Tomado de la mano de su madre, el niño de seis años de edad, hizo que su progenitora se detuviera en la esquina de las calles San Lázaro y L, y mirando hacia la Colina universitaria le dijo: “Mamá, subiré esa escalinata y cuando llegue a la cima, desde ella conquistaré el mundo”.
Muchos años después, en 2007, Delio Juan Carrera Cuevas (1938-2012) deja el salón del Rectorado donde me recibe de saco oscuro, cuello y corbata e invita a bajar hasta ese punto neurálgico del Vedado habanero donde profetizó su destino.
-Es la primera vez que lo digo. Se lo confieso a usted ahora porque es para un libro[i] de mí siempre amada y queridísima Universidad de La Habana, institución que es el sentido de mi vida. Sé que en ese vademécum estarán recogidos los testimonios de muchos de sus ilustres hijos en su 280 aniversario (2008). Una iniciativa loable, iluminada, de la profesora de periodismo Iraida Calzadilla, quien solo puede venir de un ser que debe albergar el mismo sentimiento que yo por esta gloriosa y sagrada institución cimera de la cultura cubana.
Bastaría decir en reconocimiento a aquella visionaria decisión infantil que es Profesor Emérito de la Universidad de La Habana. Titular y Consultante de universidades de Cuba, México, Brasil, Alemania, España, Austria, Angola, Italia, Ecuador y Perú, con una larga trayectoria de más de cincuenta años en la docencia universitaria, Historiador Emérito de la UH, Miembro de Honor de la Unión Nacional de Juristas de Cuba e integrante más antiguo de la Academia Cubana de la Lengua donde ocupa el sillón “A”.
Anda y desanda la Colina de mano de la prisa, ora con una delegación, ora con conspicuo personaje de la política, la cultura, la enseñanza de cualquier parte del mundo, develando la historia de la primada de nuestras altas casa de estudios superiores. Dondequiera que esté se convierte en el centro de la atención. Todo el mundo sucumbe ante su sapiencia y esa manera entre barroca y culterana de exponerla con donaire de tribuno griego. Mas ello no le impide prodigar un saludo, establecer una fecha para una cita, aclarar dudas, tomarse una foto, orientar, criticar algo… Esparce cariño y vehemencia a su paso, más allá de su encumbrada y bien ganada fama de erudito, de hombre enciclopédico que algunos confunden a primer golpe de vista con fatuidad o egocentrismo.
Ahora, en el Alma Mater, hacemos un alto. El profesor toma todo el aire posible de la brisa marina que viene de esa línea azul dibujada en el horizonte cercano y que él define como “el infinito posible”, aunque solo le gusta el mar desde la tierra, incluso, desde niño, cuando “solía jugar a los marinos y prefería ser siempre el inmenso Cristóbal Colón, el gran Almirante de la mar oceánica”.
Terapia del cucharón y Harry Potter
Con el equilibrio respiratorio recuperado, ahora desde el gran pórtico del Rectorado, cuenta que de pequeño siempre le gustó hacerle bromas a los mayores…
-Muchos piensan que fui un niño tranquilo de esos que le están pasando la mano siempre al lomo del gato, un gordito entretenido con los libros y comiendo caramelos sentado en el sofá de la sala de su casa, sabichoso y petulante, que no jugaba a las bolas, cuestión que no deja de ser de alguna manera cierta, pero llevo huellas corpóreas de las buenas zurras proporcionadas por mi madre con una vulgar chancleta de palo, aun cuando era hijo único o, tal vez, por serlo, pues muchas personas al conocer esa condición, adjudican al infante esos horrorosos calificativos de “malcriado”, “pesado”, “insoportable”, “sangrón”.
Lo cierto es que fui mortificón, como se decía entonces. Hoy en día, mi mamá habría corrido conmigo a un psicólogo y no hubiera acudido a la terapia de la cutara, como le llaman los orientales a tan rústico calzado proveniente de nuestros ancestros africanos, tal vez. Hasta ese notable que es Manuel Calviño, graduado de esta augusta institución, me hubiera descubierto un trastorno de personalidad por gustarme fastidiar, provocar a los adultos y le hubiera ratificado el castigo a mi santa madre diciéndole “Vale la pena”.
