Este sábado tocó madrugar. La Patria convocaba y se imponía ir a su encuentro, estar en el meridiano de la lealtad que nace de un solo principio: nunca abandonarla, forjar con nuestras manos las encendidas postrimerías de sus significados, que son los pilares de sus virtuosos acentos.
Ante la urgencia, la respuesta no fue solo emocional. No se trata de gritar con más fuerza para ser escuchados por los otros: los que alimentan la desmemoria, la fragmentación, la coartada intimidatoria. O los que asumen el indigno papel de servir como mercenarios al mejor postor, al pagador de turno.
A la Patria no se le ha de corresponder con medidos adjetivos para edulcorarla, la historia demuestra que se desvanecen con el tiempo. Tampoco han de tributársele delgadas palabras: esas que nacen huecas, insulsas, anodinas. Con estas ideas no apunto a demeritar la erguida metáfora o los poderes de la culta poesía, que son también, esenciales para la vida.
Son las acciones, los requeridos gestos y las oportunas respuestas las que edifican esa necesaria coherencia con esta Isla, anclada en el mar Caribe, que nos entrega construcciones de luz desplegadas en el tiempo. Es ese tiempo que parece poco para seguir dando por Cuba.
La Patria exige actuar. Convoca a estar donde más urge, allí donde aflora el compromiso y la llana entrega. Las palabras importan —y mucho— a fin de cuentas estamos hechos de ellas. Nos forjamos arropando sus significados y trascendencias, que son distingos de toda nación.
Pero también se trata de ocupar los espacios, de defender valores simbólicos y no permitir que otros tuerzan nuestra historia. Esta cita fue la obligada respuesta para la defensa de lo que hemos construido, aún imperfecto. Solo asiste a los cubanos leales a la Patria el derecho moral y legal de cambiarla, mejorarla, enriquecerla. El que sirva a los intereses de otra nación, el que pretenda subvertir los valores, leyes y principios construidos en toda nuestra historia y en soberana voluntad, lo paga con el desprecio, con el imperio de la ley.
La soberanía no está en venta en esta isla de luz y paz. Cuba es llanura, esencia y vida. Es amor, metáfora y leyenda. Es multiplicada solidaridad y encendido altruismo.
Por dignificar sus mejores acentos, los cubanos tenemos una deuda perenne con los hombres y mujeres que dieron la vida por construir la Nación.
Cuba es una gran brújula anclada en la historia, en la memoria, en las mejores tradiciones culturales, éticas y sociales. Esta hermosa isla está edificada por ese interminable batir de olas que la moldean sin apremio. En toda su geografía converge la intensidad de los huracanes —y en probadas paradojas— las dunas de brisas frescas que lo bañan todo.
También lo puebla todo, ese calor que pone a prueba la perseverancia de vivir en esta isla con sus encendidas brasas de múltiples cromatismos, dispuestos a recibir de los aromas del salitre que nace desde todas las alturas posibles.
En esta hermosa nación se comparte —entre todos— los girasoles de la pobreza. No solo para quienes más lo necesitan, también se llevan sus pliegues a otras fronteras donde la salud y la vida están en riesgo. Esta Isla es un gran abrigo para los más necesitados, para los desposeídos de la esperanza y el sueño.
En la cita de este 17 de julio estuvimos en llano civismo, defendiendo nuestro derecho a existir, a continuar edificando la nación desde los pilares de nuestra soberana voluntad. Cada cubano que tomó las calles refrendó —una vez más— la letra y el espíritu de nuestra constitución marxista y martiana, un texto redactado por millones de voces y sellado por la voluntad individual de un gran trazo colectivo.
(Tomado de Cuba en Resumen)