COLUMNISTAS

Domingo 11 de julio

La mesura y firmeza con la que nuestro Presidente actuó frente a los acontecimientos del pasado domingo, los argumentos con los cuales analizó el origen y características de los desórdenes públicos ocurridos, describen una hoja de ruta válida para enfocar situaciones similares que puedan aparecer en el futuro.

Destaco ante todo, junto con su reconocimiento a la unidad y acción del pueblo revolucionario, el reconocimiento de la participación en esos hechos de ciudadanos que no pueden ser calificados como neoplatistas, ni a la orden del imperialismo estadounidense, sino que son personas agobiadas por las necesidades, irritadas, que se sumaron a los disturbios, quizá esperando que eso resuelva algo o simplemente para hacer catarsis.

Estaban ahí también los curiosos, personas que hacen bulto solamente para no perderse el show y poder después hacer el cuento. Otros, parecidos a estos, los aspirantes a “youtubers” o “influencers” estaban ahí buscando las noticias sensacionalistas para lograr  adherentes en las redes.

Estaban los animadores, los promotores, los que conscientemente procuraban la desestabilización del país, los que procuran dividirnos, que nos enfrentemos violentamente entre cubanos siguiendo las pautas de la conspiración contrarrevolucionaria.

Y estaban los delincuentes, los vándalos, los que odian y destruyen, los mismos que armaron el caos cuando se abrió el mercado de Cuatro Caminos, los oportunistas del robo y la destrucción.

Unos y otros, con diferentes motivaciones y grados de conciencia de lo que estaban haciendo, favorecieron la política agresiva del Estado y del gobierno norteamericano contra Cuba, política que es precisamente la causa fundamental y primerísima de las carencias que hoy nos agobian.

Pero la diferenciación es necesaria no solo porque es algo que distingue la revolución de la contrarrevolución, sino porque no hacerla solo crearía condiciones para que los promotores conscientes confundan a más personas.

Los revolucionarios no tenemos el derecho de imponer nuestros criterios a los demás sólo porque somos mayoría en el país, ni esperar que todos asuman la misma actitud ante la realidad que vivimos y ello conduce a que comprendamos que entre los que salieron a las calles ayer también había conciudadanos con reclamos legítimos. Por más que no tengan las soluciones para esos reclamos, ni logren discernir, de una parte, lo que es producido por el bloqueo, por la pandemia en nuestro país y por la pandemia en el mundo, y de otra lo que es responsabilidad del Estado y del Gobierno revolucionarios, comprenderlos es no solo un deber elemental, sino también demostración de inteligencia y madurez.

Hay que entender eso, aunque asombre o irrite que personas que viven aquí, que seguramente han ido a vacunarse, que no se vieron famélicos y sí vigorosos, activos, manifestándose el pasado domingo, tengan menos claros los verdaderos problemas del país que otros que viven afuera, que no son revolucionarios ni partidarios del socialismo cubano, pero no se equivocan cuando expresan que el bloqueo debe cesar.

La revolución no debe arriar jamás las banderas del amor, tampoco las de la dignidad y los principios. Diferenciar también es saber identificar a los que están al servicio de los intereses imperialistas, cobran de diferentes maneras por jugar el papel de quinta columna y los que se suman a estos por razones ideológicas, políticas, religiosas, o de cualquier otra índole, incluso personales, y se convierten en promotores activos de disturbios y revueltas, y que caiga sobre ellos todo el peso de la ley. Identificarlos y tratarlos individualmente, con el debido proceso, es deber del Estado socialista de derecho.

Pero hacer ese enfoque diferenciado desde posiciones revolucionarias significa ante todo recordar que los que participaron en los disturbios y -conscientes o no- acompañaron a los que vandalizaron y robaron lo que encontraron a su paso, tuvieron también la oportunidad de expresar libremente sus opiniones y reclamos cuando se discutieron masivamente los Lineamientos, cuando se discutió masivamente el anteproyecto de la nueva Constitución y también el derecho de votar a favor o en contra de ella o de abstenerse. Y que una vez expresada la voluntad de la mayoría del pueblo tienen el deber de respetarla, del mismo modo que hay que respetar su manera de pensar.

