ERNESTO: –Pero… ¿es realmente la crítica un arte creador?
GILBERTO: – ¿Por qué no habría de serlo? Trabaja con materiales y los pone dentrode una forma a un tiempo nueva y deleitosa. (…) En realidad, yo llamaría a la críticauna creación dentro de una creación.
Oscar Wilde
“Criticar es amar”, ese axioma martiano que tantas veces hemos usado para referirnos al ejercicio de la crítica en nuestros medios de prensa y su ineludible necesidad, está antecedido por otro igual de atractivo: “Criticar, no es morder, ni tenacear, ni clavar en la áspera picota, no es consagrarse impíamente a escudriñar con miradas avaras en la obra bella los lunares y manchas que la afean; es señalar con noble intento el lunar negro, y desvanecer con mano piadosa la sombra que oscurece la obra bella”. Ambas cuestiones –señalar con noble intento y desvanecer con mano piadosa la sombra–, resultan baluartes necesarios en el acto de la crítica.
Cuando pienso en la crítica cultural en Cuba en este momento, su estado y limitantes, me surgen, inevitablemente, más preguntas que respuestas. Más inquietudes que certezas. En una entrevista realizada en 2009, el narrador y dramaturgo Abilio Estévez comentaba: “Hace tiempo que no leo a ningún crítico cubano. (…) Y a propósito, ¿hay críticos cubanos?”. Aunque algo apocalíptica, la opinión de Abilio, de alguna manera existente también en parte del sector intelectual cubano, denota los vacíos y necesidad de un ejercicio crítico en el periodismo contemporáneo nacional, sobre todo el relacionado con las temáticas artístico-literarias. A pesar, incluso, de que la existencia de un pensamiento crítico en los medios de prensa en Cuba, y el estado de la crítica artística per se, han sido ejes de atención en diferentes congresos y eventos donde se estipula la política cultural e informativa del país, subrayando el papel esencial de la crítica artístico-literaria en la formación de la jerarquía y el gusto popular.
Pero todo tiene aquí su origen. En primer lugar está la Academia y sus programas docentes, donde muchas asignaturas que pueden tributar, primero a la formación de una conciencia crítica hacia la cultura y luego a pertrecharse de ciertas herramientas necesarias para ejercerla, son consideradas ancilares (género “ancilar” llamaba a la crítica el mexicano Alfonso Reyes). O sea, secundarias, no importantes, no necesarias, muy por debajo de las asignaturas propias de la carrera, a punto de existir algún reajuste en el plan docente serían las primeras en “irse”.
Lo otro: vocación. Soy de los que cree en la importancia de la vocación y la preparación personal como antesala del ejercicio del buen periodista cultural, máxime de la crítica de arte. La Academia te puede dar estrictas referencias, las apoyaturas, pero la gestación individual es indispensable. No se puede escribir de cine, literatura, teatro, ballet… sin ir a las salas, a las galerías… Sin leer textos teóricos, sin imbuirse, de alguna manera, en los entramados del arte.
Pongamos un ejemplo: Te gradúas sin mostrar ningún interés en la cultura. Desconoces el nombre de las compañías de teatro, danza, de los escritores o artistas visuales de tu ciudad… Jamás pisaste un teatro, ni escribiste del tema. Y al llegar al medio luego de graduado, por casualidad está vacante la “plaza de cultura”, por lo que la pasas a integrar y al tiempo ya eres “periodista especializado en cultura”. Es cierto, ya te aprendiste los nombres de las compañías de teatro y danza y de sus directores, ya sabes quiénes son los escritores y los pintores aunque no seas capaz de diferenciar un cuadro de un artista de otro… Un día te “atreves” y comentas alguna puesta, crees que has escrito una crítica y se agudizan los problemas que venían desde antes. Entonces pululan los “maestros”, se van a la borda las jerarquías artísticas y todas las obras pasan a ser “maravillosas” y “excelentes”, por juicios determinados más bien por la cantidad de aplausos, los comentarios de pasillo o la opinión de algún entrevistado (el mismo artista). Eso sin hablar de las “facilidades” para la opinión que da Internet y sus “corta y pega” desmesurados, mucho más difíciles de detectar en la inmediatez que genera la televisión y la radio.