Pues esa conducta impropia levantaba las iras de mi madre, quien me dio también sus buenos cucharetazos, ¡Con el cucharón sopero!, en la cabeza y una vez me hirió un muslo con la cuchara de preciosa madera de Majagua con la que solía revolver sus deliciosas natillas durante la cocción. Mi padre, en cambio, era un alma de Dios…
Calla por instante mientras observa el cielo azul que engalana esta mañana de abril, y confiesa:
-Cuando digo estas cosas siempre trato de encontrar allá arriba a mis progenitores en busca de su conmiseración, en especial de mamá por mis desaguisados y terquedad. Más he de confesarle que ella fue mi gran timonel: dulce y buena, amorosa y tierna, apoyándome en todos los empeños superiores que me trazaba; eso sí, colérica cuando sus recursos persuasivos se acababan. Por ella he llegado hasta aquí y hasta sería mucho más insoportable de lo que realmente soy.
Ríe comedidamente, se sonroja y levanta un halo de dulce nostalgia entre nosotros.
-Si tuviera la oportunidad de reescribir esas páginas de su infancia, ¡Quién lo gustaría ser?
-Harry Potter, el niño aprendiz de mago; pero no podría guardar el secreto del mundo mágico a los muggles, se lo aseguro. Él es inteligente, osado, culto, cuasi hermenéutico. Déjeme decirte que de niño me parecía a él con esos espejuelitos…
Una sonrisa alboroza su rostro y se saborea con el regusto del muchacho que disfruta de su golosina preferida.
En su despacho del Rectorado, el aire acondicionado nos prodiga sensación de bienestar. Delio se apoltrona sobre el sofá y queda quieto, disfrutando esa suerte de solemne placidez dando la impresión de ser uno de los arquetipos salidos del pincel de Botero.
Delio, ¿Médico?
Ese hechizo se rompe cuando un señor con bata blanca, que resultó ser su galeno, abre la puerta, pide disculpas y le entrega unas recetas…
-Mira, hubiera sido como él, un seguidor de Hipócrates. En casa todos querían que continuara la tradición familiar. Esa condición de hijo único pesaba mucho sobre mí; también porque otros descendientes de los Carreras, habían menguado alegremente las empobrecidas arcas de tan ilustre apellido catalán. Arrastrado por ese compromiso, matriculé la carrera de Medicina en 1954, pero créame amigo periodista, si Asclepios era un referente, simpatizaba más con el denominado “Il libro del’Anatomia”, toda una revelación para la época, una joya que trasciende el renacentismo, hecha por mi idolatrado Leonaro da Vinci junto con Marcantonio Della Torre. Pero hube de asistir a la primera clase al llamado Anfiteatro Anatómico, ¡Oh, no quiero ni acodarme!, pues con tan solo contemplar la sangre, caí bajo los efectos de un terrible shock y me desmayé.
-¿Y cómo llegó a estudiar Derecho?
-Corriendo, estimado amigo, corriendo… Cuando renací de aquel terrible espectáculo, salí aterrado de esa facultad e ipso facto marché a matricular Derecho y Filosofía y Letras, que siempre me gustaron mucho, sin encomendarme a mis padres, por razones obvias. Tanto es así, que aún la sola contemplación de cualquier tipo de sangre, paraliza mis neuronas y nubla mi pensamiento. A fuer de sincero, ni de niño me gustaron los juegos al vampiro; es más, todavía paso por la antigua escuela de Medicina, hoy sede de nuestra brillante e importantísima facultad de Biología, y percibo en mi cuerpo un temblor de desamparo que logro superar con mucho esfuerzo.
-¿Estudiar dos carreras…?
– Y trabajar… Vivía en un puro nervio, pero uno debe ser siempre responsable de sus actos, así me lo inculcaron. Y si no estudié Medicina, como era el deseo de mis padres, pues debía afrontar mi decisión; también sabía cómo estaban las finanzas hogareñas y quería aligerar ese agobio. Es decir, comencé a trabajar tempranamente y ser administrador de mis propios dineros humildísimamente. Lo hice como Office Boy, en el First National Bank of New York, algo así como un elegante mandadero. Allí me daban algunas facilidades para asistir a los estudios. Mis jefes de entonces, gracias a Dios, veían mi esfuerzo y me “recompensaron”, si es que así podía llamarse, permitiendo pagar las horas de clase, trabajando también en las noches y las mañanitas. Hoy nuestros alumnos no tienen la dimensión de ese regalo tan grande que le ha hecho Revolución de estudiar no solo gratuitamente, sino también hacerlo sin sobresaltos económicos para que se entreguen por entero a la conquista de esa mística romana que es Minerva.
