Jesús Martín-Barbero decía que las personas como él se ganan la vida con lo que les gusta hacer y son unos privilegiados, “unos poquitos, a los demás les toca lo que se pudo, no lo que quisieran; la mayoría de la población no está donde podría ser innovador su aporte”.
Así de sencillo contestaba a mi entusiasmo por la conferencia magistral que en el Palacio de las Convenciones ofreció durante el XIII Encuentro de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social, en 2009, un espacio profesional abierto al pensamiento teórico, creativo, orientador y de apertura a esta rama del saber.
Ahora los medios de comunicación dan la noticia de su fallecimiento. La maldita COVID no perdonó al Maestro ya con 83 años, y me siento en deuda por guardar por tantos años la entrevista que entonces le hice, muy centrada en los objetivos investigativos propuestos para mi tesis doctoral. Tengo una razón: la guardo para un libro integrador de otras voces de eminentes profesionales cubanos y extranjeros, quienes de forma desprendida me entregaron sus consideraciones acerca del periodismo.
En una muy apretada síntesis presento a Jesús Martín-Barbero: Doctor en Filosofía. Estudios en Antropología y Semiología. Teórico de la comunicación y los medios, su obra más divulgada es De los medios a las mediaciones, publicada en 1987. Español nacionalizado colombiano, vivió en ese país desde 1963 y fundó la Facultad de Comunicación Social en la Universidad del Valle. Doctor Honoris Causa por cinco universidades. Ejerció docencia en Colombia, México, Perú, Argentina, Brasil, Puerto Rico, Alemania, España, Estados Unidos e Inglaterra. Fue consultor de Política Cultural para la UNESCO, Miembro del Consejo Nacional de Ciencias Sociales de COLCIENCIAS, Colombia, y Miembro del Consejo Nacional de Cultura, Área de Medios Civiles.
Pudiera agregar muchos más datos de este hombre que analizó la cultura como mediación, estudió la globalización desde la semiología, e investigó con significativos aportes la incidencia de las telenovelas en Latinoamérica. A propósito de las telenovelas y antes de iniciar el diálogo sobre cuestiones del periodismo, mi eje principal, le pregunté, cómo reinterpretaba sus saberes sobre éstas, pasados ya tantos años de sus indagaciones pioneras.
Motivado, contestó: “Una confidencia: después de casi diez años coordinando investigaciones sobre la novela en América Latina, sobre todo en Colombia, hice un descubrimiento: el éxito de la telenovela está en que lo más disfrutable para la gente no es verla, es que alguien al día siguiente le pida contarla porque no pudo ver el capítulo.
“¿Sabe cuánto la gente disfruta? Escuche cómo se cuenta la telenovela: la persona empieza relatando y a los cinco minutos se sale de ella y relaciona lo sucedido al sobrino, lo que le pasó a su hermana y a la abuela. O sea, la telenovela acaba siendo un pretexto, el texto de ella es una excusa para hablar de la vida cotidiana. Eso para mí fue un descubrimiento.
“Lo de verdad importante no es analizar ideológica, semióticamente, el texto de la telenovela. No, son los modos de cómo ve la gente la telenovela, y cuál ve. Lo significativo para unos, no lo es para otros. Entonces, evidente, lo analizable no es lo que pasa en la pantalla, eso no es lo disfrutable para la gente, les impacta todo cuanto tiene que ver con ellos. Para mí es clave”.
Ahora, a la carga, después de esta transgresora incidental.
–Teóricos del periodismo y la comunicación vaticinan el fin de la profesión a partir de la expansión de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana y profesional. Para usted, ¿el periodismo tiene futuro?
¡Claro!, lo tiene. Un recuento: ¿qué fue el periodismo en sus orígenes? Algo muy distinto a lo visto por nosotros. Yo estudié la historia del Periodismo y encontré que era serio, es decir, en aquellas gacetas económicas pioneras, por el siglo XVII, el periodismo apareció ligado a las ideologías políticas, todo con un sesgo político explícito, eran concepciones diversas del mundo, concepciones de la sociedad, del pasado y del futuro, un periodismo beligerante, muy sectario, así surgió.
Lo que hoy entendemos por periodismo nació en el siglo XIX. Allí encontramos caricaturas, esperpentos, y también a través de ese periodismo había un compromiso político manifiesto. En América Latina, en el período, el periódico era un lugar para tomar decisiones políticas y no olvidemos que literatura y periodismo estaban juntos, escribían, sobre todo, quienes escribían novelas. Ahí hay una relación muy fuerte del periodismo con la literatura y con la política, esa fue la clave de aquel periodismo.
Luego, en el siglo XX, en Estados Unidos nació otra cosa, el periodismo que claramente establece la separación entre información y opinión. Fue hegemónica la propuesta norteamericana de un periodismo que separa información de opinión y recoge y construye, junto con los europeos, los géneros canónicos, o sea, los géneros cortos con la noticia, y los géneros largos con reportajes y crónicas.
