Este año se cumplen cuatro décadas de la exhibición en la XVII Mostra Internazionale del Nuovo Cinema, Pésaro, Italia, de una muestra de carteles cinematográficos cubanos integrada por casi un centenar de obras. Las firmas elegidas fueron las de René Azcuy, Eduardo Muñoz Bachs, Antonio Pérez González (Ñiko) y Antonio Fernández Reboiro.
Como mismo el cine empezó a representarnos internacionalmente desde la creación del ICAIC mediante los primeros títulos realizados por los bisoños cineastas, también otro rubro, erigido en no menor orgullo cultural nuestro (los afiches), comenzaron a hacerlo. Aunque la expo y el festival que recordamos tuvo lugar a inicios de los años 80 del siglo pasado, la curaduría fue sabia en incluir, sobre todo, la edad dorada en ese frente: los sesenta, esos años que, al decir de la experta Sara Vega, “significaron, sin lugar a dudas, el inicio de un período de esplendor en la gráfica realizada para la promoción del cine, tanto nacional como de otros países. Los carteles producidos durante ese período no han podido ser superados hasta el momento, aun cuando tuvieron su clímax en la década siguiente y que hoy vemos, tal vez unidas, como un único y gran momento, irrepetible. Se convirtieron, de hecho, en la punta de lanza de una significativa revolución ocurrida en el campo de las artes visuales en nuestro país”1.
La indiscutible fuerza visual tanto en el uso de los colores como del blanco y negro, la eficacia semiótica que se derivaba de la fotografía combinada con las letras y el diseño que constituye la gráfica en sí, desde su trabajo con la serigrafía —la técnica más usada entonces entre nosotros—, no solo cumplían la labor promocional que tenían como misión primaria (conminar a las personas a ver la película, a asistir a semanas de cine o a cualquier evento a los que aludieran), sino que hicieron de los carteles obras de arte per se , lo cual les confiere un valor agregado que los hace trascendentes e insertos en el imaginario y la historia del arte en Cuba… y mucho más allá.
Un acercamiento a la obra individual de estos creadores nos permitirá concretar algunas de esas virtudes en sus estilos personales, que, aunque arrojaron sus mejores frutos en esa “década prodigiosa”, no mermaron durante su continuidad en los años siguientes, también representados en la exposición que hoy recordamos.
Antonio Fernández Reboiro (Nuevitas, 1935-Madrid, 2020) se apropió de la estética pop tan de moda en el mundo entonces para trabajar sus expresivos diseños, aunque no dejó de incorporar referencias del siglo XIX (los catálogos de sus impresores). Merecen relieve la expresividad y fuerza del blanco y negro en combinaciones de gran dinamismo visual que imitaban justamente el movimiento del cine que promovían; la integración al entorno citadino; diversidad cromática y seguridad en los trazos, lo cual permitió que desde sus inicios fuera aplaudido por el público y la crítica. Hoy muchas de sus obras figuran en importantes museos internacionales, incluyendo el neoyorquino MoMA. Entre ellas podemos destacar Tránsito, Manos sobre la ciudad, Tragedia optimista, Carmen la de Ronda o su celebrada Harakiri, cuyo premio en Colombia constituyó el primer lauro internacional de la cartelística cubana después del triunfo de la Revolución.
Eduardo Muñoz Bachs (Valencia, 1937-La Habana, 2001) se considera desde su cartelística un pionero de las técnicas y personajes utilizados en la escuela cubana de animación.Sus textos visuales se caracterizan por el sentido del humor, la energía en la mezcla y uso general del color, la seguridad en la línea y el empleo del dibujo con matices significativos. Bachs fue el diseñador más prolífico del ICAIC y uno de los que mayor trascendencia y prestigio adquirió incluso más allá de nuestras fronteras mediante afiches como Bala sin nombre, Árbol cantarín, Cinemateca de Cuba. Cine de Arte ICAIC, Amante a la medida, 9 cartas a Berta, 7 hombres de oro, Karate campeón, Trópicoy muchos más.
Antonio Pérez González (Ñiko) (La Habana, 1941) es acaso el más ecléctico de nuestros diseñadores para el cartel de cine. También empleó creadoramente el blanco y negro ―sobre todo― unido a las más variopintas gamas, la viñeta, así como soluciones pictóricas heredadas de varias escuelas (cubismo, futurismo, dadaísmo, abstracción…), lo cual generó una obra de gran poder comunicativo y sugerencia que logró un sello a pesar de toda esa amalgama referencial. Entre sus muchas piezas cabe nombrar: A sangre fría, Ensayo, El hombre dela cámara, Ganga Zumba, El gran crimen, El señor de Osanto, Arte del pueblo y Siete horas de violencia.
Por último —y nuestra reseña no ha seguido un orden cualitativo ni de preferencia personal, pues sería muy difícil hacerlo en el caso de estos cuatro grandes—, René Azcuy (La Habana, 1939-Miami, 2019) evoluciona del lenguaje publicitario típico de los años cincuenta a la sobriedad y concentración en elementos menos espectaculares (no por ello menos expresivos) y enfocados al empeño dialógico. También privilegió el blanco y negro con ocasionales incursiones en otros colores, con uso generalizado de la fotografía pero manipulada con sesgos expresionistas y las letras y números recortados contra fondos negros, que lograban eficaz contraste. Títulos como La última palabra, Cleo de 5 a 7, su aplaudido internacionalmente Besos robados, 100 años de lucha. Ciclo de películas del ICAIC, Los buenos y los malos, El prestamista, El planeta de las tormentas y un largo etcétera pueblan su vasta y destacada obra.
Muchas otras muestras como esta en Pésaro, Italia, en 1981, con afiches firmados por otros colegas además de los que esta vez nos representaron hubo después, siempre destinadas a presentar ante el mundo la grandeza de nuestro cartel cinematográfico: toda una escuela.
Referencia bibliográfica:
1 Vega, S., García, A. y Sotolongo, C. (2001).Ciudadano cartel. Ediciones ICAIC: La Habana, p. 19.
(Tomado de Cubacine)