Este pasado 26 de abril, se cumplió un aniversario más del nacimiento del escultor José Delarra. No por notorio, se hace oportuno recordarlo como uno de nuestros escultores más notables del período revolucionario. En consonancia con su trayectoria artística y tiempo histórico, Delarra fue el escultor que dejó perpetuada en la piedra las efemérides de algunos de los acontecimientos más sobresalientes del antes citado período. Sin embargo, su destaque mayor, al menos en mi recuerdo, está dado por dos bustos, los de José Martí y Julio Antonio Mella. Siempre he interpretado ambas obras como un recordatorio que nos hizo el escultor, en razón de ser Mella el primero de los marxistas cubanos del pasado siglo en valorar y rescatar para su generación la vigencia del pensamiento revolucionario de nuestro Héroe Nacional.
A inicios de los noventa ya Delarra tenía un bien ganado reconocimiento en el ámbito escultórico nacional, no así en lo que concierne a su obra pictórica. En esta última manifestación, su retrato de Martí, se presenta como su más acabada realización. El mismo destaca por la fuerza expresiva de la pincelada, como si quisiera esculpirlo a puro color. De hecho, es por la escultura que se manifiesta más constante su abordaje de los héroes de la patria. Sin embargo, este retrato de Martí, de gran formato y en la escala cromática de los cálidos, concebido meses antes de su muerte, es prueba palmaria de su personal sentir para con nuestro Hombre Mayor. Quién así sintió a Martí, sintió la Patria, por consiguiente, merece toda nuestra gratitud. “Honrar, honra”.