Hasta el cinismo tiene fronteras. Lo saben incluso aquellos carentes de toda ética, pero empeñados en sobrepasar sus propios records de criminalidad política. ¿Dije política? Disculpen. En las varias acepciones al término que dispensa nuestro idioma no encuentro ninguna aplicable a una pareja de farsantes que se dicen enfilados a beneficiar a las familias cubanas.
Para fijar bien el registro del término político, añadamos que la Academia de la Lengua, lo define como “Cortesía y buen modo de portarse” y “Arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado”. ¿Cuál, -fuera de la propaganda más pedestre y turbia-, será el de María Elvira Salazar y Díaz-Balard con su “genial” idea?
A nadie con una pizca de sanidad mental y sensatez se le ocurriría proponer que las actividades consulares de un país se realizaran dentro de una base militar. Obviamente, los asuntos civiles no concuerdan con los que caracterizan a instalaciones de perfil bélico, donde hay exigencias y funcionamiento internos no conciliables con los trámites migratorios o cuantos atañen a la esfera diplomática.
Ni siquiera partiendo de excepcionalidades, es admisible el empleo de esos establecimientos para fines de carácter tan opuesto. Y si, como es el notorio caso, además de su función original, fue convertida en cárcel –centro de tortura más bien, eso está documentado hasta la saciedad-, menos aptitud posee tal recinto para ejercer un servicio propio entre estados en práctica y vialidad de sus relaciones.
Conocidísimo y con kilómetros de investigaciones y pruebas, el que allí se practicaron “técnicas mejoradas de interrogatorio” a personas secuestradas al azar, por etnia o religión, privadas de todo derecho legal a probar su inocencia.
Con solo mencionar Guantánamo se evoca, en cualquier parte del mundo algo bochornoso y nada justificable. Y los proponentes de usar el sitio con fines civiles lo saben, aunque pretendan jugar con la memoria colectiva o vestir de ingenua dádiva una impúdica propuesta.
Si la hubieran hecho antes de que se reanudaran vínculos entre Estados Unidos y Cuba, quizás pudieran haber exhibido como medianamente explicable el falaz absurdo, pero ni en tiempos de ruptura fue algo practicable pues, entre muchos y fuertes factores físicos y éticos, distintivos del asunto, existe una indeseada frontera entre el resto del territorio nacional y ese espacio usurpado.
La Salazar y el Díaz Balart, tan campanudos como embusteros, quieren erigirse en portadores de un beneficio para las familias cubanas, como si los obstáculos para reunificar o visitarse unos y otros no se hubieran puesto por aquel lado. La verdad es que ambos estuvieron entre los proponentes y defensores de la anormal situación reforzada bajo la administración Trump.
Son parte de la cuadrilla antipatriótica que suscita odio y dificultades, obstaculizando el entendimiento dentro de las diferencias y el respeto entre naciones. Promovieron el cierre de la embajada en La Habana y apañaron la cancelación del programa de reunificación familiar que ahora quieren reiniciar, eso dicen en el congreso norteamericano. ¿Cómo creerles sabiendo que Díaz-Balard fue uno de los ideólogos del estatuto que limitó a una vez cada tres años los viajes de cubanoamericanos a la Isla?
La interrupción de vuelos hacia y desde aeropuertos cubanos o el recorte y suspensión de remesas, tuvo la entusiasta participación de la Salazar, siempre dispuesta, como el otro, a darle impulso o apoyo a cuanto implique limitantes y sanciones a Cuba, ejercidos con una crueldad y malevolencia pocas veces vista.
No es ese el deseo de la mayor parte de los cubanoamericanos y sus familiares acá. Si en las dos orillas se desea algo muy específico en esa materia, es la reapertura de la sede diplomática estadounidense, vínculos de relativa normalidad al menos y la restauración pronta del programa de reunificación familiar suscrito entre Washington y La Habana y que sean abolidas las distintas restricciones asumidas en la era Trump.
Si los embaucadores en cuestión fueran sinceros apoyarían esas aspiraciones populares y acciones y trámites civilizados entre los dos gobiernos. El pretexto de ataques fantasmagóricos en la capital cubana, oculta retorcidos propósitos y una hipocresía de imposible digestión.
Pero…, son cubanos María Elvira Salazar y Díaz-Balard? . Lo que si son unos mal nacidos. Se aprovechan de sus antecedentes para la politiquería que practican y los beneficios que les trae a ambos mantener una postura anticubana, entreguista y desvergonzada. Ellos son caricatura de yanquis de la peor calaña.