Cada país tiene sus propias trabas, sus propias encrucijadas, pero en última, es esto: el periodismo está al servicio de una gente, de un lector al que quiero mover y lo pongo a pensar, activo, con capacidad de crítico, de cuestionador. Ese es el mundo que le estoy trasladando, si no es así, el periodismo se va a acabar porque, además, las nuevas generaciones están encontrando en Internet muchos caminos y otras maneras.
El periodismo está sufriendo una crisis de públicos, pero esta no puede atribuirse a “las malas hadas tecnológicas” que roban el público al viejo y sabio periodismo. No. Existe ahora una crisis del lenguaje, de los modos de comunicación, del periodismo con sus públicos. Los periodistas deben asumir la existencia de otros públicos, otros lenguajes y otras escrituras. Se presenta un cambio de sensorium, de la sensibilidad colectiva, y las maneras de percibir el espacio, el tiempo, lo próximo, lo lejano.
Las nuevas tecnologías importan no en procesos instrumentales sino en términos de la nueva sensibilidad que aportan sus particulares lenguajes. Comunicación es ahora algo que me configura como sujeto, como ciudadano y como consumidor.
–Partiendo de que el periodista se halla situado entre la realidad, la personal construcción de la misma y la comunicación de ésta a los públicos, ¿cómo percibe su mediación?
Hemos tenido la ficción creada por el periodismo norteamericano de tratar de separar la opinión personal, los ojos con los que yo miro al mundo, intentar separar mis ojos de lo que pasa en él, pero eso es muy relativo porque cómo los separo.
Tiene que haber sentido en el periodismo, a la gente no le podemos dar el mundo como si fuera un caos, cuestiones sueltas, eso hace falta en un inicio, pero después debe desarrollarse un pensamiento con el estilo de cada uno. ¿Quién ha desbancado el estilo por considerarlo contrario a la veracidad, a la seriedad, a la densidad de un texto periodístico? La escritura tiene un espesor distinto al de la palabra hablada.
No me malentienda, no se disuelve la información en la opinión; no, pero lo que sí sabemos los viejos es que la objetividad no existe, ni siquiera en los físicos. Se descubrió que para ver lo micro, para observarlo, requería iluminarlo y la iluminación cambiaba.
Entonces, quedó el principio de indeterminación porque no podemos ver sin influir en lo mirado, máxime escribiendo, uno no puede escribir sin sujeto, no me vengan con cuento.
–De contadores de historia, los periodistas se acercan hoy peligrosamente al rol de repetidores de declaraciones. ¿Alejan la credibilidad de sus mensajes cuando los públicos los perciben desde maneras sesgadas, institucionales, declarativas y oficiales? ¿Qué faltaría para que el mensaje fuera cada vez más creíble?
Eso tiene que ver con dos cosas: una, dependencia personal. No se puede aceptar ser un mero reproductor de lo dicho por otros, tiene uno que ser de alguna manera testigo, si no hay un mínimo de experiencia de lo que se habla, siempre será manipulable y estará al servicio de los intereses de algo, sea del estado, sea del mercado.
No es el sistema, el sistema está interiorizado en sus cabecitas. Se es cómplice de lo que pasa. Hay que dar la voz a la gente. Darle un mínimo de memoria, de contexto, se puede. Yo no creo que el problema sea el futuro del periodismo en términos de la necesidad del periodismo presente en nuestra sociedad, sino que vamos a contar con nuevos lenguajes, no lineales, vamos a aprender muchas cosas sobre cómo contar las historias para que los nuevos públicos se sientan representados en esas escrituras.
Pero, como usted dice, ahí está la clave: la interpretación como estilo y propuesta del mensaje son materiales para que el público ejerza su lectura y construya su propia dimensión de los acontecimientos, si no, no tenemos públicos, tenemos borregos, entonces ahí recaló la independencia, la independencia respecto a quien me paga, y me limito a dar declaraciones.
Hace muchos años establecí en un texto la diferencia entre el mediador y el intermediario. El intermediario es el que acaba haciendo las citas. Hemos creado una religiosidad de los admiradores de los dioses de la cultura, en lugar de provocar en la gente la habilidad de hacer y no de consumir. El mediador no es eso, el mediador sabe que la diferencia cultural tiene que ver con la desigualdad social.
No me vengan a decir que escriben para todo el mundo. ¿Para quién escriben? ¿Para quién tienen la clave del discurso o para quién no la tienen? Si fuera para que entiendan, habría que escribir de otra manera.
Es lo que hace el mediador, busca provocar en el público las ganas de vivir, las ganas de cantar, tocar la guitarra, dibujar, ese es el mediador social, natural, periodístico.
–En la interpretación de la realidad que hace el periodista, ¿cómo queda su responsabilidad?, ¿por qué no dejar a los públicos pensar suministrando información y fuentes confiables para que ellos lleguen a conclusiones propias y no “masticadas”?
Claro, ese es el tema. El asunto es que si mi ética es dogmática, creo tener que dar al público mi interpretación porque el público no entiende y necesita de un sentido construido de una vez: eso es una ética dogmática y no democrática para nada. Hay democracia y hay periodismo cuando construyo de manera que con los materiales aportados, el receptor los dote de sentido y los sienta sus materiales para construir a la vez su propia interpretación. No puedo llegar con verdades hechas y sin plantear problemas, debo recorrer el camino de construir y de buscar respuestas. Ahí está.
