LAS CARABINAS DE POCHO

¡Déjala que fluya, déjala ser!

Hay quien está convencido de que la realidad se inventa: uno sólo ve lo que quiere ver y sólo encuentra lo que anda buscando. A mí me sorprende la frecuencia con que me llegan testimonios de esas relaciones entre lo ilusorio y lo real, aunque me muevo en un espacio intermedio donde eso no debiera sorprender a nadie: el de las lecturas y la vida cotidiana. En un texto que escribí hace años, relacionado con el sinuoso tema de las identidades, cité el estudio Prefacio a Platón, del ensayista inglés Eric A. Havelock, en el que queda claro que los géneros literarios imponen sus propias exigencias: mientras la lírica obliga al poeta a fabular —es decir, a inventar—, la épica le exige un máximo de fidelidad a lo real. De ahí que a menudo se exaltaran sus virtudes didácticas. Havelock hace ver que entre los griegos, dentro de una tradición que remite a Homero y la cultura ágrafa, la poesía lírica siempre fue considerada un “arte”, mientras que en el caso de la épica, había una fuerte tendencia a verla como “un instrumento de formación docente” que cumplía su papel en el proceso de formación del ciudadano. Aristófanes había remachado esta actitud al preguntarse, por boca de uno de sus personajes: ¿“De dónde le viene al divino Homero el honor y la gloria, sino de haber enseñado a los griegos cosas tan provechosas como el orden de las batallas, las virtudes guerreras y el equipamiento de los hombres?”.[i]

Todo eso me quedó en la memoria como datos sobre el conocimiento especializado, pero resulta que acabo de encontrar en las redes el comentario de la Agencia EFE sobre la entrevista que acababan de hacerle a José María Sánchez Galera, autor del libro La edad de las nueces: los niños en el Imperio Romano. Cito: “En tablillas enceradas, y sin pupitres, los niños romanos se conocían “al dedillo” los textos clásicos, en especial la Odisea y la Ilíada de Homero, lecturas que les servían de base para aprender a leer, escribir, hablar en público o adentrarse en disciplinas como la geografía.[ii] Acabo de hallar también un comentario sobre la obra de Tununa Mercado que nos lleva muy lejos de la Didáctica. Aquí lo que prevalece es lo que pudiéramos llamar el espíritu de la lengua, la capacidad de crear hábitos de lectura y, con ellos, miembros letrados de la comunidad. Tununa parece estar convencida de que son los propios flujos de la escritura los que deben imponer las reglas. “Tengo en camino un libro sobre la lectura —dice—. Está un poco verde todavía, pero tiene ya la sustancia [que necesita] para continuar. En ese libro recupero situaciones de cuando era chica…Es una reconstrucción del mundo [un mundo donde abundaban los libros] y me sitúo exclusivamente en el tema lecturas”. ¿A qué conduce esa fijación? A una experiencia que se traduce a su vez en un mandato: ¡No encorsetar la escritura!… O, dicho con sus propias palabras: “!No escribas con el corsé femenino ni con el masculino! ¡A la escritura déjala ser! ¡No escribas con los corsés de los géneros –novela, cuento, poesía, ensayo…—; a la letra, déjala ser!”.[iii]

Mientras espero la publicación de ese delicioso desafío, me sumo a la expectativa de los lectores que esperan la llegada de El vuelo de la pluma, último libro publicado por la autora.

(Publicada en el Boletín del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Imagen destacada: Dary Steyners)

Notas:

 [i] Cf. A.F.: Narrar la nación. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2009, pp. 10-11.

[ii] J.M.S.S: “La escuela del Imperio Romano”, Agencia EFE, 11 de julio de 2021.

[iii] El vuelo de la pluma. Editorial Miluno. Pról., sel. y notas de Facundo Giuliano. Cf. Demián Paredes: “Entrevista a Tununa Mercado” (notas en Página 12, 11 de julio de 2021).

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Ambrosio Fornet
Ambrosio Fornet (Veguitas de Bayamo, 1932), ensayista, crítico literario y editor. El autor de Cine, literatura y sociedad (1982); Alea, una retrospectiva crítica (1987); El libro en Cuba (1994); Las máscaras del tiempo (1995); Carpentier o la ética de la escritura (2006); Las trampas del oficio (2007) y Narrar la nación (2009). También de los guiones para los filmes Retrato de Teresa (1979) y Mambí (1998). Es miembro de la Academia Cubana de la Lengua y ha sido merecedor del Premio Nacional de Edición (2000) y del Premio Nacional de Literatura (2009).

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