Jóvenes liderados por el abogado Fidel Castro Ruz dieron a la historia y cultura de Cuba un nuevo curso, cuando el 26 de julio de 1953 asaltaron los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en la entonces provincia de Oriente. Fueron reconocidos como Los Jóvenes de la Generación del Centenario, ya que la acción tuvo lugar al cumplirse cien años del nacimiento del Héroe Nacional, José Martí.
Pedro Trigo López es uno de los pocos moncadistas que aún vive y frisa los 92 años de edad, mantiene en la memoria anécdotas diáfanas de antes y después de la acción rebelde.
-¿Cuál era su ideario político e ideológico antes del Moncada?
-Como todos los que fuimos al Moncada, era y es el martiano. Además, por aquellos años era militante activo del Partido Ortodoxo. Ya había muerto su líder, Eduardo Chibás, y junto con otros compañeros continuamos difundiendo la prédica chibasista. Precisamente, conocí a Fidel en 1951, en una reunión del Partido Ortodoxo, celebrada en Santiago de las Vegas. Me encontraba en el uso de la palabra, cuando lo vi llegar vestido con una guayabera, y me llamó la atención la manera tan concentrada con que me escuchaba hablar sobre cinco fincas del presidente Carlos Prío Socarrás, adquiridas de manera oscura en las inmediaciones de los repartos El Globo y Calabazar. Prío había desalojado de estas tierras a los campesinos, a quienes sustituyó por soldados en la condición de jornaleros. A cada uno le pagaba dos pesos por diez horas de trabajo diario, así que resultaban tan explotados como los guajiros.
Terminé el discurso y ahí tenía al pie de la tribuna, delante de mí, a Fidel, con su mirada inteligente, que sin más ni menos me dijo: Me llamo Fidel Castro, y si todo lo que has dicho es verdad, ¿qué te parece denunciar a Prío? Pero antes buscaremos las pruebas, los registros de las fincas… Para eso tenemos que entrevistar a los campesinos desalojados, que son los mejores testigos para hacer la denuncia.
Al día siguiente, a las ocho de la mañana se presentó en mi casa en Calabazar (pueblo a 12 kilómetros de la capital cubana), acompañado por Juan Martínez Tinguao, para de inmediato acometer lal investigación sobre las fincas: Gordillo, Lage, Potrerillo de Menocal, Pancho Simón y Paso Seco, nombradas el Rocío por Prío, que en total abarcaban 54 caballerías (hoy en 48 de ellas se extiende el Parque Lenin, la Escuela Vocacional de Ciencias Exactas Lenin y el Jardín Botánico Nacional).
Poco después se nos unieron José Luis Tassende y Gildo Fleitas, quienes al igual que mi hermano Julio y otros compañeros morirían durante la acción del Moncada. Fidel nos dijo: Lo primero que tenemos que hacer es reunirnos y fotografiar a los campesinos, sobre todo a los que llevaron 18 años trabajando en estas fincas. Nos reunimos en la casa de la gallega Josefa Yánez (de afiliación ortodoxa), ubicada en el reparto El Globo. Asistieron unos 100 campesinos, casi todos arrendatarios en el otrora municipio de Santiago de las Vegas. Fue en la casa de Josefa que Fidel habló por primera vez de la Reforma Agraria y dijo que acabaría con el latifundio y la explotación de los guajiros, mediante la entrega de la propiedad de las tierras. Denunció el robo de estas, la explotación, el abuso de que eran víctimas aquellos campesinos.
Con todas las pruebas, el 3 de marzo de 1953, Fidel hizo la denuncia ante el Tribunal de Cuentas y la publicó en el periódico Alerta.
-Días después Batista da el golpe Militar ¿cuál fue la reacción de ustedes?
-Como la de todo el pueblo, de indignación. No pasó una semana de haberse producido el golpe militar, cuando ya Fidel nos hablaba de la urgente necesidad de un movimiento revolucionario opuesto a la dictadura y que para liberar al país de la tiranía y del sistema neocolonial (imperante desde 1902) no quedaba otra alternativa que la lucha armada.
Fidel me orientó que organizara y dirigiera una célula insurreccional en Calabazar integrada por campesinos, obreros, estudiante e intelectuales, con el requisito que fueran personas honestas y dispuestas a tomar las armas para hacer triunfar la Revolución.
Por aquellos días conocí a Abel Santamaría, extraordinario joven revolucionario, de gran sensibilidad, firmeza y optimismo, hijo de padre de Orense, Galicia, y quizás por todo ello, mi madre también gallega, lo admiró y quiso mucho. Convocamos una reunión, a la cual asistió Abel Santamaría. De inmediato preguntó a cada uno por el nivel de escolaridad y cuántos habíamos leído la obra martiana. Recomendó que sin excepción debiéramos conocer el pensamiento de José Martí, porque el Apóstol sería el guía de la acción revolucionaria que protagonizaríamos.
De aquellos momentos tengo claro en la memoria una tarde, en pleno preparativo de la “acción armada de la hora cero”… Fidel y yo fuimos en el Chevrolet que él manejaba a casa de Pedro Marrero, situada en la Ceiba. Cuando entramos vimos que le faltaban los muebles de la sala y del comedor, y en el suelo había un colchón, por lo que imaginamos que en el cuarto tampoco había muebles. Fidel exclamó ¡Qué tú has hecho! ¿Te volviste loco?
