“…sorprendiendo a la verdad en una flagrante mentira”
Santiago Feliú
La técnica de pintar con acuarela es atribuible a la invención de un eunuco que fuera consejero del emperador chino He, en el siglo II dc. Rafael Sanzio fue el primero que la usó en Europa, pues pintaba en acuarela las grandes cartulinas que constituían los bocetos de sus tapices. Alberto Durero, en Alemania, también realizó acuarelas.
En el siglo XXI, en Cuba, Luis Enrique Camejo Vento (1971) también pinta y nos invita a descubrir las luces y las sombras de una ciudad que habita y de unos seres a los que les expulsa los fantasmas.
Camejo tiene en su haber varios privilegios. El primero es que cuando era pequeño y dibujaba constantemente, su mamá le incentivó esa capacidad al lograr que asistiera a una escuela para aprender y perfeccionar su técnica; el segundo, es que en su natal Pinar del Río, Pedro Pablo Oliva fue su profesor.
Luis Enrique vino a vivir de adolescente a La Habana, cursó estudios en la antigua Escuela Nacional de Arte y más tarde en el Instituto Superior de Arte, Esos años los recuerda dotados de una intensa apropiación de lo que sería su gran recurrencia posterior: la ciudad y sus habitantes.
-He tenido “suerte”, dijo, que no es más que disciplina y constancia en el trabajo, pienso yo, ese hado lo ha hecho realizar más de 54 exposiciones personales y participar en más de otras 100 colectivas.
En la ciudad sucede la vida y se realiza la subsistencia contemporánea de los seres humanos. Confiesa Camejo que cuando tuvo un poco de dinero por primera vez, se compró una cámara fotográfica y comenzó a atrapar los lugares del entorno y a sus merodeadores, sus luces y sus sombras, la dinámica que la rodea y el instante en que se vive. Para el pintor, el paisaje urbano se convierte en objeto primario de su creación, son los transeúntes y lo que les rodea esa salsa que salpica el jugoso manjar resultante.
“Hay ciudades en que no ocurre esto. La gente va de un lugar a otro, se trasladan para el acto del encuentro, viajan refrigerados y las ciudades se convierten en conglomerados habitacionales solamente; en cambio, en La Habana la vida es otra, la gente se habla, se conoce, se mezcla, vive y hace vivir a la ciudad”, expone Camejo.
El artista ha alcanzado la dicha de obtener varios premios. En 1990 recibió el primero de la filial provincial del Instituto Cubano del Libro; en el 2002 la Mención del Salón provincial de las Artes Plásticas y el primer Premio en el V Certamen de Pintura Nicomedes García Gómez, en Segovia, España. Aunque me contó que: “…todos los premios han sido bien recibidos; pero el que más me marcó fue cuando una niñita se me acercó en una exposición y me dijo parece que me voy a mojar con esa ola en el Malecón de tus pinturas. Toda interpretación de una obra es un acto sobrevalorado, y cuando te encuentras con cosas como estas, descubres la esencia del arte. Estamos haciendo una obra para alguien que no ha nacido aún”.
En Luis Enrique se superpone la ciudad a los personajes, aunque a veces pasa lo contrario; percibo que otro es el entorno en el que están presentes todas las historias anteriores de sus representaciones y que han contribuido a que la ciudad que refleje sea única.
Ha viajado por casi todos los países del continente americano, Asia, el Medio Oriente y Europa, pero en el 2011, una visita a Shenzhen, en el sur de China, le permitió convivir con artistas de ese país y conocer sus técnicas de acuarela. Al regresar a Cuba, el pintor trajo consigo papel de arroz, pinceles, tinta y cuños, materiales que le han permitido dar otro movimiento y tonalidad a sus obras.
“Durante mi estancia (en China) aprendí a usar sus pinceles, muy diferentes a los occidentales, perfeccioné mis trazos y el cuidado de las formas, aspectos que distinguen al arte chino (…) marcó un antes y un después en mi carrera como artista. Me enamoré de las técnicas de la tinta de agua, de la búsqueda constante de los efectos y del protagonismo de lo sensitivo. Todo lo que he hecho después tiene su huella”.
Lo que hace Luis Enrique está cerca de lo psicológico, aunque piense que no cuenta nada de las historias de quienes representa, sí lo hace, está presente no solamente lo evidente de la ciudad, sus merodeadores y la atmósfera que los rodea; los sentimientos, sino también una cierta nostalgia, un poco de melancolía, un lugar para el recogimiento, aunque eso se diluye en el burbujeo de lo evidente.
Cierta crítica apunta que los temas favoritos de Camejo son las relaciones entre el hombre y el medioambiente, especialmente en el entorno urbano en la noche y el tiempo; además que hay mucha luz; parecen ser “casi” reales esas constantes advertidas. Yo me abstendré de dar por absolutas estas cosas porque el contrario de todo lo advertido siempre está presente.
Sin pretender dictar nada sobre una estética que defina la acuarela de Camejo, hay una serie de elementos permanentes que destacan en su obra y estos son la transparencia, el trazo fino y su contrario, la permanencia en la transposición y el degradado en el tono que, con seguridad, lo hace el soporte del fino papel de arroz que en algunos casos utiliza.
