Los artículos ya publicados en este apartado ya nos han proporcionado bastantes pistas para descartar las romantizaciones obreristas de la cultura proletaria, y para comprender que también la cultura del proletariado y sus expresiones son, casi siempre, fruto de la cosmovisión capitalista (o sea, fruto de su marco de comprensión y de comportamiento). No hay más que ver lo asumidos que están el individualismo, el aspiracionismo, la ideología machista, la hipersexualidad, las relaciones basadas en el interés, etcétera, por parte de la clase trabajadora. Al fin y al cabo, se trata de características culturales que conllevan la reproducción de las relaciones sociales capitalistas.
Y es que es continua la intervención cultural que se lleva a cabo sobre el proletariado a través de medios e instituciones bajo el control de la burguesía. Entre ellas se encuentran, por ejemplo, las instituciones de educación, donde nos dan a conocer «los límites de lo posible», impidiendo cualquier atisbo de voluntad revolucionaria que supere los márgenes del marco de comprensión capitalista. Asimismo, cabe mencionar los mass media. Quisiera referirme aquí a éstos últimos, y entre ellos a aquellos que se pueden denominar así y que en un corto plazo de tiempo eclipsarán a los demás medios de comunicación. Me refiero a las redes sociales como instrumentos que están jugando un importante papel a la hora de difundir la cosmovisión capitalista. Cada una de dichas redes precisaría de un análisis concreto y particular. En este artículo pondré el foco sobre una de ellas, Instagram, por ser la que más éxito tiene entre las y los jóvenes, y por tanto la que más potencial tiene de intervención sobre las generaciones trabajadoras futuras. Antes de empezar, quiero aclarar que en este artículo no analizaré el tema con la profundidad necesaria: el fin de este escrito es proponer varias ideas o cuestiones sueltas que precisarán de un trabajo de análisis más profundo.
La empresa Facebook adquirió Instagram en 2012 por mil millones de dólares, y hoy en día, ya es la segunda red social más utilizada en el mundo, con 1.221 millones de personas usuarias. En Hego Euskal Herria es la red social más utilizada por las y los jóvenes entre 14 y 30 años, con un 81,1% en la CAV[i] y un 77,6% en Nafarroa[ii] . No quisiera situar Instagram y su influencia como un fenómeno que surge de la nada, sino como un crudo reflejo de la cultura capitalista posmoderna. El posmodernismo (o sea, la lógica cultural y subjetiva de la posmodernidad) lo caracterizan, entre otros elementos, lo efímero, la fragmentación subjetiva de la realidad objetiva, la pérdida del sentido colectivo, la centralidad de las identidades… e Instragram certifica y refleja muchas de estas características del sujeto posmoderno. Paul Beitia, en su artículo «El anticomunismomillennial» mencionaba que las redes sociales están diseñadas para satisfacer las necesidades actuales del capital, y que «su configuración técnica limita objetivamente las expresiones derivadas de la misma». Y aunque se refería concretamente a los memes o al humor millenial, deberíamos pensar hasta qué punto condicionan las características técnicas propias de Instagram las expresiones culturales que de ahí se derivan.
Enfocaré mi atención sobre dos dimensiones: 1) El individuo como punto de partida y objetivo mismo de la actividad social. En consecuencia, se fortalece una cosmovisión en la que somos personas libres y no atravesadas por el antagonismo de clase, y donde el esfuerzo personal de cada una es la condición para el éxito (y, por tanto, para el bienestar). 2) La cultura de lo efímero, o no ser representada por nada más allá de lo instantáneo.
El posmodernismo, por contrario de la modernidad, conlleva la ausencia de sujetos colectivos universales en el marco de comprensión de la clase trabajadora. El individuo es la única tabla de salvación que queda. Esto se refleja de varias maneras en Instagram, canalizado así por sus características: el perfil de cada persona tiene que ser la fotografía más exacta posible de su ser, contando siempre con la oportunidad de moldear y detallar las características a nuestro propio gusto. Es importante ser una usuaria activa, y dar uso a las herramientas de las que dispone la red social: la biografía para describir las características de cada una, los story para retransmitir lo que estás haciendo en el momento (yo trabajando, yo estudiando, yo desayunando, yo con mis amigos…), y las publicaciones de fotos necesarias para que no seas una «cuenta fantasma». Así, el eje central de cada cuenta de Instagram es un individuo, con sus características superficiales (que se publican a través de fotos o videos, o sea, que se ven y se escuchan), y no las ideas o contenidos que se publiquen. Por tanto, la referencialidad también la adquieren personas concretas: así han surgido las figuras denominadas influencer, convirtiéndose lo que éstas hacen, dicen o visten… en referencia y modelo de facto para millones de seguidores (sobre todo jóvenes). En 2019 diversas empresas invirtieron a nivel mundial 8.000 millones de dólares en marketing de influecers. En el caso del estado español, en 2020 la inversión en publicidad fue de 75,6 millones de euros; un 22,3 % más que en 2019[iii].
El fenómeno de estas figuras que viven de exhibir su vida en Instagram genera una falsa creencia sobre el proletariado: la creencia de que ellas y ellos también pueden ser eso mismo. Y ahí empiezan las imitaciones y las aspiraciones, y con ello las frustraciones, el daño psicológico, la impotencia, los trastornos alimenticios… que conllevan graves consecuencias, sobre todo para las mujeres trabajadoras sin apenas recursos para afrontarlas.
