Por Gisela Arandia Covarrubias
Releyendo nuevamente una entrevista a Ignacio Ramonet, con quien tuve la oportunidad de ser su alumna en de la Universidad de París VII, Jussieu. Reflexionaba además de la época de estudiante de la escuela de Periodismo y también recordaba del encuentro con el Comandante en Jefe en la Plaza Cadenas de la universidad de La Habana y de su placidez para conversar con el estudiantado en diálogos inteligentes donde ambas partes terminábamos con la satisfacción de haber recibido ideas importantes para la causa común. En realidad he escrito poco del impacto del periodismo en mi vida, aunque sin esa experiencia no hubiera sido posible avanzar en otros estudios.
El periodismo es en realidad una de esas carreras que marca la vida de las personas para siempre. Entre otras razones por la posibilidad de colocarse como observador participante, una metodología de las ciencias sociales imprescindible en los tiempos actuales, para poder valorar los complejos contextos sociales. Porque la función de observación constituye quizás una de las enseñanzas que más aporta al desarrollo del periodista, sobre todo porque ofrece la posibilidad de poner el énfasis más en lo que dicen otros y ahí se crea una ejercicio de sinergias que contribuyen a desarrollar un pensamiento enriquecedor.
Siempre me llamó mucha la atención como Fidel, en aquellos encuentros con distintos grupos, hablaba bajo, como saboreando las palabras, y el efecto que ese modo de expresarse intensificaba la atención de sus oyentes. Siempre pausado, desprovisto de agresión ante cualquier tipo de pregunta, lo que llevaba a sus interlocutores a reflexionar también de manera inteligente. Está claro para mí que solo la existencia de un bagaje cultural amplio otorga la capacidad de expresar un enfoque sosegado, libre de sesgos estereotipados.
Entonces en la actualidad me llama la atención como algunas personas que ejercen la comunicación particularmente en la televisión, hablan con estilo safio, como si estuvieran en una pelea doméstica, discutiendo asuntos de alcoba. Método éste que genera a su vez una reacción adversa en la teleaudiencia, más allá de lo que contenga el mensaje hablado. Será, me pregunto, que ya no existen los cursos de locución en la carrera de periodismo.
En nuestra época de estudiantes fuimos muy afortunados al poder aprender de aquellos maestros de locución que nos enseñaron el valor del discurso público como un elemento indispensable del oficio. Quien habla gritándole al público, con tonos de “peleas” caseras pierde una oportunidad de hacer el periodismo culto, que está en concordancia con lo que población cubana merece. Para comunicar cualquier idea acertada o incluso errática, quienes ejercen la comunicación deben saber que no deben vociferar a quienes están del otro lado de la pequeña pantalla. Cuando ha existido una formación adecuada en el discurso público, algo decisivo en ese trance mediático es que entonces quienes hablan pueden gozar de una respiración con buen ritmo cardiaco, lo que le ofrece al parlante una energía que permitirá que sus palabras fluyan como el aire que respiramos y dará elegancia al mensaje y lo dotará de una mejor pronunciación.
Somos sus invitados en nuestras casas y merecemos respeto
Para decir los mensajes, quienes ejercen el oficio de comunicadores, no deben hablarnos como si en lugar de enviar un mensaje, se tratara de colocarnos en una pelea. Menos aun de utilizar un tono agresivo para intentar convencer. Deben igualmente cuidar la gestualidad, que suele expresar incluso más que las propias palabras. Valga recordar que la comunicación es sobre todo parte del discurso cultural, donde el parlante estará sujeto al juicio crítico.
Pero, además, si el mensaje del parlamento está involucrado en conceptos de tipo ideológico que ataña a la política de país, entonces los errores comunicativos pueden ser más adversos todavía. Porque involuntariamente, debido a ese esquema dramatúrgico de la puesta en escena, el daño, para quienes son los actores presenciales de esa locución, podría tener un impacto negativo más profundo.
Porque hoy día la comunicación mediática se ha convertido inexorablemente en un acontecimiento donde las herramientas del espectáculo forman parte inseparable de la comunicación. Si el parlante, da rienda suelta a sus emociones más diversas, sin tener en cuenta las normas de la comunicación, pensando que con gritería y gestualidad podrá convencer mejor a la teleaudiencia, perderá entonces la posibilidad de ser escuchado y sobre todo creíble. Si sus gestos son propios de un altercado callejero, inconscientemente el público que escucha renunciará de inmediato a cualquier tipo de análisis, aunque esté hablando de temas que competen a la actualidad.
Concluyo con algunas citas del profesor Ignacio Ramonet, quien una vez más alerta de los peligros a los está sometido el discurso comunicacional. Un desafío de gran envergadura política que implica la búsqueda de crear en Cuba variables de información cada vez mejor diseñadas como única alternativa a la revolución tecnológica que llegó para quedarse. Como la imprenta en 1440, las redes son una herramienta mediática que amplía su rango de acción, donde actúa también el incentivo al desarraigo y en ocasiones a banalidad.
Se trata de una competencia, prácticamente desleal, donde las atractivas redes sociales amenazan con suplantar los modos de información tradicionales como la prensa, la televisión y la radio. Lo que no quiere decir, según Ramonet, que las formas tradicionales sean necesariamente obsoletas para todos los públicos. Pero lo que sí es imprescindible es la urgencia de un perfeccionamiento de sus modos de comunicarse teniendo en consideración el reto actual.
Reproduzco un fragmento de la entrevista al periodista, politólogo y semiólogo Ignacio Ramonet al diario El País, con relación a los retos de la comunicación actualmente:
Las redes sociales son el medio dominante hoy, como lo fueron en otras épocas la televisión, la radio o la prensa. Las redes son la expresión de una auténtica democratización de la comunicación que la revolución Internet ha permitido. Hoy, cualquier individuo en cualquier país, por un coste mínimo, con un teléfono inteligente posee la misma potencia de fuego comunicacional […] No puede soñar con que, por milagro, desaparezcan las redes que ya están aquí para siempre […] La prensa escrita (y añado, para Cuba, la televisión y la radio) debe concentrarse en sus cualidades: la calidad de la escritura, la brillantez del relato, la originalidad de la temática, la realidad del testimonio, la autenticidad de la información, la inteligencia del análisis, la garantía de la verdad verificada.
(Tomado de Segunda Cita)
Buen comentario. Efectivamente, Fidel visitaba con frecuencia la UH y allí establecía un diálogo fluido con los estudiantes en presencia de los profesores y de las autoridades de la universidad, entre ellas su entonces Rector el Dr. José M. Miyar Barrueco, más conocido por Chomi. Como dice la autora del comentario, la utilización del lenguaje y la manera de trasmitir el mensaje tienen mucho que ver para el entendimiento y la recepción de este. Fidel fue un maestro. Por supuesto, conocía las técnicas de la oratoria, estudiadas durante su carrera como abogado, sabía trasmitir sus ideas con precisión y convencimiento. Iba a la Plaza Cadenas porque necesitaba intercambiar y dialogar con los jóvenes y conocer sus criterios sobre aspectos de la realidad del momento. En los recuerdos de esas visitas existe constancia gráfica. En una de ellas aparece la autora de ¿Por qué gritar? Tonalidades del discurso público