Ya es trágico que se produzca el incendio de mayores proporciones en áreas del Parque Nacional Alejandro de Humboldt, sitio natural declarado Patrimonio Mundial, como para que, junto con sus valores endémicos, dejemos que ardan principios y reglas básicas de la comunicación pública sobre los que tanto discutimos en los últimos tiempos en el país.
Aunque pueda parecer exagerada la metáfora, con las llamas que arrasaban una amplia superficie de coníferas y bosques de charrascales, hábitats de relevantes especies de la fauna nacional, no faltaron autoridades que pretendieron camuflarse tras los humos, en vez de actuar en consecuencia con el debate que, sobre la prensa y la comunicación pública, fue auspiciado por el General de Ejército Raúl Castro en el Informe Central al 8vo. Congreso del Partido Comunista, y luego remarcados por el recién electo Primer Secretario de la organización y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez.
Debo confesar que me llamó la atención que fuera precisamente Díaz-Canel quien develara en redes sociales la ocurrencia del siniestro —con independencia de su presencia aleccionadora en esos ámbitos— y que no hubiese escuchado, hasta ese momento, ningún reporte de prensa, pese a la amplia presencia de medios territoriales y locales en toda esa región.
Luego de indagar con directivos de estos en el oriente del país, así como con presidentes de la Unión de Periodistas a igual escala, descubrí una explicación lamentable: las autoridades responsabilizadas habían decidido apagar las llamaradas y los humos expansivos con el ya tan costoso como reprochable manto del secretismo.
Algunos directivos de medios de comunicación territoriales llevaban días tratando de persuadir de que era insoslayable ofrecer información, incluso por instituciones muy sensibles. De estas se necesitaría una respuesta en correspondencia con los presupuestos políticos y comunicacionales defendidos por el país y recogidos en sus documentos rectores, entre estos la Constitución de la República y la Política de Comunicación del Estado y del Gobierno.
En vez de lo anterior, ocurría, incluso, un episodio igual de reprochable: otro incendio en paralelo, a una treintena de kilómetros de la ciudad de Holguín, a la vista de todos los habitantes de la urbe y sobre la cima de una de las elevaciones emblemáticas que la rodean, tampoco recibía explicaciones públicas de las responsables locales, pese a la insistencia de la prensa.
Lo más lamentable es que a la par que los encargados de garantizar el derecho de los ciudadanos a una información veraz y objetiva optaban por el silencio irresponsable. En redes sociales se disparaban las más diversas teorías, como ya es común en esta desafiante era de la convergencia. Habitantes de Moa, por ejemplo, especulaban que los humos y cenizas que les llegaban provenían de la exposición del volcán La Soufriere, en San Vicente y las Granadinas.
Ante catástrofes naturales como estas, y de otras características, tenemos que honrar la oportunidad, veracidad y exactitud exigida en la información a la ciudadanía por el General de Ejército Raúl Castro, tras una visita para evaluar, en el año 2010, las consecuencias del sismo más fuerte desde la década de los años 50, relacionado con otro de gran intensidad en Haití, que hizo temblar gran parte del oriente y provocó daños en viviendas e instalaciones de salud.
Si la reacción ante el reciente incendio constituyera un ejemplo aislado y no la consecuencia de una anticultura comunicacional, heredada de las condiciones de acoso y agresión al país y de la apropiación de modelos periodísticos ajenos a nuestro contexto, no fuera tan preocupante. Hasta en el tratamiento informativo a la epidemia de la Covid-19, que el Gobierno nacional defiende sea bajo los principios de la más absoluta transparencia, ocurren retruécanos innecesarios cuando se dan eventos de trasmisión en instituciones sensibles que todo el mundo comparte menos los medios públicos.
Lo más triste es que los propagadores de los mutismos absurdos tal vez ignoran que atizan llamas políticamente más devastadoras: el descrédito del sistema de instituciones públicas del país, algo convertido en línea de ataque principal del martilleo mediático contrarrevolucionario.
Si las instituciones callan y, en consecuencia, los medios de comunicación silencian, o no reaccionan adecuadamente frente a los sigilos y mudeces, asistiremos a una doble devastación: el descrédito combinado de las instituciones y de los medios públicos.
Lo que podría ser una enorme fortaleza de nuestro sistema político —el cultivo de una nueva y transparente relación entre ambos, dado su carácter público y sus responsabilidades compartidas— podría convertirse de esa manera en una grave amenaza para la autoridad de ambos frentes que pone en riesgo la irreversibilidad de la Revolución.
