La fiera, un sorprendente tigrón, desde cachorro fue criado por los leones. Recogido de un lugar lleno de pobrezas y desprecios, le proporcionaron hogar, donde no le faltaba cariño y enseñanzas. Creció fuerte y habilidoso. En sus andanzas ganó fama. Ninguno lo había vencido. Lo mimaron y ponderaron en demasía. Hasta le construyeron un trono y una corona de príncipe. Y aunque sabía lo tanto que le habían dado sus acogedores, quería más, mucho más. Deseaba ser reconocido como monarca. Comenzó a odiar incluso a quienes le rodeaban. Como otros grupos le conocían esas debilidades, se lanzaron a pretenderle. Le ofrecieron de todo con tal de que los encabezara. Cedió.
Prefirió el ámbito de las hienas. En realidad, se asemejaba más a ellas que a sus salvadores. Al poco tiempo, era más hiena que las peores hienas. Al frente de ellas, se sintió mucho mejor. Mandaba, lo adulaban, era su guía y protector. Al pasado lo desterró. Sobre todo de su corazón. Prefería ese vivir mejor que la dignidad. Aunque se regodeara con la carne podrida. Normalmente le tocaban los pedazos mayores. No siempre los merecía. Se recostaba muchas veces sobre la maldita fama al contender. Como el caballo del cuento de Quiroga Sin entregarse del todo, su calidad extraordinaria evitaba sus reveses.
No le importaba lo que pasara en el sector de los llamados Reyes de la Selva que seguían siendo respetados por todos y, pese a estar dolidos por su acción, jamás le sacaron en cara el apoyo, los desvelos esquinados. Olvido que les dolía. Todavía le guardaban algún cariño. En especial, la madre que lo amamantó y el padre que lo enseñó. Sin embargo, era un amor con dolor. Sin esa adopción no sería nada. ¡Ay, la vida, la vida…!
Esta narración existe en los diversos recintos de la existencia humana. La ingratitud hiere a la familia, la amistad, la querencia. El deporte, el arte, la ciencia, la educación, el sector de la salud… no se salvan de estas desgarraduras ni siquiera en medio de una Revolución que necesitamos perfeccionar –en eso estamos- pero que ha situado ante todo la libertad y la decencia en la cima.
José Martí lo advirtió: “Es necesario contar siempre que los intereses rigen principalmente a los hombres, y que rara vez están las virtudes del lado de los intereses”. También nos dijo: “Hay que apearse de la fantasía… y alzar por el cuello a los pecadores…”. Me atrevo a agregar que hay bastantes pecadores sin que ello signifique ahogarlos. Debemos “…probar, desarmar, convencer. Solo que no es el camino más fácil…”, como escribió el gran pensador cubano Alfredo Guevara.
Cuidado con los alabarderos: tanto daño hacen con elogios desmedidos. Otorgar cualidades a las personas a destiempo, sin méritos suficientes por ceguera o utilitarismo o con visión paternalista, pequeñoburguesa, es un grave error ligado a la impostura. Dañan al sujeto, dañan a las masas. Tampoco debemos propagar expectativas exageradas: al derrumbarse, más tarde o más temprano, fustigan en lo más hondo con los puñetazos de la frustración.
Vuelvo a nuestro Héroe Nacional con una reflexión que todos debemos tener muy presente en nuestro combate: “Pues si hay miserias y pequeñeces en la tierra propia, desertarlas es simplemente una infamia, y la verdadera superioridad no consiste en huir de ellas, ¡sino en ponerse a vencerlas!”.