismoso; y para referirnos a alguien que va muy elegante suele decirse: “Ella va […] : / Con aro, balde, y paleta”.

Con motivo de un aniversario de la muerte de Martí, fui invitada a la televisión. Antes de entrar al estudio escuché a un conocido presentador, de voz timbrada y agradable presencia, expresarse negativamente del héroe nacional, sin saber a quienes tenía alrededor. Decía que lo tenía cansado, a toda hora, en todos los lugares. No distinguía entre la figura, la magna obra, el legado, y los que hacen un uso oportunista y falseado de ella. Cuando entramos al estudio, y supo que era autora de numerosos libros sobre su obra, se habrá sentido extraño de haberse expresado tan superficialmente entre gente iniciada a la que no conocía bien. Algo propio de nuestros días, y que prolifera entre los más jóvenes: la inercia mental, y juzgar a los fenómenos por su apariencia, y no por su esencia. Bien recuerda Fina que las frases, a manera de sentencia, que abundan en la obra martiana, no deben extraerse del contenido en el que van tejidas, pues son el colofón de un pensamiento, la conclusión de una idea desarrollada antes muchas veces profusamente, con variedad de matices, y no solo con el que nos llega la frase mutilada. Aunque es inevitable, a veces, su rescate.

Hace poco, cuando perdí al ser más querido, en el justo momento de la pérdida, mi hija y una amiga se abrazaban y lloraban desconsoladas, como solo pueden hacerlo los jóvenes, que no entienden la muerte, pues parece un designio que alguien o algo envía desde afuera. Entonces alcancé a decirles, para mi propio asombro: “Se vuelve a la naturaleza de donde se vino”, “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”.

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Caridad Atencio Mendoza
Poeta y ensayista. Licenciada en Filología por la Universidad de la Habana en 1985. Trabaja como investigadora del Centro de Estudios Martianos desde 1991, donde ostenta la categoría de investigadora auxiliar, y miembro del Consejo Científico de esa institución.

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