Yo tuve de muy jovencito un profesor que me organizó la cabeza, fue una suerte. Y una de las cosas que me dijo es que autoridad viene de autor. Quienes somos autores no necesitamos pegar puñetazos en la mesa ni dar gritos ni imponernos a las gentes. Esto es un problema. Yo diría que en el periodismo también. Quienes tienen autoridad son los autores. Un autor construye un texto, incita al lector a poner su parte, no lo da todo hecho.
El periodismo en el siglo XX mayoritariamente ha tenido muy poco en cuenta a los públicos porque respondía a partidos y los partidos tienen doctrinas y cada doctrina sustituye la interpretación del periodista: ese es el que tenemos ahora.
–¿Habla de polarización?
La polarización viene de muy lejos. ¿Qué periodismo cabe ahí? Nuestros países, nuestros pueblos, los países andinos, por ejemplo, han tenido periódicos doctrinarios que de antemano era dificilísimo para los periodistas asumir una ética democrática, una ética que incitara al lector para, como usted misma dice, a partir de la información y la diversidad de fuentes, construir su parecer. Son explícitamente doctrinarios. Estamos ante un problema: ¿nuestros periódicos alientan el espíritu crítico del público, o alientan la sumisión? Ahí está la pregunta.
Si yo me quedo en Colombia con la prensa, la radio y la televisión, ahí no cabe ni el 10 por ciento de lo que es el país en términos malos y en términos buenos. Hay una cantidad de páginas en Internet donde uno se puede enterar de un montón de lenguajes y son gente joven que quieren a su país por encima de las ideologías y de los intereses económicos, y están poniendo a debate todo, ¡todo!: la política, el arte, las políticas culturales, todo. Ahí están los estudiantes de Periodismo, pero no porque ese periodismo no pudieran hacerlo los profesionales, sino porque no quieren, no les interesa, los intereses de los unos y los otros se los impiden.
Hicimos una encuesta en cinco ciudades para ver cuál era la agenda de los periodistas, la agenda de país de los periodistas y la agenda de las gentes, y en la agenda de los periodistas hicimos la pregunta de cómo veían ellos la situación de represión y polarización en el país, cómo veían el tema de la censura y la autocensura. La mayoría de los periodistas se quedaron tan felices con su oficio, nadie les impone nada, son libres.
Cuando presentamos esta investigación con dos periodistas muy críticos, decían: eso sí es perversión. Entonces pensé: cómo es posible no percibir censura en este país y manifestar que hablan de lo que quieren y como quieren, ¡están locos!, la censura es tan fuerte que no la ven, la interiorizaron, la convirtieron en su propio Yo.
–Los géneros periodísticos se hibridan cada vez más por factores multicausales. ¿Cree en la pervivencia de ellos?
Tenemos que poner a un lado los géneros de los que venimos. Los nuevos lenguajes y los nuevos públicos, sobre todo de gente de 40 años para abajo, empiezan a percibirse de otra manera. Sin duda, públicos muy poco atraídos por determinados tipos de lenguajes, porque en el fondo lo daban todo hecho y la gente hoy quiere lenguajes en los cuales pueda intervenir.
Es tema de profesores. Uno: si nosotros hablamos un discurso cerrado, donde les decimos a los estudiantes: “Miren, así son las cosas”. Dos: O si nosotros les colocamos la formulación de problemas y, ante preguntas, con ellos buscamos las pistas de las respuestas. La diferencia es abismal entre un discurso construido desde el saber del profesor como certeza, a un curso construido en términos de las preguntas que se pueden hacer los alumnos sobre ese tema.
–¿Por qué no priorizar en el periodismo latinoamericano la narrativa con emoción y color característicos de nuestros pueblos?
Eso es valioso. Pongo el ejemplo de un periodista en Colombia que incorporó en sus noticieros la corporalidad, la sensualidad, la informalidad. ¿Pero qué hacemos nosotros los colombianos imitando a los gringos y a los estirados ingleses?, ¡por Dios! No tienen que ver con nuestro lenguaje. El futuro del periodismo es poner a pensar a los lectores, pluralidad, diversidad de temas.
Me gusta recordar a Margaret Mead, un ícono entre los antropólogos de Estados Unidos. Impresionante que ya con más de 70 años afirmara que la experiencia de las nuevas generaciones no cabe en la experiencia lineal de la palabra impresa. Es decir, estaba consciente de esta actualidad: los jóvenes necesitan otros lenguajes, del hipertexto, la vinculación entre culturas sonoras, visuales, gestuales, tonos, ritmos, acentos. Todo es tan válido para ellos como la gramática y la sintaxis. Nuestra generación debe aprender a asumir las nuevas dimensiones narrativas, aunque nos es muy duro.
–Ir hacia un lenguaje, explicación y mensaje diferentes para que el lector sienta que se respeta su inteligencia.
Así es. Un mensaje para interpretar, que provoque al lector y no lo trate como idiota. Los periódicos los tratan como idiotas y eso aumenta cada día.