A los siete años no sabía leer porque el tiempo posible de su vida en ciernes lo había dedicado a dibujar. “Dibujo desde que tengo memoria”, dijo una tarde de julio de 1994, en su apartamento habanero del edificio de 23 y N, el pintor, escultor y caricaturista cubano y manzanillero Julio Girona (1914-2002), Premio Nacional de Artes Plásticas. “Soñaba con ser caricaturista y me parecía grandioso que mi obra saliera un día en los periódicos”.
Lo dijo a los 80 años, cuatro después de que emergiera como poeta y narrador. “Un día comencé a garabatear en los cuadros palabras como “Primavera”, “La noche”, “La tarde”. Después me aventuré más y puse: “Una mujer se desnuda”. Me hizo falta más espacio y utilicé un papel. Sin saberlo, escribí un poema”.
La génesis de este hallazgo el pintor las afincaba en las habilidades adquiridas para la traducción de historietas cómicas (comics) en Estados Unidos, trabajo con el que se ganó la vida durante 35 años, porque “como el español es más abundante en palabras que el inglés, desarrollé gran capacidad de síntesis”. También, en las cartas que semanalmente escribió a su madre en casi cinco décadas.
Poeta por la mañana, pintor por la tarde. La imagen femenina, presente en la mayor parte de su obra. “Mi destino es estar siempre entre mujeres: tengo cinco hermanas, dos hijas y dos nietas.
“Las mujeres de mis obras son mujeres imaginadas, la mayoría un poco achinadas. Les añado cosas que veo por las calles de La Habana Vieja: los descascarados de las paredes, las frases y alguna que otra manzana o pera que siempre me han parecido muy femeninas.
“Cuando pinto no sé lo que va a pasar ni cómo voy a terminar el cuadro, quiero sorprenderme a mí mismo. Si supiera cómo va a ser, se me quitarían las ganas de pintar. Y al cabo de un par de meses me parece que la pintura no la hice yo y así la disfruto más”.
La influencia de Picasso y Modigliani, y la pintura abstracta estadounidense de los años 50, con su centro hegemónico en New York, hicieron de Julio un “figurativo abstractizado”. En sus obras nunca dejó de existir cierta relación entre ambas tendencias, aunque no siempre tan manifiestas como en la última etapa. Para él la abstracción significaba dar riendas sueltas a la fantasía.
Pero en la base de su formación artística anidaron las enseñanzas que recibió en la Academia San Alejandro (1930), aunque inconclusas, pues la dictadura machadista cerró las puertas de esa institución centenaria justo cuando Julio encausaba su talento en sus aulas. Fue la época en que también asistió al taller del escultor Juan José Sicre —autor del monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución— y en la que obtuvo una beca en París para continuar sus estudios plásticos.
Tras esa estancia, viajó a diferentes países de Europa y también a Egipto, en el extremo noreste del continente africano, hasta que en 1937 se instaló definitivamente en New York. Hacia 1943 se radicó en Brooklyn, tras contraer matrimonio con la también artista plástica de origen alemán Ilse Erythropel, quien falleció en 1967. Desde entonces los viajes de Julio a Cuba se hicieron más frecuentes.
Su enérgico rechazo al fascismo lo enroló —cuando apenas había cumplido 29 años— como voluntario en el ejército de Estados Unidos durante la II Guerra Mundial y como soldado llegó hasta la frontera alemana. Sobre esta aleccionadora aventura, Girona publicó un libro-testimonio Seis horas y más, que vio la luz en 1990 y con el cual obtuvo el Premio de la Crítica, otorgado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Así comienza su carrera de escritor, que continua dos años más tarde con un plaquette de poemas bajo el título Música Barroca.
Otro libro-testimonio de Girona, publicado por la Editorial Letras Cubanas, está conformado por relatos que hilvanan su vida en distintas ciudades: Manzanillo, La Habana, París, Brooklyn y New York. En la obra, titulada Memorias sin título (1994), dedicó un especial recuerdo a Manuel Navarro Luna, y de cierto modo lo retrata.
“Navarro era barbero y músico en la banda municipal de Manzanillo. Con la publicación de sus crónicas Cartas de la Ciénaga y su libro Pulso y onda se convirtió en uno de los primeros poetas de nuestro país…Navarro era flaco, de piel rojiza, su boca larga y fina, al reírse parece que llegaba de oreja a oreja”.
La Corbata Roja (1996), otro de los poemarios de Girona, “es como crónicas de la vida cotidiana”. En 2000 ve la luz su texto Café frente al mar, y Páginas de mi diario (2005), después del fallecimiento del artista, que reúne cuentos inéditos unidos a fotografías familiares.
“Estoy un tiempo en Cuba y otro en New York, visito a mi hija en Florencia y hago una exposición de mis pinturas en cualquier lugar. Pero sobre todo estoy alerta para no quedarme dormido frente al televisor. No tengo tiempo”, dijo en aquella entrevista de 1994, sin saber que frente a ese aparato abandonaría este mundo, mientras disfrutaba de Tiempos Modernos, la película de Charles Chaplin.
Las creaciones de Julio Girona, tanto en el terreno de las artes visuales como en el de la literatura, superaron con creces sus sueños juveniles. Sus caricaturas —efectivamente—fueron publicadas en periódicos de México, Argentina, Chile y Cuba, y de numerosos países europeos, pero su extensa labor pictórica y sus aportes a la cultura cubana y universal, le hicieron merecer en 1995 el Premio Nacional de Artes Plásticas.
(Publicado en Cuba en Resumen).