No me voy a referir particularmente a ninguna de las acuarelas que se expusieron en “Coffe time”, sino a una inacabada que cuelga en la casa-estudio del pintor de El Vedado, una que recrea una vieja foto habanera de la calle Galiano, en la que descubro, como en otras de su clase, un breve guiño vívido al cine “oscuro” norteamericano de los años 50, a sus sombras, a los personajes sombríos, y a su contrario, la luz de la ciudad.
Desde el papel en el que trabaja el pintor, la representación en acuarela de una ciudad azul, gris, llena de sombra nos observa. Un personaje femenino camina cruzando la calle, otro masculino mira. ¿Qué mira?, no se sabe bien. En esta espera, -¿qué espero, qué esperas?- es que me llegaron estos cuadros de Camejo. El personaje que cruza la calle quizás llegará a alguna parte cuando termine de encontrar lo que busca.
Camejo, como todos, tiene coincidencias con otros pintores, las enmascara y parecen ser los lugares representados; y otra cosa, Luis Enrique es un simulador, y si no lo es entonces, ¿cómo puede esconder su soledad y sus tormentos tras la supuesta quietud que nos transmite?
El pintor nos brinda una serie de representaciones que son figurativas y otras que son cercanas a lo impresionista, y eso puede ser un juego. Por una parte, la existencia de un sentido estático, casi fotográfico de mostrar el todo, pero “no tanto”, lo que nos lleva a poner o no rostro a los personajes observados, de la otra parte: esencia y realidad.
La verdad es que, miras y están todos los habitantes de la ciudad, incluso la ciudad misma, es un gran retozo que nos invita al engaño; y en realidad, no resulta serlo; pero nos hace participar en ella, aunque se abstrae de nosotros, porque no le importamos. Yo creo que el pintor es un “engañador”, porque aunque lo representa, no le importa el personaje que viene y o el que va, no le da importancia a que un él o una ella desanden, se sienten o…, eso se lo deja al observador; Camejo les roba a sus representados su ahora, y ese ahora se detiene, en ese ahora no hay rostros porque al pintor le interesan más todos los rostros que el de un solo individuo. Ellas, ellos se diluyen; tampoco hay almas, son seres llenos de misterios incomprensibles, son enigmas como el que acompaña a que el café se derramara.
En la ideología de los colores de las acuarelas que crea Camejo, sobresale el caos que pone de manifiesto el ser habitante de una ciudad que parece, a veces, un museo, a veces está estática haciéndose un especie de selva pesante.
Por otra parte, Camejo hace lo que siente y se sale del mercado, se divierte y vuelve siempre a su origen, no le interesa lo que otros esperan de él, tal vez esta sea la razón que nos lleve a revelarnos un día su tormento, el mismo que ha escondido entre la quietud y entre las sombras, las mismas que revolotean con las alas de ángeles de sus perros que han muerto; tal vez este sea el comienzo de ese “nuevo u otro” Camejo, el que nos dejará una ciudad que no estará ya, que no será la misma que vive en nuestros días.
La más reciente exposición de Luis Enrique, “Coffee time”, el casi centenar de acuarelas y la instalación que la componían, le pusieron “la tapa al pomo” en lo referente a lo novedoso, y más en estos tiempos de soledad y aislamiento, por lo provocativo que resultó y por el material utilizado.
El artista contaba que el café se derramó por accidente encima de una cartulina y comenzó entonces a rememorar sitios, paisajes, personajes y creó una especie de diálogo entre el derrame ocasional y lo que en su mente vagaba. El resultante fue una exhibición exitosa; en el poco tiempo en el que la pandemia nos dejó disfrutarla presencialmente, el público acudió a la galería Collage Habana y la red Behart hizo que llegara a otros en formato virtual.
Fue en medio de esta pandemia que encontré a Camejo, -no por casualidad, reitero que más por curiosidad y tiempo vivido que por sapiencia- y estoy seguro que ni la solidez del continente, ni la liquidez de los contenidos, fueron, son, ni serán suficientes nunca para hacernos imaginar siquiera el calor de quienes se sentaron en el Malecón, o sus movimientos, o sus sombras proyectadas bajo el sol abrazador, o el bochorno de una noche cualquiera; los transeúntes caminaron hacia… y viceversa en la ciudad. ¿Qué sabor tenía el café derramado?
Así pasa pues, ni el cielo, ni la tierra, ni el agua, ni los seres vivos, incluidas nuestras ideas, continúan siendo invariables; todo cambia, como mismo lo hará la bicicleta “abandonada” que Camejo “sembró” frente a la Galería de 7ma y 18 a la espera del tiempo; la misma que los elementos modificarán cuando llueva y haga calor y sea de noche y llueva y…, casi estoy convencido que todo será para demostrarnos que tenemos ante nosotros un nuevo significante de la verdad que el pintor nos invita a buscar entre las tantas “mentiras” que juegan en la imaginación de los seres humanos.