«Mañana se van a obsequiar dos rosas en nuestro centro a igual cantidad de compañeras que cumplen años. Queremos, por su importancia, que esta actividad salga en la televisión».
«Estamos convocando a la prensa, especialmente a la televisión, a un trascendental acto de entrega de tres calabazas y dos plátanos donados para el consumo social por nuestra entidad, la que no se dedica a labores agrícolas, pero tuvo esta excelente iniciativa y merece conocerse».
«El próximo sábado, a las cuatro de la tarde, se colocará la primera piedra del monumento a La Hormiga Laboriosa y deseamos que ese instante trascendental sea captado por las cámaras para que se publique en el noticiero».
Estos tres ejemplos supuestamente «graciosos» no han sido tomados de la vida real, claro. Sin embargo, se parecen mucho a algunas escenas de nuestra cotidianidad, que reflejan una especie de «juego de los espejos», demasiado nocivo para la sociedad que pretendemos levantar.
Consiste en buscar al extremo «el vidrio», de seguro para ganar puntos emulativos, demostrar que «se están haciendo buenas cosas» o elevar la ya célebre imagen. Es el desmedido afán de «querer verse» como confirmación de un tipo de narcisismo que atenta contra la verdad verdadera, como dicen por ahí.
Por supuesto que no resulta pecado mortal pretender divulgar actividades por un medio muy llamativo y de tanto alcance como la televisión. El vicio emerge cuando se intenta llamar a las cámaras para la inauguración de una parada de ómnibus, la puesta en marcha de una insignificante fuente de agua, la realización de una reunión común y otros eventos ordinarios que no deberían jamás generar noticias.
El yerro nace cuando se piensa en las cámaras y la consiguiente pose ante ellas por encima de todo; cuando se antepone la apariencia a la acción transformadora de los seres humanos; cuando en la mente de algunos la televisión se convierte en un fin.
A veces esta tendencia nociva ha llegado a los niveles más insospechados. Lo escribo, por ejemplo, pensando en las ocasiones en que determinados eventos, con todos los asistentes listos, retrasaron su arrancada porque no estaban presentes las cámaras televisivas, como si fuese más importante la filmación de la realidad que la realidad en sí.
No es la primera ocasión en que el tema salta a la palestra pública. En noviembre de 2008, en el comentario Amor al vidrio, exponía en el periódico Juventud Rebelde el daño que originan el campañismo, el ansia de «marcar tarjeta» para el país y la sed de pantallas.
Trece años después aquellas líneas parecen conservar su vigencia. Y muchas de las frases de entonces se mantienen, ahora quizás pronunciadas con más vehemencia: «Necesitamos a la televisión», «no puede faltar la televisión», «vamos a poner un transporte para la televisión», «si no está la televisión…».
Aquellos párrafos se referían también a las exigencias veladas de algunos organismos y empresas: «Lo de nosotros no salió», una reclamación que habla por sí misma.
«Las heroicidades, los acontecimientos, las hazañas llegarán tal vez a la televisión», decía el mencionado texto periodístico. Pero siempre, agregaba, se ha de decir con José Martí que «las cosas buenas se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar». En esa frase del más universal de los cubanos se resume una filosofía de la vida que no hemos de empañar con ciertos juegos de espejos.