Creo también que en muchos de nuestros medios no se “vuelve” sobre el hecho. Ya sea por la dinámica del mismo, el espacio de un periódico semanal donde volver luego de una semana al suceso ya no es de interés, o la propia preparación. Nos acostumbramos a ir a la conferencia de prensa o bien al ensayo, entrevistamos al director de tal obra y sobre estas impresiones escribimos una nota o bien una entrevista, casi siempre encomiástica. Luego sucede la función y la decepción invade al público, pero no se vuelve, no se retorna ni aunque la obra haya sido un éxito. Ya pasó y el público puede salir del teatro creyendo que vio la mejor puesta de su vida. Ese volver sobre el hecho artístico es tan necesario como ausente en mucha de nuestra prensa.
Además están los medios y sus rutinas, todo enhebrándose en un complejo mapa problémico capaz de lastrar el ejercicio de la crítica de arte. Muchas veces se tilda –aun a estas alturas– el periodismo cultural como algo “fácil”, “bonito”, que no lleva tanta preparación, si al final una nota informativa o una entrevista “la hace cualquiera”. Es una visión reduccionista y empobrecedora. Por otra parte muchas de las normas por las que rigen su trabajo varios medios imposibilitan al periodista, aun con interés, de realizar este tipo de entregas. Aunque lo cierto es que no todos pueden ejercer bien el periodista cultural y aun así, ya ejerciéndolo, no todos pueden realizar la necesaria crítica artístico-literaria, por bueno que sean en la profesión.
Acabamos –y no sé hasta cuándo vamos a seguir arrastrando esto– confundiendo sectorización con especialización. Quien “atiende” cultura –en varios medios más de una persona– no es un periodista especializado en cultura. El hecho de escribir para una página o sección cultural no te hace con conocimientos especializados, de la noche a la mañana, de un tema tan complejo y abarcador como la cultura, esa que para Graziella Pogolotti “engloba saberes, tradiciones, costumbres, modalidades de trabajo, la recreación, el deporte, la práctica de los oficios. La ciencia, la historia documentada y la memoria viva forman parte de la cultura. Transformada por la mano del hombre, la naturaleza y su modo de contemplarla, agredirla o preservarla, llega a constituirse en parte de la cultura. A través de ella se ha construido lo que somos, se ha modelado nuestra sensibilidad, nuestras formas de convivencia, nuestros valores”. Pero aun en muchos de nuestros medios no acaban de verlo así.
Son términos totalmente diferentes y el último suele ser abarcadoramente complejo. En el periodismo contemporáneo, la variedad de temáticas y flujos informativos, la selectividad y exigencia del contenido por parte de las audiencias, ha hecho de la especialización periodística una fórmula capaz de ofrecer un producto más interpretativo, profundo y analítico del hecho y sus mediaciones. Específicamente, en el camino del “generalismo” a la especialización, el periodismo cultural y su amplio diapasón crítico, del que se ramifica la crítica artístico-literaria, ocupa un lugar preponderante en la especialización de la prensa actual. Esta, a diferencia del periodismo diarista y netamente informativo, se propone explicar e interpretar (analizar y evaluar) la realidad con la utilización de herramientas más profundas y analíticas. Es asimismo interpretación y sustentación de criterios sobre un determinado tema, en este caso artístico-literarios. Y como escribió Cintio Vitier, es también “en principio, dos cosas: iluminación de la obra desde la obra misma, y, después, toma de partido frente a ella”.
Para Kant, criticar significaba pensar, razonar, poner toda teoría o pensamiento en tela de juicio. Pensar era juzgar; la crítica por tanto es una actitud activa en la conformación de las ideas.
La mayoría de los investigadores concuerdan que la crítica traza y delimita sus rasgos característicos en el periodismo especializado: presentan contextualización, lo que se evidencia mediante la utilización de conceptos y categorías propias de la especialización periodística; son textos donde la actitud evaluativa y la opinión de los autores se desarrollan a través de una redacción coherente, con equilibrio entre el lenguaje periodístico y el científico; el uso de bibliografía pasiva y de publicaciones seriadas como fuentes documentales de información; y el empleo de un lenguaje y estilo en los textos, directamente imbricado con las características de la redacción periodística especializada. Estas características resumen lo que Octavio Paz define como “pasión crítica” y Rufo Caballero como “poéticas críticas” en el discurso creado desde el ejercicio del periodismo en nuestros medios.