Pedro Marrero, uno de los combatientes asesinado en el Moncada, le dice: Y, mañana vendo el refrigerador… Fidel le ordena: Te prohibo que sigas vendiendo cosas, ya es suficiente con que hayas empeñado tu plaza de camionero en la venta de cerveza en La Tropical.
Mira Fidel -dice Marrero-, si estoy en la disposición de dar mi vida por nuestros ideales, qué me puede importar los bienes materiales.
-¿Qué significa “la acción de la hora cero” y cuándo lo supo?
-Lo supe en Santiago de Cuba, horas antes del asalto. Salvo Fidel y Abel, ninguno de nosotros conocíamos el significado de “la acción de la hora cero”, o sea asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Esto me lo informa Fidel, pasada la una de la madrugada del 26 de julio, cuando junto con Abel salimos de la Granjita Siboney rumbo a la Plaza de Marte.
Allí Fidel le indica a Abel que siga y recoja en El Esperón al Dr. Mario Muñoz, entretanto él y yo haríamos un recorrido por la zona de los carnavales para observar el ambiente reinante en la ciudad. Me entero, además, de mi misión: Junto con otros compañeros debes tomar la Cadena Oriental de Radio, desde donde se trasmitiría la arenga por el poeta Raúl Gómez García al pueblo santiaguero.
El regreso a la Granjita Siboney lo hago con Abel, segundo jefe de la acción, mientras el Dr. Muñoz lo hizo en otro auto con Fidel. Le pregunto a Abel si todo estaba correctamente organizado y me responde: Sí Pedrito, todo está sincronizado. Acto seguido pregunta: ¿Tienes alguna duda?, le digo que ninguna, y él reflexiona: Mira piensa lo peor, que nos maten a todos. Si fuese así, de todas formas triunfamos porque salvamos la vigencia de Martí en el centenario de su natalicio. Por mi cabeza no pasó que unas horas más tarde Abel estaría muerto, al igual que mi hermano Julio. Los dos fueron primero salvajemente torturados y después, asesinado.
El día anterior, Julito había tenido una crisis de hemoptisis y Abel le dio la orden de regresar a La Habana. Pero no lo obedeció y junto a él combatió desde el hospital Civil Saturnino Lora y fue mi hermano quien hizo el último disparo, ya los demás compañero se habían quedado sin balas.
-¿Por qué algunos choferes llegaron tarde al Moncada?
-Por la sencilla razón que choferes de varios automóviles, combatientes también, no conocían la ciudad de Santiago de Cuba y perdieron el rumbo hacia el Moncada. En uno de esos autos iba yo. Andábamos por los Elevados de Quintero, cuando en medio del jolgorio de los carnavales que se celebraban, veo a un santiaguero bailando en chancletas de palo y le pregunto ¿dónde queda el Moncada? Sin dejar de bailar, indica: Vea, coja por ahí y siga los tiros.
Muy angustiados en el mismo vehículo, llegamos ocho al cuartel, pero ya Fidel había dado la orden de retirada. No podíamos continuar juntos, por eso algunos escogimos la vía de escapar a pie. Deambulando por una ciudad desconocida, logré quitarme el uniforme y seguir caminando con la ropa de civil que llevaba debajo, tal como se nos había indicado a todos los asaltantes si por alguna razón nos daban la orden de retirarnos. Paré un ómnibus y pregunté al chofer que ruta llevaba. Dijo: Monte que el destino es La Habana, pero péinese y arregle su guayabera, ya veremos cómo salimos de esta.
Cuando llego a mi casa de Calabazar, me estaban esperando agentes del SIM (Servicio Militar de Inteligencia). Me detienen y conducen a la sede de ese cuerpo represivo. No pudieron comprobar mi participación en el Moncada y me dejaron en libertad con la advertencia de que no podía salir del pueblo.
En cuanto salieron de la cárcel Melba y Haydée, me uní a ellas para continuar colaborando con el Movimiento 26 de Julio, así me mantuve hasta que después de la salida de Fidel del Presidio Modelo, en la entonces llamada Isla de Pinos, y su partida a México, tuve que exiliarme. No te he hablado de Raúl que siempre el día de mi cumpleaños me felicita.
-¿Dónde conoció a Raúl?
-Después que salen los moncadistas del Presidio Modelo, conozco a Raulito (Melba y yo le chiqueábamos el nombre porque lo veíamos muy joven), en el apartamento de su hermana mayor, Lidia.
Por encargo de Fidel fui a casa de Lidia para que Raúl me entregara el artículo que estaba mecanografiado, ya que el director de Bohemia lo pedía con urgencia para publicarlo. De pronto Lidia avisa que la policía tenía rodeado el edificio y rápidamente guardo las hojas con el artículo en mi camiseta y cuando llego a la salida me encuentro con el coronel de la policía Martín Pérez que me pregunta: ¿Tú vives aquí? Y le digo con firmeza que sí. Pues siga su camino –me dijo- que apartamento por apartamento los voy a registrar.
Llego a la revista Bohemia y cuento a Fidel lo sucedido y saco las hojas que tenía escondidas en la camiseta. De la alegría Fidel me levanta en peso. El artículo fue publicado con su firma y el título Miente Chaviano.
Muchas más anécdotas me hubiera contado Trigo, pero detuve el cuestionario, pues comenzaron a llegar vecinos para felicitarlo por su cumpleaños, ese 29 de junio.