Estos datos no son una aritmética vacía o un par de cifras —desamarradas en números miles— que tan solo ocupan el “imperceptible espacio” de una cuartilla de nada. Tampoco resultan un collage artístico dispuesto a colmar respuestas, muchas veces anulada, despreciada, escondidas en algún cajón archivístico, pues resultan incómodas, inoportunas, imposibles de justificar por los mass media, por los que construyen las Fake News de “nueva generación”. Es la ofensiva semántica, la calculada escritura de letras y símbolos que pretende anular la verdad, los hechos, la historia.
Sobre los pliegues de estos números, en cada una de sus dispares formas habitan historias inconclusas, verdades imperturbables, sueños truncados. También vidas anuladas por la praxis del terrorismo. Bajo los pilares de estos números habita una detallada cronología, debidamente contrastada, que documenta la filosofía y la práctica del terror, materializada por el gobierno de los Estados Unidos contra una nación libre, soberana, independiente. Se trata de aplastar la voluntad de un pueblo, que en el ejercicio del escrutinio, votó por una constitución marxista y martiana.
En más de sesenta años, en Cuba, 3 478 compatriotas han perdido la vida víctimas de actos terroristas. Otras 2 099 resultaron discapacitadas de por vida. Son las huellas de embestidas cobardes, de actos hostiles opuestos al signo civilizatorio de la humanidad.
¿Tenemos que aceptar sumisos, cabizbajos, en silencio, dispares agresiones pensadas para anular nuestra soberana voluntad? ¿Han de ser perdonados los que arremeten contra la vida y la integridad de los cubanos? Se impone aplicar el ejercicio de la ley con el debido proceso.
El Canciller Bruno Rodríguez Parrilla reveló ayer, en su cuenta de Twitter, otro pasaje de terrorismo contra la nación: “Denunciamos ataque terrorista con cocteles molotov contra nuestra Embajada en París”. Y añadió el Ministro de Relaciones Exteriores de la República de Cuba: “Responsabilizo al Gobierno de EE.UU. por sus continuas campañas contra nuestro país que alientan estas conductas y por llamados a la violencia, con impunidad, desde su territorio”.
Atacar a nuestras sedes diplomáticas, es atacar a Cuba. Ningún gobierno y pueblo que se respete puede aceptar semejantes actos de terrorismo, que responde a una creciente hostilidad construida desde Miami, con la oportuna “ceguera” y complicidad de la administración del expresidente de los EE.UU. Donald Trump, heredada, “cual sin nada” por el actual inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden.
Desde mediados del año pasado, quizás mucho antes, los cubanoamericanos de siempre, radicados en Miami, han estimulado de manera explícita incitaciones al ejercicio del terror en Cuba, a subvertir la tranquilidad y la estabilidad de nuestro país. Algunos, de manera obscena y desfachatada, han exhibido armas de fuego, obviamente desde Miami.
Son señales manifiestas de hostilidad que responden a un guion calculado, diseñado con escritura de relojería, donde la aritmética juega un rol predominante. Ni la administración de Trump, tampoco la de Biden, ha condenado —como era de esperar— dichas acciones intimidatorias.
El gobierno de los Estados Unidos dispone —es sabido— de una gama de agencias para truncar estos actos, ahora simbólicos, que son en verdad, pensados pastos para la consumación del terrorismo.
¿No revelan acaso una mirada cómplice del gobierno de los Estados Unidos estos comportamientos? Tildan a Cuba de país promotor del terrorismo, la ubican en una lista espuria, mientras en territorio estadounidense se gestan acciones que son un claro atentado a la tranquilidad de nuestro país.
¿Debe aceptarse con pasividad a quienes en Cuba o en otras naciones estimulan una intervención militar en la isla? ¿Hay que plegarse al ejercicio intimidatorio, a la cortada mordaz para anular nuestra voluntad de seguir construyendo una sociedad humanista, que es la voluntad de millones de cubanos?
(Tomado de Cuba en Resumen)