Muchos creen, además, que la crítica de arte debe ser prioridad y terreno casi absoluto de los medios especializados, sin observar la necesidad de interpretación que demanda el periodismo contemporáneo. Esta es una manera de subestimar, a estas alturas del partido, al público. ¿Dónde quedan los medios que son “consumidos” por una gran mayoría del público? ¿La televisión y la radio, con su amplia parrilla de programas capaz de llegar a los lugares más intrincados de la geografía nacional, incluso con un amplio perfil comunitario, no son por tanto medios idóneos para el ejercicio de la crítica de arte? Aún más cuando nuestros medios se debaten en el ruedo con el bombardeo de otras formas de consumo de información capaces de asignar categorías o legitimar artistas o seudo-artistas en el imaginario popular cubano.
Formar un receptor inteligente, capaz de consumir cultura críticamente, constituye una de las prioridades en cualquier tipo de empeño político y cultural, aparejado a un hecho del que, desde los inicios de la década del 2000, alertaba mi admirado Rufo Caballero: “En Cuba tenemos buenos críticos, pero no hay una crítica como sistema, sólida”. Realicé mi tesis de licenciatura en Periodismo en la Universidad de Holguín precisamente sobre la crítica literaria en las páginas de La Gaceta de Cuba, en un arco que iba desde el periodismo cultural hasta la especialización y de ahí a la crítica, para estudiar una revista paradigmática entre las de su tipo.
Sería la misma revista quien, alarmada ante los derroteros de la crítica cubana, especialmente la literaria, realizara entre julio de 1969 y mayo de 1970, poco después de fundada, una encuesta a importantes escritores e investigadores cubanos bajo el título “Sobre la crítica”. Tiempo después, en los albores del reciente siglo, La Gaceta de Cuba llamaría a una serie de investigadores y críticos a conformar un dossier bajo el título “Estaciones de la crítica cubana”. Los temas y las preocupaciones seguían siendo casi los mismos de la encuesta inicial. Treinta años después, las estaciones demostraban, solo con pequeños cambios, seguir siendo cíclicas. Si la realizamos hoy, veinte años después de esta última, comprobamos que la situación sigue igual.
Varias cuestiones han salido al banquillo: pasión, compromiso, responsabilidad, honestidad y preparación. Y otra preguntas también: ¿Lo ideal es preparar al periodista, mediante cursos, posgrados, otras vías de superación, o que el especialista tome la rienda de nuestros medios? ¿Cómo ven los artistas al periodista cultural? ¿Y al crítico? ¿Es la crítica un “género parásito”? El periodista, al carecer de muchas (muchísimas) herramientas académicas luego de graduado, está en franca desventaja con los especialistas de determinadas expresiones artísticas. Historia del Arte, Musicología, Teatrología, Filología, los recientes estudios de Danzología, entre otras, pertrechan a los graduados de estas carreras de conocimientos que no posee el periodista a la hora de realizar un abordaje crítico y que solo podrá tenerlos mediante vías de superación gestionadas por el medio o su interés (aquí la auto-superación siempre debe primar). Por otra parte, muchos especialistas no poseen las competencias –escriturales, comunicativas– a la hora de ejercer el criterio. “Hay periodistas que ejercen un criterio artístico con autoridad y hay especialistas con un gran poder de comunicación. Y los hay que ni lo uno ni lo otro. Lo principal es el conocimiento y las estrategias para adquirirlo, sean estas personales o institucionales”, me comentaba recientemente Reinaldo Cedeño Pineda, a propósito del Premio Nacional de Periodismo Cultura José Antonio Fernández de Castro. Como vemos no hay nada nuevo en la viña del Señor, pero sí mucha tela por donde cortar.
“No se enseña, no se aprende. Le acomoda la denominación romántica heroica: es acto del genio. No todos la alcanzan. Ni todo es impresionismo, ni todo es método”, añadiría Alfonso Reyes.
De todas formas “el estigma” que muchos creadores han endilgado a nuestra profesión –y muchas veces con la razón que los propios comentarios y “ejercicios críticos” les ofrecen– solo se supera con mucho de lo que hemos comentado: compromiso, responsabilidad y preparación. Hay sus excepciones. Por suerte –y por méritos y constancia, claro– nuestra crítica cuenta con firmas de respeto. Pero todavía seguimos haciendo camino al andar, como diría Antonio Machado y confirmaría después Serrat. Sería José Martí –volveremos siempre a él– quien definió paradigmáticamente a la crítica como “el ejercicio del criterio”. Y como el horizonte de una de las historias de Eduardo Galeano, ese ejercicio nos permite persistir y crecer.
Te felicito por tu agudo y abarcador articulo, que ha captado los problemas esenciales de nuestra critica contemporánea.