A lo largo de la geografía mundial se sucedieron este 30 de mayo numerosas manifestaciones contra el arcaico y criminal bloqueo de Estados Unidos contra nuestro país, y el 23 de junio Cuba presentará por vigésima novena ocasión una resolución para ponerle fin, momento en que una vez más -con las conocidas excepciones- el mundo condenará nuevamente tan cruel y vergonzosa política.
A fuer de repetida esta acción parecería ya innecesaria, pero no es así. En esta ocasión como en otras hay nuevas realidades. La más evidente es la que revela que ni siquiera un asunto que ha golpeado duramente a los propios Estados Unidos como lo es la pandemia de la COVID-19 evitó que decenas de nuevas medidas restrictivas y agresivas contra Cuba se aprobaran por el gobierno del perturbado Trump, ni que contrariamente a lo prometido en su campaña electoral, algo que seguramente contribuyó al voto de algunos a su favor, el actual inquilino de la Casa Blanca a casi medio año de ocupar la presidencia, no solo las mantenga, sino que esté retomando la misma retórica trumpista y continúe financiando los ataques al sistema democrático cubano.
La batalla contra el bloqueo es tema de elemental trascendencia y no solo para Cuba, pues revela como en una gota de agua el comportamiento del imperialismo estadounidense.
Hay que preguntarse, una vez más, por qué se han sucedido tantas administraciones republicanas o demócratas y tantas condenas universales contra este criminal proceder y que este no solo se mantenga sino que se agudice. Hay que preguntarse por qué, salvo momentos en que se produjeron algunas acciones en dirección a un cambio de estrategia imperialista hacia Cuba, se ha vuelto una y otra vez a la violencia económica y extraeconómica. Y solo cabe una respuesta: la naturaleza agresiva del imperialismo estadounidense, su prepotencia y afán de hegemonismo, hoy fuertemente retado por la creciente recomposición mundial de la correlación de fuerzas.
Un grupo de países occidentales desarrollados, con los EE.UU. a la cabeza, sin que nadie los haya elegido, se han autoproclamado supervisores universales de la democracia y los derechos humanos. Y todos tienen el tejado de vidrio, especialmente la potencia estadounidense.
En sus conciliábulos deciden cuáles elecciones son libres y cuáles no, dónde se respetan los derechos humanos y dónde no. Y amparados en la cobertura avasalladora de sus grandes medios de comunicación crean una pantalla mundial de mentiras y medias verdades, construyen “casos” de “graves violaciones a la libertad de expresión”, crean matrices de opinión sin asidero en la realidad, mientras aplican fríamente –como es el caso de Cuba– las sanciones más antidemocráticas, abusivas y atentatorias contra los derechos humanos.
De esta suerte, mientras fue en EE.UU. donde una banda de facinerosos atacó la sede del legislativo con muertos y heridos y donde el sistema político y sus mecanismos permite que se esté obstruyendo una investigación que arroje luz sobre los hechos como correspondería a una democracia que se precie de tal, donde la policía reprime y mata anualmente a decenas de personas particularmente negros y latinos, y donde ha habido decenas de miles de muertos por una insensible actitud ante la pandemia, es en Cuba donde no hay democracia ni se respetan los derechos humanos.
Luego de más de 60 años, el poder imperialista sigue sin querer aceptar el derecho de nuestro país a la autodeterminación. Y al no reconocer y atacar por diferentes vías al sistema sociopolítico cubano -refrendado una vez más con la masiva aprobación de la nueva Constitución socialista de 2019-, están irrespetando a todo el pueblo de nuestro archipiélago y no solo al partido, al Gobierno, a sus instituciones representativas. Y es en este punto donde el imperio se marea y es incapaz de reconocer que hay actitudes y condiciones inaceptables para el pueblo cubano patriota, martiano, fidelista. Límites que cuando se traspasan las penurias económicas, por más duras que sean, pasan a un segundo plano y la dignidad se adueña por completo del corazón del cubano.
El 28 de abril de 2016 en su reflexión titulada “El hermano Obama, Fidel escribió al final una sentencia que pauta nuestra razón y comportamiento:
“Nadie se haga la ilusión de que el pueblo de este noble y abnegado país renunciará a la gloria y los derechos, y a la riqueza espiritual que ha ganado con el desarrollo de la educación, la ciencia y la cultura.
“Advierto además que somos capaces de producir los alimentos y las riquezas materiales que necesitamos con el esfuerzo y la inteligencia de nuestro pueblo. No necesitamos que el imperio nos regale nada. Nuestros esfuerzos serán legales y pacíficos, porque es nuestro compromiso con la paz y la fraternidad de todos los seres humanos que vivimos en este planeta”.
Más bloqueo y seguimos resistiendo, más bloqueo y seguimos persistiendo en el crecimiento económico este año, más bloqueo y seguimos batallando contra la pandemia y vacunando a nuestro pueblo con nuestras propias vacunas, más bloqueo y seguimos practicando la solidaridad por el mundo, más bloqueo y seguimos profundizando nuestra democracia, más bloqueo y seguimos confiando y apostando por nuestro futuro, más bloqueo y más unidos que nunca. Es la única respuesta cubana a la ceguera imperial.