La emoción lo embarga por unos instantes. Respira sonoramente y toma un sorbo de agua que gentilmente ha traído una de las secretarias del Rector.
-Perdone usted, este es un sentimiento inocultable. Soy de fibra emotiva, sensible. Bueno, volvamos a la Plaza Cadenas de mis tiempos de estudiante y trabajador. Y claro que no era de los que hacía estancias largas bajo sus laureles. Iba al aula. Siempre fui de asistir a clases, a sumergirme en el espectáculo magnífico de tener frente a mí disertando a tan inigualables maestros, beber de su sabiduría, es algo que rebasa cualquier elocuencia para narrarlo. A ellos debo mucho mi vocación magisterial. Entonces, entre clases salía a cumplir mis encomiendas laborales. Sentía vivir, cual gesta homérica, Escalinata arriba, Escalinata abajo. Suerte que tenía al banco en San Lázaro, a tres cuadras de la Colina.
-¿Cuándo se graduó, imagino debió escoger entre Derecho y Filosofía y Letras para trabajar?
-Llegué al mundo del Derecho porque en Filosofía y Letras no había plazas para profesor cuando terminé; sí la había en la fragua donde se forjan los juristas. Como digo siempre cuando me preguntan, y con esto no menosprecio su interés de excelso periodista, verá usted lo que es el dedo del Creador quien va escribiendo con letras torcidas un camino recto, del cual no me arrepiento.
Cada clase, un peldaño hacia la excelencia
-¿Pudo ser usted un abogado de éxito en un bufete, tribunal…?
-Le puedo asegurar que un buen jurista, y nuestra amada Cuba, puede preciarse de ser cuna de una gran escuela de buenos juristas, es capaz de cubrir con dignidad el estrado de un tribunal que el de un aula. Más, en mi caso, la Universidad develó mi vocación magisterial. Ya le comentaba anteriormente de la influencia que en ese sentido ejercieron mis profesores. Muchas veces en sus clases cerraba los ojos y me veía como ellos, sobre el podio disertando con elocuencia y vehemencia, con sabiduría y paciencia, tocando fibras ocultas en los alumnos, incitándolos a conquistar los mundos ignotos del saber, para mí cada clase se convierte en un escaño de ascenso a la excelencia, a la conquista de todo el conocimiento. Son tan elevadas y sublimes las cotas del magisterio universitario que cuando en el banco me dijeron que tenían una plaza, no la acepté. Sé que los defraudé, pero yo iba por más.
-¿Cuál debe ser entonces, según su apreciación, la cosmogonía del profesor universitario?
-El aula es un santuario. Debe usted haberlo inferido de mi parlamento anterior. Más, el profesor universitario ha de ser un académico. Usted lo sabe por propia experiencia. Para alcanzar ese estadio es condicio sine qua non una obra que lo haga perdurable, ya no solo en la huella que deja en sus pupilos, en esa siembra magnífica de profesionales como hombres y mujeres de bien, sino también en la excelsa materialidad de los libros de textos que es la forma en que el docente puede abrir también las puertas de la posteridad.
Libros y experiencia
-Usted tiene nada más y nada menos que 23 libros de textos publicados y traducidos a varios idiomas. ¿Acaso tiene una fórmula especial?
-Te voy a revelar otro de mis secretos, mi dilecto periodista. Los profesores de mi tiempo, y con ello no les estoy diciendo provectos, ¡Dios me libre!, por demás, no muy amigables con eso tan de moda llamado Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación, verbigracia la computadora, somos más de manuscritos, un tesoro resultante de la preparación cotidiana de nuestras clases, del renuevo para enfrentar con algo especial, novedoso, cada curso escolar, de la experiencia de escrutar más allá del rostro a nuestros pupilos, de ofrecerle ayuda fuera del aula, de las insomnes jornadas de lecturas y acuciosa investigación, pues ahí hay en ciernes un libro de texto.
