En mi adolescencia todavía circulaba una expresión muy curiosa que se aplicaba al comportamiento indebido de una persona hacia otra: “hacerle un feo”. Hacer un feo significaba hacer un desaire. Muy pronto supe, en las clases de Historia, que cuando terminó la Guerra del 95, el jefe del Ejército interventor —el General Shafter—le había hecho un feo al jefe del Ejército cubano—el General Calixto García, que comandada las tropas orientales—negándose a invitarlo al acto de rendición de las tropas españolas, una ceremonia que se celebraba en Santiago de Cuba.
Lo que nunca había sabido—y a veces me pregunté— fue cómo había sido el acto de entrada de las tropas de Calixto García en la ciudad de Bayamo, a la que habían llegado desde la comarca de Jiguaní tan pronto como se anunció el final de la guerra. Eran años en que los lectores de periódicos, en medio mundo, estaban expectantes. Hacía poco que había estallado el Maine en la bahía de la Habana y el resultado era previsible. Con el predominio de las leyes del mercado y el pragmatismo reinante, era posible que ocurriera lo que ocurrió: que un empresario neoyorquino, como William Randolf Hearst, lograra duplicar en poco tiempo la tirada de su periódico, el Journal, llevándola de medio millón a un millón de ejemplares. En fin, todo eso era conocido. Lo que yo no conocía —cosas como el destino de Rowan, protagonista del famoso Mensaje, y la entrada a Bayamo del General mambí y sus tropas—las supe después, gracias al testimonio de un testigo y al artículo de Philip Sinnott, un periodista norteamericano, aparecido en la revista Bohemia[i].
Lo que ya habían hecho otros involucrados en la aventura –desmontar la ridícula mitología tejida en torno a la figura de Rowan por los medios de comunicación y sus redes—no hacía más que confirmarse en el artículo de Sinnott. Rowan no había tenido complicaciones de ninguna índole en el territorio de Cuba. Había sido recogido por mambises en las estribaciones del Turquino para ser trasladarlo a Bayamo, y devuelto por iguales medios a los Estados Unidos.El artículo lo aclara desde el título mismo, aunque colocándolo todo bajo grandes titulares con una ilustración que hacen pensar que hubo, por parte de los militares, lucidos actos de bienvenida.Sabemos que el General García no necesitaba exhibir condecoraciones. La suya la llevaba tatuada en la frente. Cuando el artículo apareció, Rowan vivía plácidamente con su esposa en un pueblito de la zona de San Francisco, Texas.
No tardaríamos en ver cómo el imprevisible flujo de la historia conduciría, primero, a la Enmienda Platt y, después, a la Danza de los Millones, al tutelaje de los Estados Unidos y a la república de los Generales y Doctores. Pero ahora retrocederemos un poco para tratar de satisfacer nuestra insaciable curiosidad: ¿cómo fue la entrada del General García y sus tropas en la ciudad de Bayamo?
De pronto, en la distancia, apareció la ciudad –dice el testigo—. “Tenemos a Bayamo a la vista, las fuerzas libertadoras contemplan desde lejos la ciudad épica que, cubierta de esa pátina que dan los años, parece decirnos cuánto ha sufrido y cuán doloroso ha sido su martirio… Yo, que además de ayudante, era el abanderado del Cuartel, llevaba desplegada nuestra tricolor; y todos nos acercamos, penetrando en la ciudad prócer; la banda de música deja oír los acordes del Himno de Bayamo; el pueblo prorrumpe en vítores; el entusiasmo y la alegría se desbordan; recorremos las calles en fila compacta, al toque del tambor; el General García es aclamado y caen sobre los libertadores flores que arrojan a su paso lindas bayamesas…”.
Desde que todo comenzó habían pasado treinta años. Sólo treinta años de la colonia a la república. !Pero qué años aquellos!
(Publicada en el Boletín del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Imagen destacada: Dary Steyners).
[i]Sobre este último, ver Philip J. Sinnott: “Llevar el Mensaje a García no fue tan difícil como retornar a casa” (Bohemia, 20 XII 1945); sobre el testigo, véase el artículo de Luis Rodolfo Miranda publicado en la revista El Ejército Constitucional [16 VIII l937], e incluido en el volumen Reminiscencias cubanas. De la guerra y la paz. La Habana, P. Fernández y Cia, 1941. Allí el autor se identifica como Comandante del Ejército Libertador. Después de la caída de Machado y de la llamada sublevación de los sargentos (4.IX. 1933), Miranda se convirtió en un ferviente ideólogo batistiano. (Agradezco copia del artículo de Sinnott a Zaida Capote Cruz).