Se llamaba entonces José Manuel Ibar y se batía cotidianamente con ladrillos y mezclas para subsistir. A sus 18 años se abrió camino en el deporte gracias a su fortaleza física sobre todo: as de las competencias vascas de levantamiento de piedras. ¿Cómo podría vencer más de 90 veces seguidas 100 kilogramos de peso? Del asombro a las ideas de los comerciantes. Ni hablar de alzar pesas: eso no da plata de verdad. Pues lo sonsacaron y lo condujeron al cuadrilátero. Que los periodistas nos apoyen, se dijeron y apoyaron desde una copla al arribo hasta construir un mito.
Nocaos por aquí y por allá. Enseguida palabras hasta literarias a favor del muchacho. Venció a sus 30 contrarios iniciales antes del límite. Más crónicas, artículos, cintillos con él en el centro. Se le conocería mejor desde entonces como Urtain, y con él subía siempre su diestra y su lugar de nacimiento: Aizarnazábal, Guipúzcoa. A la medida de su ascenso a trancos, no pocos escalaron aterrorizados el cuadrilátero. Otros eran más recuerdos que calidad actual.
Lento, sin la habilidad ni la elegancia requeridas, con tremenda pegada. En los espacios de la prensa le alimentaban la fama aunque estaba lejos de la gloria. Era un canto idealizado continuo que trataba de ocultar el desafino. Engañaban. Y muchos querían engañarse para escapar de la enajenación en busca de un ídolo que no encontraban en otro ámbito. Se enajenaban todavía más. ¿Cómo quedarían cuando los envolviera la verdad? Gran salto: el 3 de abril de 1970 ganó la corona europea de los pesos completos, porque el germano Peter Weiland no pudo pasar del séptimo capítulo de una novela, donde el hispano era el galán y él rival era el villano según los medios.
Alcanzó el triunfo pero lo golpearon como nunca antes, la sangre interpretaba una zarzuela sobre la cara. Valiente como siempre, salió a matar o a que lo mataran. Y mató al toro con una gran estocada que estremeció a todo el ruedo. Y a disfrutar la crecida grandeza. La gozó en demasía…. Mas el gladiador debió seguir en su oficio. Superó a dos contrarios, algo así como una preparación, antes de exponer el título ante Jueger Blin, otro alemán. Dos miuras entre las cuerdas: ambos besaron la lona y, al final, pese a que se acabó su collar de KO, el astro consiguió triunfar por puntos en la Sala de Toros Monumental de Barcelona.
Llegó el británico Henry Cooper, un veterano dueño de un arsenal donde sabía encontrar lo necesario. Entraba, salía, esquivaba, metía sus golpes hasta que en el noveno Urtain estabas de más en el ring. Ocurrió el 10 de noviembre de 1970. Mal síntoma aunque hubo un levantón posterior: regresó al trono al poner fuera de combate a Jack Bodell a fines de 1971.
Monarca por breve tiempo: Juerge Blin lo había estudiado y se desquitó al arrebatarle el sitial el 10 de junio de 1972. Después, el viejo tango: cuesta abajo es la rodada. El hispano uruguayo Alfredo Evangelista, su victimario por nocao en mayo de 1976, me dijo sobre aquel combate muchos años después: “Me preocupaba pelear contra un ídolo de su país que era un buen tipo además. Nunca sobresalió por su rapidez, tampoco era bueno en la defensa. Corajudo, fuerte, resistente, eso sí… y en esa pelea estuvo todavía más lento, más burdo. Le quedaba escasa dinamita. Te advierto, me dolió verlo caer así…”.
El perdedor no se dio por vencido. Trató de volver por sus fueros. Retó al campeón Pierre Coopman en 1977 quien al enfrentar al aspirante mantuvo el cetro por la vía del sueño. Era el revés once de Urtain frente a 56 triunfos y 4 empates.
Era menos hábil aún para el cuadrilátero de la existencia. Fracasó en los negocios, en su vida familiar, lejos de los cantos mediáticos, las deudas comiéndoselo, sin saber realmente más que pelear allá arriba. No llegaba a los 50 años. ¡Dios!, ¿cómo volver a ser quién era?… No pudo más, ¡no!, y se lanzó al espacio para soñarte noqueando a cuanto rival se enfrentara. Eran tan cortas sus alas, era tan dura la existencia, más dura que el propio asfalto donde terminó, al tirarse del undécimo piso de aquel edificio de la calle Fermín Caballero, el 21 de julio de 1992.