Hilando con esta idea, Instagram se ha convertido en un escaparate de individuos «ideales», donde cada cual puede crear el personaje que desee, e intentar imitar las maneras de vivir de dichas figuras «modelo», bien de manera consciente o inconsciente. Sin embargo, la cuestión sobre la que se debe enfocar la atención es otra: la de los intereses que hay tras la creación de dichas influencias. Hablamos de los intereses de reproducción cultural del modelo de proletariado que encaje con cada fase de acumulación capitalista. No es de sorprender, por ejemplo, cómo ha proliferado en Instagram la exhibición del bienestar continuo, la felicidad y el optimismo (mientras el capital está sumergiéndose en una profunda crisis), con mensajes continuos de motivación que subrayan los triunfos individuales y la calidad de vida como fruto del esfuerzo personal. Al fin y al cabo, lo que se reproduce una y otra vez es la idea de que tú misma puedes crear tus propias condiciones. El proletariado busca en ese escaparate aligerar sus frustraciones, con fotos perfectas que ocultan realidades miserables, y esto genera aún más frustración. La espiral del quiero y no puedo avanza sin frenos, en esa pasarela que exhibe el esfuerzo personal como única condicionante, ocultando la realidad material que es el antagonismo de clase.
Asimismo, Instagram también es una herramienta que regula a qué le da importancia el proletariado, a través de la centralidad que adquiere la imagen en la configuración de esta red. Para que la imagen que se proyecta en Instagram sea lo más parecida posible a la imagen deseada (que se quiere imitar), el aspecto físico, las fotos, los planes… se convierten en preocupación de las y los usuarios. En casos extremos (que no son pocos, según varias investigaciones), hasta el punto de perder la perspectiva vital, por el sobredimensionamiento de dichas preocupaciones. Esto promociona las personalidades narcisistas y las perspectivas egocéntricas, y conlleva la incapacidad para proyectar objetivos más allá de los propios e individuales.
Por otro lado, Instagram, y todas las actuales redes sociales de alguna manera, fortalecen la cultura de lo efímero. En el caso de Twitter los escritos cortos son la característica, resumiendo las ideas a 280 caracteres, para que no sean «mucho texto». En Instagram son, sobre todo, imágenes, y no es casualidad que estos últimos dos años sea la de los story la función que más se usa, en detrimento de las fotos-publicaciones que quedan fijadas en el perfil. Los story son imágenes de 15 segundos que duran 24 horas en el perfil, y que pueden ser reproducidas sin cesar una tras otra. Ya nuestros cerebros no soportan vídeos que duren mucho más de 15 segundos, y no queremos mostrar una imagen propia que permanezca más de un día: los instantes efímeros nos representan, y no las imágenes duraderas. Y aunque esto sea un ejemplo simple, es significativo. Lo efímero, la caducidad o instantaneidad es una característica de los marcos de comprensión y comportamiento capitalistas actuales. El presente es inseguro e inestable para el proletariado, y el futuro, imposible de predecir. Por tanto, predominan las relaciones, los pensamientos, las experiencias… no duraderas: «goza del momento, pues no sabemos lo que vendrá mañana». Esto no significa que la inseguridad sea mentira, pero esa apología de gozar el momento y olvidarse de lo demás está contrapuesta a la perspectiva a largo plazo, y al compromiso firme y a la organización progresiva que son precisas para la construcción de una cultura socialista.
Si me he referido aquí a Instagram no ha sido por lo que genera dicha red en concreto: hoy es Instagram y mañana será alguna otra cosa, otro instrumento como tantos que también hay hoy en día, la que mantenga al indefenso proletariado dividido, idiotizado y preocupado por cuestiones frívolas. Instagram fortalece el individualismo y la temporalidad efímera: cubre con imágenes perfectas la miseria del proletariado mientras aumenta su frustración; es garante de una juventud que moldea a su gusto, según las tendencias performadas por los influencer; impulsa proyectos vitales de los cuales la única base y objetivo es una/uno mismo. Además de lo dicho, pero tirando de ello mismo, creo que en adelante merecerá analizar también el escenario que ofrece Instagram también a las políticas identitarias. Sin embargo, esto precisa de un análisis más profundo para poder abordarlo.
Nos corresponde conocer las herramientas con las que cuenta la burguesía para intervenir culturalmente sobre el proletariado, y sobre todo, nos corresponde trabajar en el desarrollo y la difusión de una cosmovisión comunista que se contraponga a dichos modelos culturales imperantes. O sea, difundir el marco de comprensión que nos permita conocer al enemigo y la ética revolucionaria necesaria para superarlo. Y, en ese camino, puede ser dudosa la potencialidad que pueda tener Instagram, por ejemplo, como herramienta de comunicación política para nosotras las comunistas. Y es que su propia configuración niega las características que precisa la construcción de una cultura socialista. La duda es la siguiente: qué puede aportar un instrumento como Instagram, en la construcción y difusión de una cosmovisión que se ha de oponer a la cultura que reproducen y promocionan las propias características de esta red. Pero, a su vez, la nuestra no surgirá de la nada, y en ello consiste nuestra misión: partiendo de las condiciones que existen, construir el poder que conlleve a la superación de dichas condiciones. Ese poder que necesita de una organización progresiva y duradera en lugar de instantes de 15 segundos y que llega para quedarse por más de 24 horas.
[i] Gazteen Euskal Behatokia. (2019). Euskadiko gazteak eta sare sozialak. https://labur.eus/Isi3X
[ii] Nafarroako Kirolaren eta Gazteriaren Institutua. (2018). Encuesta de la población joven navarra. https://labur.eus/JHVWs
[iii] INFOADEX. (2021). Estudio Infoadex de la inversión publicitaria en España 2021. https://www.thinketers.com/blog/publicidad-influencers-2021/
(Tomado de insurgente.org)