Crítica cultural en Cuba

La crítica cultural: algunos apuntes personales

El entorno de la crítica cultural en Cuba tiene hoy uno de sus más frontales retos. Hablar de un pasado glorioso del tema para establecer comparaciones actuales podría ser, en honor a la verdad, un peligroso camino que nos conduciría a ocultar la verdadera naturaleza de los problemas que enfrentamos hoy día.

El escenario es complejo, y la irrupción de tendencias y lenguajes marcan una diferencia nada despreciable en cuanto a audiencias, las receptoras finales del mensaje enviado. Entonces, podríamos establecer varias interrogantes: ¿se está llegando de alguna manera a esos públicos? ¿Se les está hablando, acertadamente o no?Pienso que antes de establecer criterios y debates sobre herramientas y estilos, debíamos identificar nuestras audiencias y sus carencias posibles, teniendo muy en cuenta sus aspiraciones y raseros culturales para, en sano equilibrio con políticas de inclusión y masificación llevadas a cabo en tantos años de Revolución, inducirlas y atraerlas a nuestros objetivos primordiales que comulgan inevitablemente con la emancipación cultural y con la tesis martiana -y adoptada tempranamente por Fidel- de que ser cultos es el único modo de ser libres.

Partiendo de esa realidad es que deberíamos entonces enrumbar nuestras estrategias para revertir situaciones que hoy lastran lamentablemente a no pocos espacios culturales en el país. Identificar las zonas más vulnerables, muchas veces proporcionalmente ligadas a la marginalidad social, es una urgencia que no debe seguir esperando soluciones inadecuadas ya que en contextos de confrontación ideológica, serían estos los públicos más expuestos a la manipulación política. A la vez que se crean mecanismos y empatías con estos grupos determinados, no podríamos descuidar otros objetivos sociales con antagónicas necesidades culturales y que enarbolan, evidentemente, otros valores. Y es aquí donde observo una dicotomía que ha supuesto rupturas visibles en la seducción cultural de nuestros públicos: no siempre le hablamos correctamente al receptor que nos interesa. Muchos críticos o facilitadores de información, basan su comunicación en lo informacional per se, pero sin herramientas atractivas ni con elementos que pudieran enganchar desde la simple curiosidad a quienes no forman parte de determinado manto social. Y aunque el arte es intrínsecamente clasista, no debemos poseer una postura discriminatoria al ejercer la crítica o el periodismo investigativo por ejemplo, ya que estaríamos negando el propio sentido artístico, como la libertad y el conocimiento sin límites.

Ahora bien, en mi entorno profesional, la música, convergen diversos factores que conllevan a una avalancha de posiciones casi siempre polémicas y con ribetes dramáticos. Una de ellas es la torpeza en cómo contar una historia y hacerla interesante sin parecer tedioso ante la audiencia, armadura utilizada durante años por profesionales del sector.La utilización en exceso de vocablos académicos por cuestiones de modas o snobpuede generar, en muchas ocasiones, un sentido adverso al deseado inicialmente; no siempre una determinada denominación requiere un uso incisivo y muchas veces ni siquiera se domina el vocabulario correcto por quienes emiten criterios en los medios de comunicación. Recuerdo cierta polémica personal acaecida en redes sociales cuando intenté explicar el uso correcto de algunas nomenclaturas musicales, ante la cual diversos profesionales me respondieron con el significado dado por la Real Academia de la Lengua Española a dichas especificaciones. Ello es un gravísimo error desde la morfología y el lenguaje musical, lo cual es producto de mofas en el gremio musical y, por consiguiente, de irrespeto hacia quienes intentan plasmar criterios con una incorrecta utilización semántica de la terminología y simbología acordes al tema. Pondré un solo ejemplo, cuando escuchamos decir que “vamos a entonar las notas del himno…” cuando lo que se está queriendo decir realmente es que vamos a cantar la letra, siendo uno de los errores más frecuentes que hallamos a diario. La música está compuesta por notas, las cuales podrían cantarse o entonarse aunque ello solo sucede para nosotros los músicos, pues cada una tiene nombre. Si se es conocedor de este tema, no podríamos decirle a un músico al cual estemos entrevistando que nos “entone un fragmento de su sonata para piano” por ejemplo, ya que el artista no lo dirá en público, pero una gran carcajada lo estremecerá por dentro. Si de entonar o cantar las notas se refiere, tendríamos que utilizar el término solfeo, que es la rama musical que se encarga de &entonar o cantar&las notas musicales, diciéndolas por su nombre (do, re, mi, fa…. etc), es decir, solfearlas. Eso sucede en una obra musical instrumental, obviamente, pero en una canción lo que ocurre es que cada nota que conforma la línea melódica tiene asignada una sílaba, para poder ser cantada. Si fuéramos a “entonar las notas de nuestro Himno Nacional” (tal y como se dice erróneamente) tendríamos que decir: do fa la, fa la do, re re do la. Lo correcto sería decir “vamos a cantar la letra de nuestro Himno Nacional”, donde diríamos: Al combate corred bayameses….como se muestra en este facsímil de la citada obra.