Siempre me he sentido fervoroso apasionado de las lenguas clásicas, tanto el griego como el latín desde que tuve profesores dignos del Olimpo como Manuel Bisbé y la divina emérita Vicentina Antuña. Ello me sirvió de base para emprender el camino del aprendizaje y el dominio de lenguas como la de Shakespeare, Víctor Hugo, Goethe, el Dante. Hago este recorrido para exponerte que comencé a inspirarme para escribir textos en autores extranjeros escritos en su lengua materna; de ellos suscribí la fórmula de que mis obras no pueden ser tan voluptuosas ni tan pomposas. Lo que sí puedo asegurar que mis libros se parecen a su autor.
Si buscas en los fondos de nuestra querida Biblioteca Central encontrarás los 23 libros referidos en su pregunta. Muchos de esos textos están en la Biblioteca Centrale del Office Vaticani, en la fastuosa Library of Congress US, para citarle solo dos ejemplos. Allí están muchos de esos textos míos, como el dedicado al Aula Magna, sobre la eparquía[ii] en la Universidad, sus orígenes pontificios, las cofradías… He de subrayarle una cuestión muy significativa: la obra de un autor se mide por la calidad, universalidad y la huella indeleble que deja.
-Usted es un impenitente lector, acucioso investigador del Derecho. ¿Por qué rumbos anda en estos momentos y qué podemos esperar de ese camino emprendido?
-Amo las obras antiquísimas, las disfruto con la gula celestial de degustar un plato tibio y cremoso de arroz con leche o un boniatillo sedoso confeccionado con mucha leche condensada…
Ríe pícaro, y como el mago que pretende sorprender al público, mueve sus manos en abanico y con una extrae del bolsillo de su chaqueta un caramelo y me lo obsequia. Con voz queda, buscando complicidad dice:
-¡Que no se entere mi médico!
Vuelve entonces a cabalgar sobre la pregunta…
-Sí. Amo las obras antiquísimas con especial deleite las del Derecho Canónico de las cuales apenas me he asomado para tener conciencia de mi desconocimiento. Gran parte de esos textos están en sus lenguas originales y así me gustaría leerlas, sin traducciones, porque en esa intermediación van perdiendo su virginal sustancia, la pureza de sus orígenes. A ellas he de llegar porque no cejaré en el empeño con estos fecundos pero cansados sesenta y tantos años que disfruto y sufro… Es posible que la mano de Dios me lleve antes de conquistar ese propósito; más, cuando llegue ese instante supremo ya debo estar muy cerca de esa conquista.
La travesía universitaria requiere disciplina y rigor
Desde su condición de siempre maestro, ¿Dónde usted cree que exista una falla telúrica en el proceso enseñanza-aprendizaje en la Universidad?
-Tristemente no se lee o se hace muy poco, tanto alumnos como profesores jóvenes. Perciben la lectura como un tedio, la penitencia que de niño me imponían cuando la maestra me sorprendía hablando en clase y ponía de pie frente a la pared.
Leer no es acariciar con la vista cada hoja de un texto. Hay que adentrarse con fruición. Cuando leo voy marcando mis libros: subrayo, escribo al margen algún comentario, pongo ojo, importante, ver, revisar, comprobar. Eso es dialogar con el texto.
Le digo a mis alumnos que lean y busquen cosas buenas, cuando tengas dudas acudan al diccionario, pongan a prueba al profesor o salgan a buscar la orientación necesaria. Ello forja también el espíritu investigativo consustancial al proceder universitario, esa es su gimnasia. Quedarse con una duda, una inquietud es cultivar el espíritu del fracaso.
Leer y leer bueno, y bien es fundamental en todas nuestras carreras universitarias. Un académico que solo sepa disertar de su experticia y no sepa, digamos, de la Ilíada, El Quijote, El Siglo de las Luces, Los Versos Sencillos de nuestro Apóstol, es un cientista hueco, falto de solidez intelectual. ¡Y qué decir de los idiomas! Sin esas y otras claves que da la literatura no se puede comprender el mundo. Hombre culto ha de ser un profesional.