En algún lugar leí la milagrosa propuesta de convocar -en medio de este evidente proceso de golpe blando- a una suerte de mesa de diálogo para salvar la nación de donde podrían salir las soluciones que no salieron en las masivas convocatorias a debate a las que he aludido arriba, o que no salen en las sistemáticas convocatorias a científicos, académicos, entendidos en las diferentes esferas de la vida del país, o en tantos y tantos momentos de reflexión que se suceden constantemente a todos los niveles en el país. Proponer eso es reducir a la condición de formal, de inoperante, al poder revolucionario que promovió y promueve esos diálogos nacionales. Claro que es acuciante convocar a todo el país a encontrar soluciones, hoy más que nunca eso es necesario; que se hagan propuestas, en los barrios, en las comunidades, en los municipios, en los centros de trabajo, a lo largo y ancho de nuestra geografía, pero a raíz de estos acontecimientos -por demás oportunistas y violentos- relevar la propuesta de solución de nuestros problemas y para salvar la nación, tal mesa de diálogo, es algo peregrino cuando no peligroso.

Si es correcto, humanista, revolucionario, reconocer y respetar la diferencia de opiniones, de formas de pensar, también es de rigor respetar lo que en todos esos procesos hizo valer la inmensa mayoría de la ciudadanía. Si es correcto respetar la diferencia de opiniones también lo es respetar al país, a sus mayorías conscientes, a nuestra Constitución, a nuestra legalidad, a la tranquilidad ciudadana, a la propia ciudadanía, a la propiedad de todo el pueblo, a los que día a día trabajan para mantener en las actuales circunstancias la vitalidad del país, al personal de la salud cubano que lleva meses sin descanso, al pie del cañón, salvando vidas de los compatriotas, a los jóvenes que los han acompañado hombro con hombro…

Es también un deber hacer entender que sea cual fuere la motivación, el haber participado en las protestas violentas nutre los argumentos que se montan en la ya existente campaña mediática contra Cuba para exigir una intervención humanitaria-militar de incalculables consecuencias, pero en cualquier caso para mantener el bloqueo que es la columna vertebral del golpe blando y de la retórica que culpa exclusivamente a la revolución cubana, al Estado y al gobierno revolucionario de las carencias que todos sufrimos hoy en mayor o menor medida.

Si bien es cierto que entre las causas de los disturbios está la situación social en algunos barrios de la ciudad y probablemente de algunos de los otros lugares del país donde ocurrieron estos hechos, no es menos cierto que en las actuales circunstancias no hay cómo encontrar soluciones, menos de un día para otro. Pero sí reconocer que es una de las deudas del país y hacer lo que se pueda ahora. Si alguien intentase demostrar que hay solución para esas carencias, estaría haciendo demagogia, amén que daría argumentos a la retórica anticubana del imperialismo.

La experiencia de estos días debe servirnos a todos para dejar atrás cualquier vestigio de arrogancia, como de cualquier adormecimiento o de inercia ante los cambios necesarios. Décadas de tranquilidad ciudadana, se han visto sorpresivamente jaqueadas por una conjunción de factores en los que ha logrado medrar la aviesa intención imperialista.

El pueblo revolucionario unido frustró esta nueva intentona. El llamado de la Patria es a la cordialidad, a la decencia, a trabajar, a crear, a derrotar la pandemia, a fortalecer la actividad económica, a cerrar las puertas al odio, abrirlas al amor y a mantenernos siempre vigilantes y en disposición combativa para defender nuestro presente y nuestro futuro.

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Dario Machado
Licenciado en Ciencias Políticas y Doctor en Ciencias Filosóficas. Preside la Cátedra de Periodismo de Investigación y es vicepresidente de la cátedra de Comunicación y Sociedad del Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

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