Y ese sencillo detalle, debe conocerlo un periodista, un crítico o un especialista en música que tribute para diversos medios de comunicación, lo cual lamentablemente no siempre ocurre. Y aquí es donde radica la especialización, que puede estar avalada por conocimientos de música o un acertado plan de estudios de la misma en las carreras que tributan a la formación de profesionales en el país. También pudiera existir un compromiso personal de quienes se enfrentan a tales retos, evidenciando labores de investigación y lectura bien profunda para lograr un cenit en esa dirección. Pero un dominio del lenguaje técnico es imprescindible para enfrentarse a la crítica musical, así como el conocimiento de dinámicas inherentes cuando determinado tema sea abordado. A ello debemos agregarle que el crítico debe conocer algunos procesos formativos de la identidad musical de la nación, o el surgimiento de determinado proceso estilístico, sus exponentes más destacados, sus rasgos esenciales, sus afluentes directos e indirectos, el entorno sociopolítico, la bibliografía asociada, la discografía generada (sólo siglo XX por supuesto) y más. De no conocer algunas de estas esenciales estructuras, debe leerse al respecto y buscar en la dirección correcta para crear un juicio plural e incluyente, y a partir de ahí generar polémica y llamar la atención sobre determinados aspectos.

Otro factor importante es conocer la línea editorial del medio para el cual se tributa, y saber adecuar el lenguaje a emplear en concordancia con las necesidades del receptor, nuestro principal reto. Un buen comienzo siempre ha resultado ser el sistema de nuestros institutos y facultades cuando se exige que el egresado cumpla su servicio social, situándolo en una paradoja de jerarquías y aprendizaje constante, muchas veces decisiva para el desarrollo del profesional aún en proceso de formación. Otra línea necesaria, es la correcta elección de jefes editoriales en redacciones culturales que sean capaces de guiar a los egresados y a los más experimentados hacia un uso correcto del lenguaje especializado y las nociones básicas de la profesión, sin falsos endiosamientos ni victimizaciones que tanto daño ocasionan. No publicarle un trabajo a un joven profesional por cuestiones de discrepancias personales puede ser muy dañino, como también lo es el hecho de no saber defenderlo en una redacción al no poseer herramientas que lo sustenten.

La crítica musical y en otras ramas del arte, debe poseer a mi juicio una mirada comprometida con nuestro tiempo y la figura trascendental del hombre como trasformador de la sociedad. En esa línea, aun cuando le hablemos mayoritariamente a un sector determinado de artistas e intelectuales, la crítica debe sumar actores de otros campos de la vida nacional e involucrarlos en un debate social y cultural acorde a nuestros intereses como país, y que viertan otras miradas sobre un determinado hecho artístico. El sectarismo de algunos enfoques puede llevarnos a desdeñar otras aristas posibles y al camino del absolutismo atrincherado, donde sólo cabe la verdad a ciegas de quien emite un criterio determinado. Aún cuando defendamos una tesis crítica sobre una arista institucional o persona específica vinculada al arte, deben despojarse prejuicios desde posiciones extremas y analizarse, desde perspectivas sinceras y éticas, lo expuesto.