Para realizar la travesía universitaria es preciso disciplina y rigor. Hay un abismo cada vez más creciente entre esa necesidad que reclama una educación superior de excelencia y la enseñanza precedente. A la universidad no se puede venir a aprender a estudiar, son habilidades con las que uno debe ascender la Escalinata y perfeccionarlas con el deleite y la tenacidad que reclama la academia para descender con honor y honra esa misma Escalinata.
Este problema lo he planteado con la vehemencia que usted bien sabe que me caracteriza, pues cada vez más compromete el prestigio de nuestra Alta Casa de Estudios y, por ende, el futuro del país. Le repito, he expuesto estas consideraciones con insistencia, pero hasta ahora solo veo nubes de desidia en el horizonte.
El empleo de las nuevas tecnologías ha venido a complicar este escenario. No las rechazo porque eso sería situarme como un inquisidor que abanica la hoguera medieval de la Congregación del Santo Oficio, y créame soy un hereje por convicción. Mas considero que transitamos por un desfase que debe resolverse en función de conquistar una educación cada vez más ecuménica que aproveche el vasto potencial brindado por esas maravillosas tecnologías.
Mire lo que ha desatado en mí a su atinada pregunta, y le doy las gracias. Podríamos poner en el espacio público esta problemática por la vía del periodismo y convocar al debate y formar opinión para ganar conciencia y actuar en consecuencia. Conozco bien el valor de la pluma en ristre, como la que llevó ese periodista viril que admiro: Pablo de la Torriente Brau. El buen periodismo debe contribuir no solo a exaltar la obra, sino también a sanar heridas, a corregir el rumbo. Recuerde que también estudié periodismo en los tiempos de la Márquez Sterling, profesión que también adoro, y desde entonces siento y padezco como uno de ustedes los sinsabores de su noble ejercicio.
-Delio, hay quien dice que a usted deben hacerle un monumento al lado del Alma Mater. ¿Estaría de acuerdo?
-Eso sería un honor desproporcionado y por demás inmerecido. Agradezco muy mucho esa distinción, si es que alguien piensa así de mí, pues debe haber mucha admiración por mi humilde persona detrás de esa noble idea. Solo puedo decirle que he vivido enamorado desde siempre de esa mujer divina.
Prefiero que me recuerden tal cual soy, el cubano que ama su patria y a esta revolución que se ha propuesto conquistar toda la justicia posible. Que me perciban no solo como al profesor o el historiador, que sepan que soy un ser que se eleva al cielo viendo bailar a la sin par Alicia Alonso danzando Giselle y, al mismo tiempo, es capaz de mover sus pies de plomo cuando oigo una rumba de cajón en el habanerísimo Parque Trillo o quiero irme a Bayamo en coche al escucharla en la voz de Tiburón Morales…
-Y cuando hace tañir la campana del Aula Magna ¿Qué siente?
Con voz solemne y emocionada no necesita de muchas palabras para resumir su convicción:
¡La Universidad toda, la fuerza telúrica de su existencia cuasi tricentenaria, la convocatoria a conquistar el futuro!
[i] Nosotros los del 280 (disponible en https://islalsur.wordpress.com/) libro de entrevistas testimoniales realizada a trabajadores de la Universidad de La Habana por estudiantes de primer año de Periodismo como ejercicio académico y en el que participaron también profesores de la asignatura de Periodismo Impreso. La DraC. Iraida Calzadilla, Profesora Titular, fue la promotora, coordinadora, entrevistadora y editora del texto de referencia.
[ii] Circunscripción territorial bajo la autoridad de un obispo en las Iglesias Orientales Católicas, la Iglesia Ortodoxa y las Antiguas Iglesias Orientales. Esta circunscripción corresponde a lo que en Occidente se denomina diócesis.
Siempre único, excepcional, en las pocas ocasiones que pude compartir de sus excelentes charlas o conversatorios, sali cada día más enamorado de la carrera de juristas y sobre todo de la de Juez, porque se puede querer ser un profesional, pero sobre todo hay que aprender a AMAR Y RESPETAR la profesión. Eso hizo Delio durante toda su vida.