Ya muchas veces se advirtió que en un escenario infocomunicacional en el que se combinan, a partes iguales, las oportunidades como las amenazas, sobre todo a partir de la guerra de cuarta generación a la que es sometido el país, la piedra preciosa de nuestro periodismo está en la credibilidad, el respeto y la ascendencia que el sistema de medios gane ante la ciudadanía.
Los tiempos en que ese sistema ostentaba la hegemonía de las influencias dieron paso a un ecosistema extraordinariamente poroso y permeable, con una multiplicidad de audiencias repartidas en distintas plataformas de las redes, que hacen cada vez más relevante la ascendencia del sistema de medios públicos, lo cual depende del apego a estrictos principios de veracidad y transparencia.
En la era de la convergencia no basta con contar con un poderoso y bien estructurado sistema de medios públicos, algo que solo puede completarse si este cuenta con una altísima y decisiva influencia pública, garantizada solo por una elevada credibilidad.
Como insistíamos en la celebración de los 35 años de la Editorial Pablo de la Torriente, con las virtudes que algunos olvidan y los defectos que todos reconocemos e intentan superarse —abordados en el 8vo. Congreso del Partido— no podemos desconocer que la ambición agazapada detrás de determinados intentos de linchamiento particulares y sistémicos de la prensa está en privar a la Revolución de este formidable constructor de consensos, de este especial valladar contra el caos, el enconamiento, el odio y la manipulación.
Frente a la amenaza de semejantes llamaradas, ¿qué sentido tendría seguir jugando con los fuegos del silencio y del secretismo?
Me parece un análisis serio, oportuno y de advertencia en momentos complicados cuando más unidos tenemos que estar y más transparentes actuar, para que esa artillería de la Revolución, como llamó Fidel a los periodistas, no pierdan ni un palmo del terreno ganado, la patria toda, la Revolución.
Lamentable que todavía hoy haya personas, en el cargo que sea, quienes se atribuyan el derecho que no tienen, de opacar el valioso servicio de la prensa para que nuestro pueblo todo, este bien informado.
Denuncia precisa y atinada de nuestro presidente, Ricardo Ronquillo. Se puso serio, como es nuestro deber, frente a quienes privatizan información pública, visible, como esas llamas. En Cuba existe una Ley de Secreto Estatal, y nadie tiene derecho a aplicarla por su libre albedrío. Quien hace secreta una información que es pública debería ser sancionado, como se sanciona a quien publique información secreta. No es lo mismo, pero es igual. Basta ya de que se siga pisoteando nuestra dignidad. La alerta de Raúl, de Díaz-Canel, fueron bien explícitas. No por casualidad fue él quien publicó lo del incendio. Algo suena y piedras trae.
Importantísimos planteamientos del Presidente de la UPEC. Este artículo debería ser publicado en Granma, JR, Trabajadores, Cubadebate, los medios provinciales, y leído por Serrano, con su pasión habitual, en el NTV. Pienso también que, ahora mismo, lo que aquí se postula debería ser aplicado con urgencia al tema de la matanza de árboles que está ocurriendo en La Habana y otras ciudades del país, frente a la que ha existido un vergonzoso silencio en los medios oficiales.
Es lo mejor que he leído hoy. Me da esperanzas. Esperanzas de que hay mucha gente que no se alinea con el secretismo y la falta de transparencia. Me da ánimos para seguir perfeccionando esto en lo que creemos.
Certero análisis presidente. Es el sentimiento/rabia del gremio. Espero que sea leído e interiorizado por nuestros decisores políticos, gubernamentales, funcionarios, directivos y todo el que le concierna, a todas las instancias. A la prensa, lo que nos toca.
Coincido con Elson, el artículo de Ronquillo es muy juicioso, nos da la medida de que casos como estos –que no debieran de ocurrir después de celebrarse el VIII Congreso del Partido– deben denunciarse y llamar por su nombre a los responsables. No olvido que después que el General de Ejército Raúl Castro Ruz llamara a eliminar el secretismo a raiz del VII Congreso, hubo cuadros que se abrogaron “el derecho” de emitir a sus subordinados, desde el nivel nacional hasta la base,, orientaciones que contradecían los acuerdos del Buró Político para elevar la eficacia informativa de los medios de difusión. Es hora de que hechos como el narrado por Ronquillo no se repitan para la saluid y credibilidad de la prensa de Cuba y del robustecimiento del Socialismo en nuestro país, declarado IRREVOCABLE en una reforma constitucional en el 2002.