Sería imperioso retomar hoy, desde el universo digital y sus dinámicas, el concepto de revistas especializadas, la gran escuela para muchos de nosotros. Por ejemplo, durante la década de los 80s existían importantes publicaciones periódicas y seriadas que intentaban satisfacer los variopintos gustos musicales del país. La llegada de los 90s, con sus difíciles primeros años, tuvo en cuanto a la gestión institucional un apoyo vital para que algunas puntales revistas no desaparecieran y, con tiradas discretas y más espaciadas, continuaran siendo parte de la cultura general e integral gestada por la Revolución. Ya sobre 1997, superada la difícil etapa del Período Especial, se crearían nuevas publicaciones que supusieron un alivio editorial en torno a lo musical, al poder abarcar otras zonas de la misma y donde estas se atemperaban a las nuevas formas de gestión y concepción de la música como motor de buena parte de los ingresos al país. Tres revistas sobresalieron por aquellos años: Tropicana Internacional, Salsa Cubana y Música Cubana, que aunque poseyeran enfoques distintos desde sus líneas editoriales sí tuvieron la hidalguía de aglutinar a grandes firmas del momento.Hoy, la realidad musical en el país ha sufrido una metamorfosis en cuanto al acompañamiento investigativo y bibliográfico se refiere, con la casi extinción de publicaciones en papel y su inusitada inexistencia en el espacio electrónico, lo que lacera notablemente el entorno. En cambio, otros proyectos de revistas temáticas desde el maridaje con proyectos externos de la industria han visto la luz desde la virtualidad y, sin ser tantos ni abarcar siquiera la mitad del panorama de nuestra música, han ido convirtiéndose en los únicos a la hora de enfrentarse al fenómeno del consumo de estéticas y criterios sobre el género. Contrasta notablemente que aún con las bondades y el rápido crecimiento del Internet en Cuba, las otroras publicaciones especializadas en papel no hayan migrado a plataformas virtuales, debiendo ser una prioridad institucional si de independencia cultural estamos hablando. La pasividad en este escenario y el silencio editorial de las instituciones cubanas en el espacio virtual, limitan el desarrollo de jóvenes críticos y periodistas que pudieran colaborar en docenas de estas, así como también se desperdician investigaciones y artículos de autores ya consagrados que pueden seguir aportando al pensamiento musical y estético del país. Por ello, las páginas de no pocos periódicos han sido escuela y rampas de lanzamiento de jóvenes críticos, siendo apropiado en varios sentidos pero limitando quizás las posibilidades expresivas e investigativas que propiciarían revistas o publicaciones especializadas teniendo en cuenta el número de páginas a desarrollar y públicos posibles, y donde desde las características del nuevo lenguaje digital pudieran desprenderse foros, mejores y más completas ejemplificaciones y demás recursos para ahondar en la crítica cultural de forma atractiva y efectiva.

No son plataformas como WhatsApp, Twitter o Telegram canales para desarrollar líneas editoriales determinadas por las características propias que las identifican: son emisores de mensajería y contenidos pequeños: elipsis de una imposición comunicacional determinada. Que una institución cultural cubana posea una cuenta en alguna de estas no significa que se esté defendiendo una línea de investigación o de pensamiento crítico que nos convoque a la lectura y al análisis deseado. Lo que sí sería apropiado es que se utilizaran las mencionadas vías de difusión directa para colocar referencias o contenidos publicados en revistas que abordaran complejidades culturales, desde las perspectivas endógenas a nuestros procesos creativos y se difuminaran en la web tantos contenidos afines al tema como sean posibles. Dicho en el lenguaje actual, lo ideal sería linkearen Twitter y similares los artículos publicados en determinada revista especializada la cual pudiera tener su propio canal de mensajería como los antes mencionados, pero siendo el pollo de este gran arroz la existencia digital de la revista en sí y su debate cultural desde y hacia la sociedad cubana.

La generación de contenidos y la eficaz manera de colocarlos en plataformas virtuales, es el mayor reto que encuentra hoy la crítica cultural en el país. Sea revitalizando el sistema de publicaciones especializadas o desde el lenguaje característico de los otros medios de comunicación llamados tradicionales, ello debe enfocarse mejor desde nuestras redacciones, pero con mayor certeza hacia públicos que también poseen sus condicionantes propias y que, producto de la aparición de nuevas tendencias transmediales y comunicativas, ignoran que son inducidos desde industrias externas y visiones hegemónicas muchas veces idiotizantes y de abiertas anarquías culturales. Y todo ello debe tener muy claro que tenemos que ser inclusivos desde lo temático y lo formal, pasando por las normas lingüísticas que se necesiten para lograrlo. El reto también radica en que nos entienda un profesor universitario en la capital así como también un obrero metalúrgico en Moa, motivándoles a participar de manera crítica y apasionada, en la obra quizás más hermosa de la Revolución: la cultura.

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