Cumplió este año un lustro de su ausencia y se le sigue extrañando por su activa participación en la conformación de concepciones, carácter y conducta revolucionaria de generaciones de profesionales, no solo en su Cuba natal.
Fue un paradigma merecedor que entre muchos le hagamos el monumento virtual que mantenga vivo su inolvidable legado.
Le conocí, como muchos de mi generación, cuando ya era un maduro presidente de la Unión de Periodistas de Cuba, en la década de los 70, y desde un inicio le tomé afecto por su forma de tratar a los jóvenes que concurríamos a la casona vedadense de 23 e I en busca de libros de la biblioteca, o merienda en la cafetería que Bruno atendía en el patio o a las fiestas que llenaban incluso pasillos y azoteas, en las que se mezclaban veteranos y bisoños y se le veía bailar y divertirse como uno mas.
Un primer peldaño en una relación que alcanzó el rango de amistad se ubica en 1975, cuando la organización gremial fue eje de un Curso de Superación Profesional, de un año, en la Escuela Superior del Partido “Ñico López”, y fui escogido por Prensa Latina para tomar parte de su primera edición.
Luego vendrían muchos episodios, demasiados para enumerar, que me vincularían a Ernesto, a su conducta y pensamiento al integrarme el Comité Nacional de la UPEC y ser del Comité Ejecutivo de la Federación Latinoamericana de Periodistas, entre los mas significativos. De todos ellos derivó una admiración que aún me conmueve al escribir sobre él.
En la etapa final de su vida activa como dirigente, fue el único en mantener en alto los postulados de la Organización Internacional de Periodistas (OIP), cuando se desintegraba como resultado de la desaparición del campo socialista que la engendró, en su condición de director de su Oficina Latinoamericana y Caribeña, primero en México y luego desde La Habana.
Fue entonces cuando, en el marco de la FELAP, incluso, llegamos compartir habitación en lugares tan disimiles como México, Perú y Bolivia, y tribunas y debates en Venezuela, Chile, Argentina y Colombia.
En este último país, agasajados los asistentes a un Comité Ejecutivo de la Felap en el Senado de la República, al momento de recibir un gran pergamino los tres cubanos asistentes, el legislador que le tocaba entregarlo confundió nuestro origen y alabó al periodismo que se hacía en “¿!Miami!?”.
Mi breve agradecimiento lleno de ironía por el disparate contrastó con la siguiente iracunda vehemencia con la que Ernesto arremetió contra el despistado, muestra de que bajo la apariencia de tranquilas y meditadas reflexiones subyacía un volcán de sólidas concepciones en defensa de la Revolución y sus principios.
Detengo aquí mi convocatoria a retomar la vida y obra de Ernesto Vera Méndez para contribuir, con su ejemplo, a la formación de las nuevas generaciones, a las que siempre tuvo como proyecto de vida esencial de su labor.
Gracias.! Ese es mí papá! Gracias por no olvidarlo.