Ya se veía venir una relación “conflictiva” entre el proceso de monopolización acelerada de los llamados “medios de comunicación” frente a los modelos educativos de los Estados. La Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de la Comunicación en su informe de 1980 (conocido como Informe MacBride) advierte: “una complicación adicional es el hecho de que las implicaciones de estos desequilibrios no se entienden correctamente y, en consecuencia, encontramos con frecuencia algunas generalizaciones universales y aplicaciones entre culturas que no son válidas” (pág. 191).
Como en otros muchos casos paradójicos, la inversión gubernamental en educación otorga a la industria mass media una especie de “subsidio” bizarro que educa y expulsa a miles de jóvenes a las fauces de la industria mediática monopólica incapaz de ofrecer fuentes de trabajo suficientes, que no tiene interés en pagar salarios dignos y que se acostumbró a explotar a quien acepte (con placer o sin él) las reglas, la ética y la estética del mercado comunicacional. La cosa no es muy distinta cuando el empleador es el gobierno.
Hay una lista enorme de urgencias amontonadas gracias al olvido funcional, la indiferencia y la corrupción. Hay que abrir los libros, en todos los sentidos, mirar qué cuentas manejan en lo económico y en lo académico, ver sus deudas y sus inversiones, sus sueldos y los de todos, ver las tecnologías y las canonjías. Ver las postergaciones y sus razones, los silencios y los corrillos, hay que ver los documentos y los emolumentos. Revisar los contenidos teóricos, las prácticas, los casos concretos, las investigaciones, la experimentación… las publicaciones. A quién sirven, para qué. Abrir los libros para ver cómo se reparten los puntos y ascensos, las vacaciones, becas, apoyos didácticos. Cómo se negocian las investigaciones, las citas mutuas, cuántos puntos vale, cuánto vale asistir a congresos, cursos, posgrados… abrir los libros y sacar las cuentas en público y sin concesiones. “Los programas de enseñanza e investigación debieran incluir también el estudio de un nuevo orden mundial de la comunicación: sus parámetros actuales, sus propuestas para cambiar los patrones existentes” (Informe MacBride, pág. 187).
Hay que ver en qué estado está la producción y repetición de conocimiento en las aulas, examinar qué se produce, expone, analiza… para enriquecer el conocimiento en colectivo, guiado por un programa científico. Verificar la independencia económica y política de la ciencia frente a ciertos devaneos mercantiles o sectarios, revisar su rigor y su capacidad de intervención social. revisar que el acto fundamental de la producción del conocimiento, de manera colectiva, crítica y dialéctica tenga por certeza la mayor pasión por la verdad y la fortaleza de la ciencia al servicio de la libertad humana y de su comunicación no alienada y desalienante. Verificar que las aulas y los talleres no sean indiferentes a lo que pasa en las calles, en las fábricas, en las cabezas de los pueblos. constatar que cuando el trabajo de producir conocimiento en comunicación se cumpla, con calidad y utilidad social, se pague un salario justo.
Mayormente, la educación en materia de “comunicación”, pública o privada, es una mercancía más determinada por las leyes del mercado y las necesidades de control burgués sobre las masas. No pocas escuelas acomodan la teoría y la práctica académicas, no para intervenir en los problemas sociales centrales y sí, a cambio, para generar mano de obra acrítica y sumisa. Las “ciencias de la comunicación”, cuyo rigor suele ser cuestionado, se producen, se venden y se compran como otro artículo cualquiera. Sus productores no son ajenos a la alienación. Fue advertido en 1980 “…la metodología deberá adaptarse a las condiciones, las tradiciones culturales y la estrategia de desarrollo locales” (pág 187).
En las escuelas de comunicación se reproduce la lucha de clases, hay profesionales del arribismo, de la mentira y de la explotación en contubernio con los burócratas (y viceversa). Esto significa que se produce lo vendible, que reina un clientelismo interesado sólo por los “puntos”, las opiniones positivas y las colegiaturas antes que por el diagnóstico serio de los problemas y la ruta de las soluciones desde la ciencia. Se vende lo rentable, lo que da beneficio a los dueños o directivos. La educación en comunicación es un campo de entrenamiento no sólo para capacitar sirvientes económicos o lebreles burocráticos, ahí el ideal es el endiosamiento de la mercancía para ganar audiencias, vender mucho y consolidarse como “caballos de Troya” ideológicos en todo lugar y a cualquier hora. “Las circunstancias históricas en las que se desarrolló la investigación ayudaron a crear una situación de dependencia, agravada por lo inadecuado de la investigación extranjera para sus necesidades” (pág. 190).
Y, sin embargo, en lucha desigual y combinada, también hay docentes, trabajadores, capaces de pelear codo a codo con los estudiantes por una educación emancipadora, científica de verdad y útil contra la alienación. Hay eruditos honestos, catedráticos serios, investigadores comprometidos y especialistas críticos muy diversos, en general mal pagados, mal tratados, ninguneados… docentes militantes de la honestidad teórica y estudiantes en actuación social plena, en lucha permanente por ese Nuevo Orden Mundial de la Comunicación y la Información (NOMIC) reclamado por el Informe MacBride en 1980. ¿Lo veremos?
Imagen de portada: En La Paz, Bolivia, durante una marcha para pedir al gobierno Internet gratuito y acceso a computadoras para tomar clases en línea.
Tomado de La Jornada