Soy totalmente laico en temas periodísticos pero noto el paso de avance con mayúsculas que constituye un artículo de esta magnitud y profundidad. Es hora de reconocer que los tiempos son otros, que el bregar diario requiere coraje, que la verdad y la transpatencia han de ser atributos inseparables en y de La Revolución. Toda obra humana es susceptible al error y la crítica honesta, responsable, óptima y a tiempo es tan vital como el oxígeno.
Dicho, y muy bien dicho, lo que debió decirse, a plena responsabilidad profesional y política, y con toda la autoridad moral, personal e institucional. Esta es, sin duda, la posición de la Revolución. Enfrentar, cada vez que sea necesario también a ‘fuerzas internas’ por poderosas que pudieran ser. No tengo duda alguna de que a esta constructiva crítica del fraterno Ronquillo, se sumará el resuelto apoyo desde el Partido, del compañero Polanco, y del propio Díaz-Canel, para llamar debidamente la atención a quienes persisten en imponer un secretismo infundado que nos debilita, y hacerles saber que hechos como este no pueden repetirse. Bastante tenemos con lidiar ante las poderosas fuerzas externas, y no permitirles que nos derroten, jamás
Muy buen artículo. No soy periodista, pero soy usuario de las informaciones que emite la prensa y regularmente realizo comentarios a muchos artículos de la prensa escrita, los cuales muchas veces se publican, pero otras no.
Mi percepción de la profesión de PERIODISTA es que es mucho más vulnerable comparada con la de MÉDICO o INGENIERO, porque difícilmente un político va a cuestionar las decisiones de un médico y en el caso las de los técnicos e ingenieros, son bastante respetadas (con sus excepciones claro), porque nadie quiere que explote un equipo, ni que se caiga un edificio; pero publicar una noticia oportunamente o el resultado de un artículo investigativo pudiera ocasionar ronchas a determinados políticos o directivos a cualquier nivel y en cualquier lugar del mundo, y por lo general los propios periodistas y sobre todos los jefes de éstos, saben por dónde vienen los tiros, no necesariamente siempre vienen por directrices escritas o por un planteamiento en un discurso, sino por los hechos reales que ocurren que muestran las verdaderas señales de por dónde vienen los tiros. Por ejemplo, en algunos países de Centroamérica los periodistas saben hasta donde pueden llegar porque lo pueden pagar con su vida, algunos se han arriesgado y ahí han quedado. En el caso de Cuba eso no pasa, pero pudiera suceder que al no dársele el enfoque “adecuado” pudieras quizás perder la sección tal, del semanario X o dejes de ser confiable para cubrir las conferencias y eventos en el exterior, por citar algunos ejemplos. Yo sí creo que los periodistas cubanos son en esencia buenos profesionales y muy bien formados por la universidad, pero ellos, como todo el mundo, saben adaptarse al contexto.
Lo anterior es un preámbulo para llegar a la siguiente conclusión: Las causas raíces de los problemas de la prensa cubana yo no los veo tanto en el sector de la prensa, como en las directrices reales (no las formalmente redactadas) de la máxima dirección política del país. La Dire4cción política debería transmitir señales visibles a todos en ese sentido, por ejemplo, quitando del Comité Central y/o de la dirección del periódico al responsable de un medio que no informa de manera objetiva determinados hechos importantes, o es moroso en ello, aun cuando éstos afecten la imagen edulcorada del país.
Por último, quisiera alertar sobre la no publicación de comentarios de personas naturales en determinados artículos que se publican, por ejemplo en Cubadebate. Varios comentarios que he emitido han sido censurados, a mi entender cumpliendo los requisitos establecidos. Por una parte, decimos que necesitamos profundizar en la democracia interna en el marco de nuestro único partido (y estamos de acuerdo que no necesitamos otro), y por la otra entonces se censuran nuestros comentarios ¿por dónde vienen los tiros realmente?
Gracias, Ronquillo por este análisis oportuno y objetivo. Ojalá haya oídos receptores entre los decisores y no se quede solo entre los lectores de Cubaperiodistas, la mayoría miembros de nuestro gremio.
A tono con el momento que se vive solo falta ponerlo en práctica. Pienso que no solo debe ser un material de estudio en nuestras delegaciones de base , sino que urge aprovechar cada espacio de intercambio como el enxuentro de Buró PCC Y Consejo de la Administración para debatir.